Cilurnigutatis Boulevard 14 (Estaño) | Campo y playu - Blogs elcomercio.es >

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Adrián Ausín

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Cilurnigutatis Boulevard 14 (Estaño)

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Estando Cílur apoyado en la barandilla del Muro, le entró un mensaje de Fauno. El rodaje de ‘Rebelión a bordo’ había comenzado con las secuencias dentro del barco y para ello solía estar anclado en lugares discretos cerca de la costa, de ahí que se les viera poco por Gijón. En las casetas de San Lorenzo, a la altura de la escalera 12, no había rastro de aquellos miembros del equipo de rodaje que se habían instalado inicialmente en la propia playa para pernoctar. Había sido acaso una toma de contacto con la ciudad y ahora no se sabía muy bien dónde andaban. El guasap de Fauno le animó a darse un largo paseo por la costa. Eran las once de la mañana y estaba vestido de corto, con playeros, camiseta, camisa de manga corta y un jersey a la cintura, así que se sentía cómodo para darse un pateo. De todas formas paró un instante en casa y metió en una mochila un botellín de agua, un bocadillo, una manzana y los prismáticos. Tomó la senda del Cervigón, rebasó el ‘Cantu los díes fuxíos’, una de las esculturas de la ciudad que más le gustaba, y siguió hasta el parque de La Providencia. Desde allí se divisaba un buen trozo de mar. Tomó los prismáticos y peinó la costa por la vertiente de Candás y Luanco, más allá de la Campa Torres. No vio nada parecido a un barco de época. Giró entonces hacia Villaviciosa; tampoco.

El día estaba soleado, así que se animó a continuar. Llegó hasta la playa de Estaño, una de sus favoritas, y se encontró el acceso cortado por obras. Pero notó algo raro. No había maquinaria. Solo unas vallas amarillas, con luces intermitentes y un par de operarios con chalecos reflectantes sentados en sendas sillas de lona. Uno tenía tatuajes en los brazos, entre los cuales sobresalía un nombre: Sandy. Aguzó el oído y les escuchó hablar en inglés. La carretera la habían asfaltado hacía un año apenas, de modo que el asunto le olió raro. Siguió la ruta hacia La Ñora sin decir nada, pero al momento se desvió monte arriba para buscar un promontorio que le permitiera ver Estaño. Subió, se arañó un poco, zigzagueó y cuando coronó aquella pequeña cima se abrió a sus ojos aquella pequeña y preciosa cala partida por una gran roca. A un lado, a escasa distancia mar adentro, divisó nítidamente el ‘Bounty’. Estaba anclado y lucía majestuoso. También, totalmente extemporáneo. 

Tomó los prismáticos y observó. En cubierta parecían estar en pleno rodaje. Movió los óculos y se topó directamente con Brad Pitt. Los giró un pelín  y ahí estaba Russell Patata Crowe. Frente a frente. Mantenían sus cuerpos tiesos, envarados y hablaban secamente. O era un diálogo de la película o discutían fuera de cámara. Una de dos. Otro movimiento ocular, un poco más arriba e irrumpió Roman Polanski. Menudo trío. La imagen era digna de portada, tomó algunas fotos con el móvil, pero pixelaban demasiado y le mandó una a Josechu, el fotógrafo titular de la revista, por si podía acercarse a la carrera con su motaza, con la prevención de esquivar la barrera de las falsas obras. Siguió mirando. De repente, descubrió dos espías más encaramados precisamente sobre la roca que partía en dos el arenal. Eran Pandi y Poma, tumbados tras una rocalla, también con prismáticos, en una posición más cercana que la suya. Coincidió entonces que le llegaba un mensaje suyo en el cual le avisaban de que habían pedido ya fotógrafo. Despliegue total. La respuesta fue provocativa:
-Os estoy viendo.
Ellos giraron entonces sus cabezas, pero tenían demasiado monte que auscultar. Hubo emoticonos de risas y Cílur les apostilló:
-Enseguida os dejo solos… Pero esto era cosa de Fauno.
-Sí pero no teníamos nada de Quentin, él estaba a la caza de Tarita y nos pidió hacer un barrido costero.
-OK.

En la cubierta del ‘Bounty’ todo parecía ir con cierta lentitud. Debían de estar rodando los tensos diálogos entre los protagonistas y eso siempre era objeto de repeticiones por buenos que fueran los actores, máxime con un director perfeccionista y puntilloso como Polanski. Al cabo de dos horas, parte de la tripulación pasó a un bote que avanzó hacia la orilla de Estaño. Ahí estaba todo el elenco. Salvo la Tarita gijonesa, al no rodarse ese día escenas en tierra firme. Pisaron la playa y Polanski se agachó enseguida a recoger algo entre las minúsculas piedras de la orilla. Seguro que era una orejita, un opérculo. Las olas arrojaban algunas todos los días y había bañistas aficionados a buscarlas. Había que mirar con atención buscando su cara tostada o el reverso blanco con aquel característico dibujo en espiral. Cílur las cogía de vez en cuando. En una hora podía encontrar cuatro, seis u ocho como mucho. Años atrás, cuando trabajaba en El Comercio, había dado en aquella playa con un singular personaje, un médico retirado, llamado Vital Aza, que había sido el cardiólogo de Franco. Le hizo una amplia entrevista en el jardín de su casa, donde reveló multitud de anécdotas de la vida del dictador y desde entonces lo veía siempre en la orilla de Estaño recogiendo orejitas. Tenía un saco entero lleno de ellas y cuando falleció sus hijos llenaron varios tarros con ellas y se acordaron de aquella única entrevista que había concedido su padre no sabían muy bien por qué; así que le ofrecieron amablemente un tarro a Cílur. Él agradeció el detalle, pero la entrega no llegó a consumarse.

Ahora veía a Polanski recoger una orejita de Estaño y le parecía que esta minúscula joya marina establecía una conexión entre el pequeño gran director, el cardiólogo y él mismo. A un lado iba Russell, aún enfundado en su traje de capitán de barco, y Cílur pensó en la cara que pondría si le enseñaba su foto con Tarantino lanzando piedras en los riscos de Covadonga. Brad Pitt caminaba rezagado hablando con un cámara. ¿Cómo abordar aquella situación? ¿Mirar o actuar? De repente, pasó algo inesperado. Parecían estar todos algo cansados del rodaje y acalorados por los ropajes que llevaban. Así que en un pis pas se estaban quitando la ropa entre grandes carcajadas, soltando palabros en inglés, lanzándola hacia todos lados y emitiendo aullidos divertidos, se quedaron en cueros y, zas, al agua. Tenían la playa cerrada para ellos, aunque no sabían que un amplio despliegue de ‘Magullu’, fotógrafo incluido, los observaba desde las alturas.

Las fotos de Josechu podían valer una fortuna, pero la política de ‘Magullu’ no iba por esos derroteros. De hecho, en su generoso sueldo tenía firmada una cláusula que incluía la entrega de todo el material a la revista, que nunca comercializaba con ese tipo de imágenes. Es más, en algunos casos se las entregaba a los propios protagonistas a modo de guiño para que considerasen a ‘Magullu’ un medio amigo y obrasen así también en consecuencia cuando les solicitase entrevistas o información de los rodajes. Ese sería el caso. Cílur no tuvo la menor duda. Sin embargo, eran situaciones de las cuales, sin ofrecer imágenes, sí podía hablarse de forma distendida. Decir que el equipo de ‘Rebelión a bordo’ se había bañado en pelota en Estaño sería algo con tirón, divertido y que no tendría consecuencias negativas para nadie. Otra cosa serían las fotografías. Josechu, de todas formas, disparaba a diestro y siniestro.

A ojo de prismático lo único que pudo distinguir Cílur fue que Brad Pitt, su gran rival, tenía las patucas delgadas, algo que, rebobinando, no recordaba haber visto en ninguna de sus películas. Un dato para el zurrón. Lo demás era bastante mundano. Las lorzas de Russell Patata Crowe, el menudo y blancuzco cuerpo de Polanski… Nada especial. El baño parecía estar previsto, pues un par de asistentes que se quedaron en la orilla esperaron con toallas a todos los remojados, que se quedaron luego un rato sentados sobre la arena, envueltos, mientras recuperaban el calor. Era media tarde cuando el ‘Bounty’ soltó amarras y viró de nuevo hacia Gijón para guarecerse en el puerto de El Musel. La comitiva de ‘Magullu’ se reunió media hora después en el aparcamiento de la playa. Cuando se fueron ya no había vallas de obra cerrando el paso. Josechu llevó en moto a Cílur; Pandi y Poma cogieron la suya para intentar seguir el rastro del microbús que recogería al equipo de rodaje, para ver dónde se alojaban. La jornada había resultado fructífera. Cuando menos, distinta.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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