Cilurnigutatis Boulevard 24 (Abordaje) | Campo y playu - Blogs elcomercio.es >

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Adrián Ausín

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Cilurnigutatis Boulevard 24 (Abordaje)

24.

Anochecía en el Muelle cuando la motora de ‘Magullu’ abandonaba suavemente el pantalán con Cílur, Fauno y Pandi a bordo. Josecho tenía el encargo de tomar unas fotos del ‘Bounty’ desde la Campa Torres; un plano medio que no atacara la intimidad de sus posibles inquilinos. Nada más. La misión, en este caso, era más informativa que otra cosa. Querían saber qué se cocía ahí dentro; luego ya se vería cómo se utilizaba la pesca. Cuando estaban a apenas treinta metros del velero, Cílur tomó los prismáticos y pudo verificar en un primer vistazo la existencia de las suites. A la mitad del casco sobresalían a estribor dos líneas de luz alargadas de unos ventanales que quedaban al descubierto al levantarse unas contraventanas de la propia madera del barco imperceptibles en la distancia. Solo que estas no eran como las tradicionales que abrían hacia los lados, sino de abajo hacia arriba. Era de suponer que a babor, contra el dique, hubiera asimismo otras dos. Con ellas cerradas, de día, nada hacía imaginar su existencia. Ahora, en la intimidad de la noche, se podían vislumbrar claramente.

La embarcación se aproximó unos metros más. Cílur ajustó los prismáticos de última generación y enseguida distinguió claramente a Roman Polanski con su hermosa mujer, Emmanuelle Seigner, uno a cada lado de una mesa, en posición de estar cenando. No la había llevado a la fiesta de Abanico. Acaso acabase de llegar a Cilurnigutatis procedente de algún rodaje. Habría que verificarlo. Una persona entró en el camerino y dejó algo sobre la mesa. El ya nonagenario director, en un estado de salud envidiable, se mostraba activo en la conversación. Eso, al menos, dejaban traslucir sus gestos. Ella parecía más comedida, menos habladora. La estampa era relajante. Un matrimonio en la intimidad de su hogar provisional cenando frugalmente. Se distinguía una botella de vino, que Roman tomó para rellenar los vasos de ambos, hicieron un pequeño brindis y luego se lo aproximaron a la boca.

Controlados Polanski y Seigner, el prismático giró a la derecha, hacia la siguiente suite. Una persona caminaba transversalmente por ella. Era Brad Pitt. Llevaba camiseta y vaqueros. Abrió una nevera, cogió un par de cervezas y desandó su camino. En el camerino había una mujer, pero estaba de espaldas. ¿Tarita? Imposible aclararlo. Estaba sentada en un sillón orejero y apenas se distinguía su melena de forma lateral. Brad se sentó en un amplio sofá, quedando situado frente a frente con los prismáticos. Mostraba ese gesto tan suyo con la cabeza echada hacia atrás y un brazo estirado, mientras el otro sostenía la cerveza, de la que daba pequeños tragos cada poco. Su dama era un enigma. ¿Angelina Jolie? ¿Habrían vuelto? Esa era una maravillosa posibilidad que despejaría el terreno sobremanera. Apagaron el motor de ‘Magullu’ y aguardaron plácidos. Pandi abrió a su vez tres cervezas y Fauno empezó a especular sobre la secreta identidad de aquella mujer.
-Ya tenemos ‘caso Brad Pitt’, susurró.
Pandi se limpió las gafas para mejorar la vista, ajustó también sus prismáticos y apostilló:
-¿Y si es Angelina? A mí el pelo se me parece.
-Ojalá lo fuera, apostilló Cílur, muy concentrado en cada movimiento por si se producía el giro suficiente para ver la cara a la dama.

En esas estaban cuando Brad se levantó hacia ella y comenzó a besarla con cierto ímpetu, ella le levantó la camiseta y cuando parecía que la cosa tomaba el pertinente cariz erótico-festivo, Pata Pitillo Pitt estiró un brazo no se sabe muy bien hacia dónde y las luces se apagaron. Maldición.
-Revolcón en El Musel, retrató Fauno.
-Buen título para ‘Magullu’, rió Pandi.
-Grrrr, masculló Cílur al desconocer la identidad de la dama.

En la suite de Polanski, la pareja había pasado también a los sofás y veía adormecida la televisión, acaso una película. A estribor, el ‘Bounty’ no ofrecía más. Coger ángulo a babor era complicado. Arrancaron ‘Magullu’ y tomaron dirección hacia la Campa Torres para contemplar el velero desde el otro lado. Sin embargo, el contrafuerte del dique anulaba cualquier posibilidad de contemplar el casco por ese lado. Entonces ocurrió algo imprevisto. Del despeñadero de la Campa cayeron unas pequeñas piedras, el clásico desprendimiento producido por la acción de un jabalí, una cabra o incluso un ave. Había buena Luna y, ayudados por un foco, ganaron claridad en la dirección de las piedras caídas. Subieron un poco, otro poco y casi ya en la cima distinguieron inequívocamente a un hombre, a pecho descubierto, que llevaba rodando una buena piedra circular cuesta arriba. La portentosa imagen les hizo pensar rápidamente en Russell Patata Crowe, quien debía de continuar con su preparación para poder ser ‘Pelayus’ un día no muy lejano. ¿Le esperaría Tarantino arriba para un nuevo combate a espada? En el silencio de la noche, aguzando el oído, se podían incluso distinguir sus espasmódicos gemidos. Aquellos desgarros guturales tuvieron enseguida recompensa, pues cinco minutos después culminaba la subida, perdiéndose su visión desde la lámina de agua que definía el Cantábrico aquella noche.

Pebels había contado que las suites podían ser tres, dos por estribor, algo más lujosas, que atracaban siempre mirando al mar y la tercera a babor, parecida en tamaño, que compartía babor con otros departamentos del velero. El esquema cuadraba con el hecho de que Crowe, con vistas a la Campa, hubiera alimentado el deseo de trazar la línea más recta hacia el asentamiento cilúrnigo. Acercaron ‘Magullu’ al acantilado y enfocaron unos enseres depositados en sobre una piedra; entre ellos, una camiseta serigrafiada con una escena del rodaje de ‘Rebelión a bordo’. Todo cuadraba. Iniciaron el retorno. Era la una de la mañana y las luces del ‘Bounty’ estaban ya apagadas. El revolcón en El Musel parecía haber llegado a su fin y el nonagenario Roman dormiría plácidamente con su bella esposa; mientras el inflexible capitán del velero culminaba su sobrehumano esfuerzo en su tenaz terapia antilorza. Arriba, sin embargo, no se escuchó el sonido de las espadas. Habría sido demasiado abuso lidiar con el primer rey de los asturianos después de tamaño esfuerzo. Quizá Quentin también tuviera su corazoncito.

 

 

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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