Cuesta renunciar en septiembre a San Lorenzo. Este maravilloso mes, siempre cálido y sin vientos cortantes, ni masas, marca tradicionalmente el reencuentro del playu con su playa. Pero mientras algunos se siguen remojando como si nada pasara, otros han pasado a ver los toros desde la barrera. El Muro es más seguro. De momento, no hay bacterias fecales andantes. Aunque sí persisten barandillas desdentadas durante tres semanas en plena Escalerona. O cuatro accesos cerrados durante el mismo tiempo (9, 10, 11, 12) sin que una pala excavadora haga un rápido acopio de arena que permita reabrirlas en veinticuatro horas. Alguien piensa que basta con
malpintar toda la balaustrada en mayo. Lo demás ya se arreglará tarde y mal. Se nos llena la boca con nuestro Muro y nuestra playa;y rateamos hasta lo indecible su cuidado (mientras regalamos ‘tarjetas black’ al pueblo), de modo que siempre está imperfecta. Pero así, pensarán, todo cuadra: las barandillas rotas, las escaleras desconchadas, el óxido asomando y las natas emergentes del Piles, amén de las hermosas corrientes marrones que llegan, quién sabe
cuándo, del roto-emisario de Peñarrubia. Entra en su recta final el verano con un triste récord. Un cilúrnigo de medio siglo ha pasado el primer verano de su vida sin poner un pie en San Lorenzo. Evidentemente, hay otras playas. Pero es triste la decisión de coger la autopista para alejarse lo suficiente de la contaminación humana reflejada en el ¿azul? del mar.
Es un jueves radiante. Pero no. Nadie se cree ya las analíticas del agua (como las del aire, tomadas en Isabel la Católica, claro). Mejor pasear por el Muro. Ahí pasan Cundi y Abel (Abeloski, ¿se acuerdan?) enfrascados en plena conversación. Apetece pararles y preguntarles si se bañan. O por Baraja y sus alineaciones inverosímiles con Carmona anulado por la izquierda y un paquete arrubiau por la derecha. Ay si Isma Cerro o cualquier otro del filial hubiera hecho los tres nefastos partidos de Alvarito Jiménez. No habrían jugado ni el segundo siquiera. Pero esa es otra historia, irritante también, en rojo y blanco. La nuestra, de hoy, es la de la resignación de quien se planta frente a su playa y ha perdido la confianza en ella. Alguno recordará que los niños se bañan felices en el Ganges. O que hace cien años no existía saneamiento y los gijoneses se remojaban igual. Vale. Pero mientras llega la depuradora, reparen la barandilla, adecenten las escaleras, pinten el óxido… ¡Atiendan la playa las 24 horas del día! Y, por favor, no nos cuenten milongas.
(Publicado en EL COMERCIO el viernes 14 de septiembre de 2018)