A las 10.45, Estaño recibe al cilúrnigo con una maravillosa soledad. Ni un alma. La playa más guapina del concejo ha entrado afortunadamente en el bucle de septiembre, cuando empieza en Gijón el verano de verdad. Días templados, aguas calmas y poca gente (Lo anterior, palgato). Como el cielo está azul, el clímax no es aún el propio de este mes mágico. Pero tener Estaño para uno solo es un lujo que se debe aprovechar. Lo primero, obviamente, es buscar orejitas. Sin moros en la costa, todas las arrojadas por la marea estarán ahí, confundidas en el pedrero de la orilla, aguardando a ser sorprendidas. Ya no está Vital Aza (fallecido en 2017, d.e.p..) en la pelea. Y pasado su reinado, en el arenal los aprendices aprovechan para llenar sus tarros de cristal de preciosos opérculos, como hiciera él durante décadas. El cilúrnigo se lanza a la orilla y una hora después, hasta diez orejitas, una de buena talla y nueve alevines, reposan en el bolsillo de su bañador, además de otras curiosas esquirlas.
La soledad, claro está, no es eterna. Dura exactamente dieciocho minutos. Pero la playa, al final de la mañana, apenas tendrá cuarenta privilegiados usuarios. Hay holgura para todos. La mar está inquieta. Se va rezagando enrabietada. Pero los baños saben igualmente a gloria en este arenal pedregoso que tiene el mejor masajeador de pies del Cantábrico.Dos semanas atrás, el cilúrnigo incumplió su promesa. Dijo que no volvería a San Lorenzo hasta que hubiera depuradora, pero pilló un día calmo, como si reluciera ya septiembre, y la pleamar de la rampla resultó una tentación demasiado playa. Retomó la tertulia flotando en las aguas con el señor Mingotes, y ambos arreglaron el mundo en un santiamén. Así se bañó varios días seguidos. Sin embargo, este martes volvió a aparecer la bicha en San Lorenzo. No en forma de detritos humanos, de los cuales uno no deja de recelar, sino en forma precisamente de bicho. Una rata talla ‘L’, en la orilla, frente a La Escalerona, sirvió de recordatorio de eso que no se ve, pero se intuye. La gente miraba asqueada y seguía ruta. Más de una hora duró la criatura hasta que un socorrista se prestó a retirarla. «Esto es una cloaca. Yo aquí no me baño ni loco», clamaba un habitual a pie de orilla. El cilúrnigo, testigo del raticidio, se documenta un poco más y se entera de que la rata de La Escalerona no fue un bicho aislado. Aparecen muchos días. De modo que su reencuentro con la Rampla queda literalmente chafado. Así fue cómo decidió recuperar la senda de Estaño y sus orejitas, pese a que los encantos de esta playa no estén tampoco lo suficientemente alejados del detritario humano diario de 150.000 gijoneses, ese que sale a chorro todos los días por una tubería en el fondo marino. Hay en Estaño, también, unas espumillas. ¿De algas? ¿De ajax pino? ¿De zurullo? La desconfianza en las analíticas no deja margen para un disfrute despreocupado. La huella del género humano llega hasta la Luna. Y si uno no cuida su espalda, además, en cualquier momento le puede atracar un jabalí.
Publicado en EL COMERCIO el jueves 5 de septiembre de 2019