Cilurnigutatis Boulevard 17 (Resacón en la Ería) | Campo y playu - Blogs elcomercio.es >

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Adrián Ausín

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Cilurnigutatis Boulevard 17 (Resacón en la Ería)

17.

Cílur despertó a media mañana con un resacón tremendo. Subió la persiana, volvió a la cama y tomó la tablet para repasar la prensa. En El Comercio Digital, ahí estaba ella, en la gran foto de apertura, junto a Brad Pitt, Russell ‘Patata’ Crowe’ y Polanski, con todas aquellas bailarinas detrás. Pese al clavo, empezaba a rebobinar todo lo ocurrido: aquel maravilloso baile con Tarita interrumpido por una asistente del rodaje que vino a llevársela para la sesión de fotos, la subida al escenario de todas las estrellas de ‘Rebelión a bordo’ para saludar al público amablemente y los pasos de baile dados ‘ligeramente’ por todos ellos, salvo Polanski, al reanudarse tibiamente la música de fondo de los tambores. Aquel fue el momento de la noche. La gran foto que cargaba las pilas del negocio para Ramos y Guti, quienes pasadas las fotografías departieron un rato con las estrellas en un lugar bien visible para satisfacción de los asistentes.

Sin embargo, faltaba otro instante glorioso. Eran casi las cinco de la mañana cuando Guti subió al escenario para anunciar que ese día era el cumpleaños de Polanski, al cual le felicitaba efusivamente la ciudad de Gijón. También anunció una sorpresa. “Roman, hay alguien muy especial entre nosotros que quiere cantarte algo”. Entonces, entre el respetable avanzó una dama tan luminosa como los futbolistas del Madrid, subió los peldaños del escenario con una sensualidad hologramesca y tomó el micrófono. Parecía un poco bebida, pero Marilyn con unas copas de más era, cómo decirlo, adquiría una sensualidad aún mayor al dotar a sus movimientos de una ‘cámara lenta’ irresistible. “Its a great night for meee…, and Im goingggg to sing for Romannn with all my love”, susurró. Dicho esto, se arrancó con un maravilloso ‘Happy birthday’ que dejó embelesados a todos. Fue algo así como aquella escena de ‘El perfume’ en la cual antes de ser ajusticiado el protagonista lanza su elixir al aire y los cientos de personas que aguardaban la ejecución presas de la ira caen en un encantamiento tal que les lleva a quitarse la ropa y a revolverse las unas con las otras. Aquí la sangre no llegó al río, pero Abanico Estelar se quedó mudo durante cinco minutos.

Detrás de cada careta había una boca abierta, fuera de hombre o de mujer. Al acabar, toda la terraza retumbó con la ovación del respetable y Roman Polanski subía al escenario para besar a Marilyn. Dos seguratas custodiaban que el ósculo se produjera de forma reglamentaria pues Polanski, pese a esas alturas medir ya solo uno veinticinco, tenía una hoja de servicios muy sospechosa con las mujeres y se había visto envuelto en varias denuncias de acoso sexual, si bien ninguna había llegado a la condena. El director polaco accedió al escenario, se subió presto a una banqueta y besó a Marilyn en la frente, pudoroso y educado, sabedor de que todas las miradas se concentraban en aquel instante. Su afilada nariz quedó así incrustada sobre la cabellera de la bella dama que recibió el beso y la incrustación nasal con una sonora y desinhibida carcajada. Polanski desapareció rápidamente del escenario y allí llegó Audrey a felicitar a su amiga. Cuando Cílur siguió atentamente con la mirada su camino de vuelta pudo ver que se encontraban sentadas no muy lejos de Spielberg, en un altillo, con los ‘Paradisos’, que lucían ya siempre unas rockeras gafas negras muy ad hoc. 

De toda la noche daría cuenta Isabel Cordornices en ‘Magullu’, la veterana fiestera gijonesa que no se perdía detalle en este tipo de festejos. Prese le había enviado un guasap a altas horas avanzándole que Spielberg sería noticia enseguida.
-Ya te contaré. Aquí hay magullu; le había apostillado.
-¿Más aguarones?
-No precisamente. Igual cambia de bicho…
-Ya me contarás.

Poma y Pandi habían aparecido tarde en la fiesta, cuando tuvieron la certeza de que Tarantino no se movería de su habitación. Desde la calle se le veían las plantas de los pies sobre la cama enfocando al balcón abierto. Según pudieron saber, no dormía. Leía más bien, enfrascado en una lectura que le había sumergido en otro período espectacular de la historia de España con gran protagonismo astur, esta vez en un plano más anecdótico, unos siglos después de Pelayo. Se trataba del desembarco de Carlos V en Villaviciosa el 19 de septiembre de 1517, a sus 17 años, para tomar el trono que recibía en herencia de Fernando el Católico. El libro era la crónica viajera escrita por su camarero, Laurent Vital, un fascinante relato, el más fiel de aquellos días, que dedica una treintena de sus páginas a relatar la llegada a Villaviciosa; las cuatro noches en la Casa de los Hevia y el trayecto posterior a caballo con escalas y pernoctas en Colunga, Ribadesella, Llanes y Colombres; antes de llegar a Tordesillas, donde vería a su madre, Juana la Loca. Poma y Pandi indagaban cómo había Quentin dado con ese libro, así como si tenía algo que ver la vecina librería Paradiso. Ambos se llevaban genial, de modo que no les importaba echar todas las horas del mundo investigando al famoseo, o aguardando sentados en un portal, como en este caso, a ver si los pies de Tarantino daban un giro sospechoso rumbo a alguna parte.

Desde la cama, Cílur podía trabajar intensamente. Guasaps para ponerse al día, tableta para leer la actualidad y finalmente ordenador portátil en caso de necesitar escribir algo. Era su despacho favorito, donde arrancaba muchos días la ‘jornada laboral’ antes de sacar un pie de la cama, estratégicamente dispuesta para divisar desde ella toda la playa de San Lorenzo. Aquella mañana era una copia de las demás de septiembre, la temperatura seguía maravillosamente estanca, estable en los 19 grados, con el oleaje acompasado por una placidez generalizada y aún bañistas en el arenal. Las fuerzas no le permitirían acudir a su cita informal con Mingotes en la Rampla a darse un baño resucitador. No por lo menos entre la una y las dos, pues el reloj marcaba ya la una y cuarto y la cama seguía siendo en esas condiciones el mejor océano para nadar.

A las dos y media seguía intercambiando mensajes. Velutina daba cuenta del pedo de Marilyn y Audrey, a quienes gentilmente dejaron en el apartahotel los ‘Paradisos’ con su Citroën Dos Caballos naranja. Prese seguía provocando con el nuevo proyecto de Spielberg sin revelar todo lo que sabía (veterano como era, tenía claro que su exclusiva debería aguardar a que pasase todo el ruido de ‘Rebelión a bordo’, máxime al tratarse al parecer de un proyecto en fase embrionaria). Fauno informaba de que Tarita había marchado en taxi para casa con sus amigas poco después del baile en el escenario. Codornices pedía ya maquetas para dejar resuelta su crónica nocturna… Todos los objetivos informativos estaban más o menos enfocados, pero ninguno cerrado. La noche no había servido para avanzar en cuestiones básicas: trabar contacto con Polanski para negociar un reportaje del rodaje; atacar a Tarantino o a Russell para hablar de ‘Pelayus’; saber la conexión entre Tarantino y los hologramas de Andrey y Marilyn, saber a qué se dedicaba Brad Pitt en Gijón… No había que precipitarse. En aquellas fiestas el famoseo llevaba una cierta coraza y era más apropiado abordarlos en otro tipo de situaciones. Las manzanas irían cayendo del árbol poco a poco, como empezaba a ocurrir cada vez con mayor frecuencia en la pequeña pomarada que tenía Cílur a las afueras de Gijón, aquella finca donde hacía sidra casera y celebraba todo el verano comidas con la familia y los amigos y alguna que otra juerga nocturna, pues el prao tenía una pequeña edificación suficiente para acoger un dormitorio, un baño y un salón-cocina donde había construido un gran escaño de madera. ¿Ir hasta allí a reposar un poco y regar la huerta o seguir en la cama hasta las cinco?

Mientras se debatía, empezó a repasar mentalmente el baile con Tarita. Aquello sí que había sido el gran éxito de la noche. Un pequeño gran avance. Reprodujo a cámara lenta la conversación, el momento en que le cogió las manos para girar sobre sí mismos, el roce de la oreja con sus labios, aquella sonrisa celestial que tenía su historiadora del arte reconvertida en actriz, la nariz perfecta (más bien pequeña y muy original), los ojos rasgados, un bonito pelo negro… Rasgos exóticos para Gijón sobre los que le había interrogado en más de una ocasión. Tenía ya curiosidad de ver a sus padres para entender mejor cómo había tenido lugar aquel milagro gijonés sobre el cual ella se limitaba siempre a escurrir el bulto, como si se sintiera incómoda entre piropos. A ver si acababa pronto aquel rodaje, pensó. Entonces, pensando en Tarita, le alumbró una idea ‘laboral’ que podría acercarle a Quentin Tarantino: al día siguiente, Tazones celebraba el desembarco de Carlos V, una recreación que a buen seguro sería del gusto del director, de modo que decidió dar el paso y abordarlo directamente. Encendió el ordenador, redactó una invitación, dándole varias vueltas al contenido y la pasó directamente al hotel. Había que coger el toro por los cuernos y empezar a ver si aquella foto de Javi Güellinos con Russell ‘Patata’ Crowe arrojando grandes piedras en los riscos de Covadonga sería la siguiente portada de ‘Magullu’. Dos horas después recibió una escueta respuesta a su proposición:
-OK.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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