Pasillo anexo a un quirófano del Hospital de Cabueñes. Una enfermera se acerca al paciente ‘aparcado’ junto a la pared antes de entrar a boxes y le pregunta:¿Dentadura postiza? No. ¿Piercings? No. ¿Prótesis? No. ¿Anillos? No. ¿….? Todo lo que ves es de verdad, pelo incluido; contesta finalmente el interrogado. Risas y apostilla: ¡Qué suerte!Luego llega un celador. ¿Qué rodilla te van a operar? La izquierda. ¡Señálamela! Risas. Es que algunos dicen la izquierda y te señalan luego la derecha, se explica. Dicho lo cual, saca una maquinilla e inicia el afeitado. Pasan tres enfermeras y alguna coña le dicen sobre su tarea. Él pasa al ataque: Poneros ahí, que luego voy por vosotras.
La tercera visita es la del anestesista. ¿Qué prefieres epidural o general? Vaya preguntas. El indocumentado sufridor replica: lo que tú digas. Pero apostilla: me habían dicho epidural. Vale, igual le añado… (misterio). En este entretenido pasillo solo falta la cirujana. Y llega. Hola, te voy a operar yo. ¿Estás bien? Sí, gracias. A ver si te esmeras… Más risas.
Estos son los ‘antecedentes’ del bautismo de quirófano del cilúrnigo, un concurrido tránsito donde la rutina del personal crea una idónea atmósfera de confianza. En el quirófano hace frío. No hay alarde tecnológico de aparatajes. Es una amplia estancia donde colocan al paciente tumbado como un cristo yacente. Llega la vía, la gran putada. Tres cornadas en la mano para enganchar el suero que le hacen ver las estrellas. Cuando se inclina para la epidural, no recuerda más.Cae roque (debieron de añadir coñac). Y despierta a media operación. Una sábana verde impide ver a las cuatro profesionales, todas mujeres, que se afanan con su menisco roto. Habla con ellas. ¿De qué? No se acuerda. Le había avisado un experto en estas lides de las paridas que se pueden soltar en un quirófano al despertar. ¿Las habrá dicho?Ni idea. De haber sido así, mil perdones.
En la sala de despertares ya siente los pinreles, mientras un agradable calor durmiente reina de los tobillos a la cintura. Curiosa placidez. Y lucidez. La artroscopia parece un sueño irreal. De nuevo en la sala de ingreso, donde empezó todo a las ocho de la mañana, llega la advertencia final:no se marcha uno hasta que haga pis. Como con los niños pequeños. Cuatro horas después, cuando vuelve a sentir las piernas y lo demás, avisa. La enfermera tiene la gentileza de abrir el grifo del baño para ‘animar’ y la cosa funciona. Adiós Cabueñes, qué pasillos más animados tienes. Casi apetece volver.
(Publicado en EL COMERCIO el jueves 24 de enero de 2019)