Hace justo dos años, un par de amigos gijoneses deciden ir a pasar el fin de semana a la Olla de San Vicente con tienda de campaña, algo de comida y una guitarra. Ya lo han hecho más veces. El plan es disfrutar de día de ese bellísimo remanso de agua del río más cristalino de Asturias, hacer algo de monte y, llegada la noche, encender un fuego, canturrear un poco y dormir en plena naturaleza. Sin embargo, el plan se verá truncado la primera noche de forma abrupta. La Olla, muy frecuentada en verano, es un pequeño paraíso en mayo sin apenas presencia humana pese a estar a media hora a pie desde la carretera de Cangas de Onís al Pontón. Están ya con la hoguera encendida, pero no han puesto la tienda, en la pradera encaramada sobre el río, desde donde se domina su desembocadura a la gran ‘olla’. Entonces escuchan unos gritos acompañados de la luz de un frontal que avanza, veloz, hacia ellos desde la parte baja. Es la voz de un hombre que les insulta desaforadamente. “Hijos de puta, cabrones, fuera de ahí, esto es mío, lo vais a llenar de mierda, mecaguendios..”. El energúmeno avanza y ellos, sin tiempo para reflexionar, deciden esconderse entre las zarzas.
El hombre llega, no le ven la cara debido al frontal, es corpulento, aparentemente fibroso, enérgico y sigue gritando e insultando. No salen.”Se que estáis ahí. Mecaguendios, ¡salir! Cabrones. Esto es mío. Aquí no podéis estarrrrr”. Esperan un rato y al final se va. Entonces vuelven a la hoguera sin dar crédito a lo vivido. Ambos tienen 40 años y son grandes amantes de la naturaleza; es decir, no van por ahí dejando cosas tiradas. También son plenamente pacíficos. Sin embargo, uno de ellos, por si las moscas, coge un buen palo por si retorna el energúmeno. Se sientan en la hoguera y empiezan a tranquilizarse. Pero pasados unos minutos, de nuevo irrumpen la luz del frontal, los gritos y el avance cuesta arriba. J. (les llamaremos por su inicial) amaga con volver a levantarse, pero D. se niega. “Yo no me voy. No estoy haciendo nada malo”. Se quedan sentados, silenciosos. Entonces aparece, amenazante, el energúmeno, que lleva un palo en la mano.
Vuelve a gritarles, a insultarles, a decirles, fuera de sí, que no pueden estar ahí, que se vayan inmediatamente. D. intenta calmarlo diciéndole que no están haciendo nada malo y pidiéndole que se tranquilice. Pero lejos de amilanarse, grita más y levanta el palo en señal de amenaza. Entonces a D. se le hinchan los cojones con esta absurda situación, coge el palo y se levanta haciéndole frente. La situación se tensa por momentos. Parece irreal, pero es verdad. Dos desconocidos, de noche, a la luz de una hoguera y un frontal, uno frente al otro, midiéndose con un palo alzado al aire, tanteando sus fuerzas y amenazándose mutuamente. Seguramente, en ese instante, a los dos gijoneses se les pasaría por la cabeza el absurdo en que se había convertido un fin de semana de relajante montaña. Pero la situación es esa y hay que darle una solución. Lo cierto es que la determinación de D. al levantarse con el palo ha descolocado un poco al energúmeno, al que no puede ver bien la cara por culpa del frontal. D. percibe que la intensidad de sus gritos ha bajado un diapasón al hacerle frente y aprovecha el momento de duda para argumentar; para dejarle claro que no están haciendo nada malo, que lo dejarán todo limpio y que les deje en paz. Él sigue vociferando, pero se aplaca un tanto.
Cinco minutos después, el druida del Dobra está sentado en la hoguera con los dos gijoneses, que han conseguido ‘domarlo’ para que depusiera sus amenazas. Pero la historia no ha hecho más que comenzar…
(mañana, capítulo 2)