Los gijoneses se dan un baño por la mañana, tras una incómoda noche en una cabaña abandonada, entre arañas y dios sabe qué, y D. toma la decisión de marcharse. Iban a quedarse tres días en la Olla de San Vicente pero la irrupción del energúmeno y sus chocantes historias le ha quitado la gracia. Quiere irse. J. acepta, pero, cortés, propone ir a despedirse antes del druida. Con tal de marchar, D. acepta. Escucha un flautín sonar en el bosque y camina en esa dirección hasta encontrarse, en pelota picada, con su ‘anfitrión’, vestido solo con la madera del flautín. Le cuenta una milonga y vuelven para Gijón. Sin embargo, antes de dos meses, volverán a saber de este extraño sujeto. El 7 de junio de 2017, una noticia publicada en EL COMERCIO, da cuenta de un particularísimo suceso.
Al parecer, dos turistas que fueron a pasar el día a la Olla de San Vicente se llevaron la desagradable sorpresa, cuando iban a emprender el regreso, de ver cómo les habían robado las bicicletas. Llamaron rápido a la Guardia Civil y para los agentes fue coser y cantar. Subieron un poco monte arriba, encontraron las dos bicicletas en una cabaña y detuvieron a dos personas. Uno resultó ser un asturiano a quien buscaban desde tiempo atrás por estar implicado en un ataque con artefactos explosivos cometido en Vigo en 2012 contra el Circulo de Empresarios de Galicia, reivindicado días después por el grupo anarquista Acción Directa Anticapitalista Internacionalista, vinculado a la ‘resistencia gallega’.
Una vez identificado, los agentes acaso pusieron más celo en el ‘terrorista’ astur-galaico que en su compañero. Cuando iniciaban la bajada, éste se les escapó tirándose por un barranco, sin que lo hubiesen podido localizar hasta la fecha. Hubo quien especuló que el huido pidió permiso a los agentes para hacer sus necesidades y cuando estaba a una distancia prudencial, se lanzó por el terraplén con el culo al aire.
Aquí termina nuestra historia. Desde que leyó aquella noticia, D. no ha dejado de preguntarse si el hombre del culo al aire no era otro que el controvertido druida y si, por lo tanto, habría posibilidades de que siga habitando los pasajes boscosos de la Olla de San Vicente. Con esa duda en el cuerpo, esta semana, el jueves en concreto, se puso en dirección al mismo lugar donde dos años atrás tuviera aquella extraña experiencia al calor de una hoguera. Esta vez fue solo. Sin miedo, pero sí con inquietud. D. piensa quedarse varios días acampado por las riberas del Dobra, meditando, leyendo y caminando. ¿Qué hará si se le aparece un energúmeno de noche gritándole que se vaya de ahí? No desea que ocurra. Pero si ocurre piensa quedarse estático, inmóvil, como una figura de sal y cuando lo tenga a un metro pronunciar serenamente su nombre y decirle: “Déjame en paz”.
EPÍLOGO
En sus crónicas de jueves a sábado de nuestro gijonés no hay encontronazo con el druida. Sin embargo, acaso para tener las cosas claras y no estar todo el tiempo con la mosca detrás de la oreja, el viernes se acercó a la cabaña que habitó nuestro personaje. Allí encontró muestras de abandono, se topó con un sapo y dio con sus pies ante el cadáver de un raposo. Aparentemente, el señor druida habita otros parajes a día de hoy. Sin embargo, ¿está seguro de que mientras humeaba en la cabaña no había dos ojos enfurecidos oteándole desde algún lugar oculto? Hoy todavía no ha dado señales de vida.