Hay errores humanos muy comunes. Como comprarse un objeto caro que utilizaremos acaso una vez al año y descuidar lo cotidiano, aquello a lo que damos un uso diario. Es la diferencia entre tener un reloj de oro en un cajón o un buen cepillo de dientes. Quizá lo mejor sea lo segundo. Ahora mismo, en este aquí y ahora, procedería realizar una encuesta a los usuarios de la playa de San Lorenzo de año completo, varios cientos, y plantearles la siguiente cuestión: ‘Elija usted una de estas tres cosas; metrotrén, ZALIA o dos grifos nuevos para lavar los pies en las escaleras 2 y 15’. Es de prever que el playu entrevistado se quedaría un instante un tanto perplejo ante la disparidad de los ‘objetos’ a elegir. Sin embargo, una vez cotejados mentalmente los presupuestos, la practicidad diaria de cada uno de ellos e, importante, la esperanza de vida del interpelado y, por tanto, de poder disfrutarlos antes de que le llame el barquero, se quedara, sin dudar, con los dos grifos.La sorpresa del playu vendría después cuando le dijeran: «Pues está usted de suerte, querido amigo. Le acaban de tocar… ‘¡estos grifos!’». Así. Sin más. Sin debates políticos ni prórrogas presupuestarias. Sin concurso de ideas ni comisiones informativas. Sin cambios de proyecto. Casi, casi casi, sin dinero. Atendiendo, eso sí, con años y paños de retraso una demanda ciudadana silenciosa, pero recogida numerosas veces por escrito en La Columna de EL COMERCIO.
Unos operarios municipales abrieron el tajo en marzo, enchufaron el agua, echaron un poco de cemento y dejaron en las escaleras 2 y 15 sendos grifos de botón para que el ciudadano pueda lavar sus pies a pie de rampa en ambos casos, un privilegio reservado hasta ahora a nuestra insigne Escalerona fuera de la temporada de baños. La situación era absurda, pues no a todo el mundo le cuadra bien abandonar la playa por El Náutico. Y la solución, tremendamente barata. No hacía falta un máster de esos que rifan en Madrid para resolverla. Pero bien está felicitarse por la buena nueva: poder darse un garbeo por la orilla y, de vuelta a casa, tener un grifo a mano para lavar los pinreles. Sin él, lo de quitar la arena ha sido un suplicio mayúsculo.
Ahora cabe esperar que no se abra un debate político sobre la idoneidad de los grifos, el coste o la ubicación. Déjenlo así, por favor. O instalen más si gustan. Ya pueden seguir llenando ríos de tinta con proyectos faraónicos que acaso vean nuestros biznietos. Nosotros, entretanto, con poder lavarnos los pies vamos que chutamos.
(Publicado en EL COMERCIO el viernes 13 de abril de 2018)