El cilúrnigo baja hasta San Lorenzo en el día perfecto para darse un baño. Orbaya como en los viejos tiempos y la playa, bien lo sabe, estará desierta de toallas, sin Nordeste y con una mar a veinte grados donde solo chapotearán los alumnos de las mil y una escuelas de surf. El día perfecto, según su manual de esquivar marabuntas y disfrutar de aguas plácidas, presenta sin embargo un elemento adverso que no podrá sortear: la desconfianza. ¿Habrá mancha? ¿Será marrón? ¿Será blanca? ¿Será sincera la bandera amarilla? Las cosas se han puesto demasiado feas este verano como para meterse al agua sin tomar en consideración el rosario de mareas negras, picores, conjuntivitis, vómitos y otras impuezas.
De modo que, pese a ir con el bañador puesto, el cilúrnigo acude en realidad a San Lorenzo a verse de nuevo cara a cara con su playa, otearla, mirarla a los ojos y decirle: «Así no». Con la retina puesta en las cristalinas aguas del Egeo, donde ha disfrutado como un enano durante casi tres semanas, el reto que plantea la bahía gijonesa no resiste el análisis, por mucho que políticos y mupis quieran mirar hacia otro lado. «La calidad del agua es excelente… La calidad del aire es excelente…», afirmaciones hipócritas ante solo las que solo cabe gritar: «¡Mierda!».
Mientras no haya una depuradora funcionando como debe, el cilúrnigo toma la dolorosa decisión de no volver a meter un pie en el agua de la bahía de Gijón. Así de simple. Y de duro. Nuestro mayor patrimonio, nuestro gran escaparate turístico está infectado, lleva así mucho tiempo y no cabe otra medida que pactar con él un divorcio temporal que las dos partes confían sea breve. Desde luego, no cabe pensar en volver a utilizar nuestra playa este verano por muchas tragaderas que se tengan.
Será un verano, sin duda, de piscinas y, monte arriba, fuera ya de las lindes de Gijón, de sabrosos ríos trucheros. Se trata de una separación dolorosa que recuerda una estampa de principios de verano, en pleno paseo del Muro. Dos personas, un hombre y una mujer, unidas por sus espaldas, apoyadas, acomodadas en el peldaño que preside la rotonda anterior a la ‘Lloca’. Dos posturas enfrentadas que bien podían inducir a pensar: ¿Divorcio? Evidentemente, no. Más bien, apoyo mutuo y esta ‘triple ce’ de la que tanto hablaba el padre del cilúrnigo: cariño, complicidad, compañía. Disculpen, señores fotografiados, la intromisión. Pero su postura, su oposición cómplice, bien ilustra los sentimientos encontrados que suscita estos días San Lorenzo a muchos gijoneses. Es la playa de sus ojos. Pero temporalmente deben darle la espalda. Contemplarla como siempre, pero no fundirse en sus olas hasta que los fluidos que la contaminan sean solo un lejano recuerdo.
(Publicado en EL COMERCIO el viernes 20 de julio de 2018)