La víspera, la cabeza está caliente y el ánimo alicaído. Al recoger la carta certificada del juzgado en Correos cuesta trabajo abrirla. Dentro hay una sentencia que pone fin a nueve años, ¡nueve!, de acoso telefónico, epistolar y finalmente judicial. Lo curioso del caso es que siendo la persona acosada eres también la denunciada. Te reclaman seiscientos y pico euros más costas. Lo justo es ganar, pero se puede perder. Por algo ese fondo de inversión, por llamarlo finamente, ha decidido pasar al ataque para empapelarte.Todo empezó al devolver un coche en un aeropuerto de Italia en 2010. ¿Todo ok? Todo ok. La sorpresa llega al regresar a Gijón y recibir un cargo de 634,54 euros por unos daños ficticios en la defensa del coche. Repasas el papel de la entrega y el pícaro italiano ya puso unas ininteligibles palabras en la sección ‘danni’ (daños). Y eso sin siquiera agacharse a mirar el coche ni decir que había algún problema. Vamos, una milonga para literalmente robarte el dinero. En las fotos te mandan unos contrastes en primer plano como si hubiera dos tonos grises en la defensa, algo imperceptible a simple vista. Imaginas como tesis acusadora que tuviste un roce y lo pintaste chuscamente. Pero tú también tienes una fotografía del coche, realizada tras la entrega a modo de ‘recuerdo’. Y ahí se ve que está perfecto.
Avisas a la tarjeta de crédito y se ponen al instante a la contra. Que pagues y reclames, dicen. Ya, a un estafador… Devuelves el cargo y recurres por escrito con mil argumentos, incluido el que da el Banco de España: derecho a devolver un recibo si no se acompaña la cantidad de tu firma y también si ésta excede con creces lo previsible. Así lo dice la ley. Da igual. Bombardeo de amenazas por teléfono y por carta durante años. La ‘deuda’ cambia de dueño y un nuevo banco ataca otro poco. El tema se duerme hasta que pasa un tercer actor al ataque. Te lanza un monitorio. Acudes a siete carrocerías y demuestras que desmontar, pintar y montar esa defensa (caso de necesitarse) cuesta entre 145 y 195 euros, ¡nueve años después! Te llevan a juicio, que no dura ni cinco minutos. No dominas el ambiente y te pones nervioso al argumentar. Pesa la ira.
Ahora llega la sentencia, que rozas con la yema de los dedos dentro del frío sobre. Si te absuelve, creerás en la justicia; si te condenan, además de sentirte robado, entrarás en una crisis de valores, en un tremendo descreimiento, en un abismo de desconfianza. Sales al Muro a serenar el ánimo, te sientas y rasgas el sobre mirando al mar. Son dos folios. Al final, bajo el epígrafe ‘Fallo’, lees: «Desestimado». Y ruges de felicidad. La justicia ha ganado.
Publicado en EL COMERCIO el jueves 17 de octubre de 2019