En ‘Sword of trust’ una pareja de lesbianas llega a una tienda de compraventa de objetos para saber cuánto puede valer una espada heredada del abuelo de una de ellas que en teoría fue decisiva en la guerra de secesión. En ‘El viaje de Lilian’, una joven rusa que no domina el inglés, anclada en Nueva York y sin un dólar en el bolsillo, decide volver a su país caminando rumbo a Alaska. En ‘System crasher’, una niña de nueve años aniquila con su ira todo el sistema educativo alemán. Son tres maravillosos ejemplos de esas películas ajenas al circuito comercial, cada vez más indigesto, que nos ha permitido ver el FICX. Bocanadas de aire fresco, diferente, independiente que nos recuerdan una semana al año, en este torrentoso noviembre, que el cine de verdad aún existe. Como el de esas tres parejas de policías nocturnos que patrullan la noche de Sofía (Bulgaria) en ‘Rounds’, donde confluyen humor y amargura a partes iguales. O la singular historia de esa adolescente que dinamita su vida y la de sus padres con dos bombazos simultáneos: caer en el abismo del cáncer y enamorarse de un drogata callejero; el drama de la australiana ‘Babyteeth’. O el desfase transgresor del poeta maldito, siempre colocado y curiosamente millonario que encarna Matthew McConaughey en¡ ‘Beach bum’.Seis ejemplos de películas con miga que ha traído bajo el brazo el FICX 2019 (otras hubo, leídas las críticas, que no pudo ver este cilúrnigo). Sin embargo, todo festival cinéfilo que se precie ha de traer consigo también una cuota de truños que complete la argamasa consustancial a su, digamos, vena iraní. Así es como el sufrido visionador cae en las garras de letanías como la catalana ‘Las perseidas’, la costarricense ‘Ceniza negra’, la mexicana ‘Midnight family’ y, digámoslo sin tapujos, la portuguesa ‘Vitalina Varela’. Seis éxitos y cuatro fracasos, más un extraño documental de Herzog, es un balance final casi para firmar.
Queda para la reflexión la perplejidad final de por qué otorgar el máximo galardón a la película que registró la mayor desbandada en el pase de prensa, donde no dejó de sonar la puerta y no recibió ni un educado aplauso, como se habitúa, a su término. ‘Vitalina Varela’ posee una fotografía tan magistral como tenebrosa y un uso de la luz maravilloso entre las cochambres de un poblado de chabolas lisboeta. Eso es todo. La historia no existe y la sucesión de diapositivas en que se convierten sus lentísimos encuadres aburre a las piedras. Tal parece el peaje obligado para dejarnos claro, tras divertirnos una semana, quién sabe verdaderamente de cine y quién va solo a comer palomitas, pues no todo el mundo está capacitado para valorar la poesía de un trozo de desierto inmovilizado.
A la masa tonta siempre nos quedará ‘La espada de la verdad’, con su acidez y su ironía, que tuvo su maravilloso epílogo en el vídeo de agradecimiento del protagonista por el premio al mejor actor. Quien tenga problemas de sueño, eso sí, que opte por ‘Vitalina’.
Publicado en EL COMERCIO el jueves 28 de noviembre de 2019