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Adrián Ausín

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Cilurnigutatis Boulevard 30 (Luanco)

30.

Quentin fue fiel a la cita, pero no llevó a los hologramas. Tras el periplo castellano, ellas habían vuelto a zambullirse en la vida social gijonesa y él agradecía esa dispersión para seguir profundizando en sus lecturas. Sin embargo, había algo más. Velutina había aprovechado su condición insectívora para posarse en su hombro y acompañarle a todas partes. Así fue como acabó dando con sus alas en el hotel de la Reconquista. Encuentro secreto entre Tarantino y un grupo de empresarios. La había avisado Prese de que hiciera aquel marcaje, pues tenía un chivatazo con pinta de ser bueno, pero no quería despistar a Spielberg y decidió ‘pasarle’ el éxito a la avispa. A su edad ya repartía juego todo lo que podía para estar él más tranquilo. Bastaba agradecérselo. Así fue como Velutina acabó en un discreto salón del hotel ovetense entre vetustos hombres de negocios con gafas oscuras y dos distinguidas damas procedentes de Madrid. Se trataba de dos de las mayores empresarias de España, millonarias, elegantes y distinguidas. Por la forma de saludarse, Velutina, apostada en un dintel, no fuera a ser cazada, pudo apreciar que aquellas personas no era la primera vez que se veían; ni entre ellas, lógicamente, pues las grandes fortunas de Asturias tenían lógicas conexiones; ni tampoco con el director de Tennessee. Había familiaridad en el trato y, eso, dado el tema de fondo, demostraba que el proyecto de ‘Pelayus’ estaba avanzado.

La cosa prometía, pero Velutina fue descubierta. De repente, Quentin giró la vista hacia ella, no se sabe si por corazonada o deslumbrado por sus patas amarillo chillón, se incorporó como un leopardo y le lanzó un certero golpe con un ramillete de folios que tenía en ese momento en la mano. Libró por pelos, emprendiendo el vuelo hacia arriba. Él le siguió la pista y no la perdió en todo el encuentro, que duró unos 45 minutos. Desde su distancia de seguridad, el avispón no podía escuchar más que palabras aisladas pronunciadas un poco más alto, pues la reunión avanzó en tono sigiloso. No había concreciones, pero el encuentro le servía a Cílur para meterle las gomas con preguntas concretas.

Octubre había arrancado soleado y esto les permitió reunirse al aire libre, en la Cuesta del Cholo. Taran ensayó con la sidra, pero tras arrojar un buen chorro al suelo le pasó el testigo a Cílur para que hiciera los honores. Empezaron con sidra, aceitunas y mollejas. Las mollejas del Madrugo, sobre las que empezó el tercer grado.
-Ummmmm; ohhhhhh; ahhhhhh; de ahí no salía Taran evocando aquellos diminutos trozos de carne.
Luego pasaron a la ruta isabelina, que le había fascinado. Habló de Madchigal de las Toues; Tourdesillash; Seugovia; Medina del Campou… Y no dejó de alabar torres, castillos, alcázares, salones, monjas de clausura, panteones…
-Ahora solo te falta ir a Granada a ver la tumba de los Reyes Católicos y la Alhambra conquistada por ellos…
-Gra-na-da; pronunció quédamente con un brillo en la mirada.
-“Tierra soñada por mí…”, replicó Cílur cantando.
-“Dale limosna mujer, que no hay en la vida nada, como la pena de ser ciego en Granada”, recitó entonces Quentin con una dicción perfecta.
-Pero bueno, muy preparado te veo.
-(Risas) Gra-na-da; repitió mirando al cielo gijonés.

Entonces Cílur consideró llegado el momento de pasar al ataque de una vez. Y le soltó a bocajarro:
-¿Cuándo empieza el rodaje de ‘Pelayus’?
Quentin le miró, alzó las cejas, volvió a mirarle, se rascó la barbilla, movió la cabeza arriba y abajo como si estuviera amortiguando sus pensamientos; y replicó:
-¡Mañana! (tras lo cual soltó una estruendosa carcajada mientras se daba golpes con las manos en las rodillas).
La carcajada contagió de inmediato a su interrogador, que no se esperaba la salida y ambos estuvieron un par de minutos sin poder hablar. Un poco recuperado, Cílur contraatacó.
-¿Mañana en Covadonga con Russell Crowe?
La mirada de escrutativa de Quentin fue un poema. Más risas, más gestos y finalmente, escueto pero meridianamente claro replicó:
-Yes. Yessssss. Yeaaaah.

Después de tres botellas de sidra y dos vasos de aceitunas, apareció Lifus, que se dio grandes abrazos con Taran, como le llamaba ya familiarmente. Los tres bajaron a la motora de ‘Magullu’, rodearon en ‘Elogio’, se adentraron un poco hacia la bahía de San Lorenzo, donde Cílur no dudó en tirar a Tarantino al agua; luego se lanzó él detrás para que no se picara mientras Lifus ponía a todo volumen la banda sonora de ‘Granujas a todo ritmo’. Después se secarse y de ponerse unos bañadores y camisetas secas que había en la motora, viraron hacia Luanco y se instalaron en la terraza del Muelle, el coqueto bar portuario, donde se dieron una gran panzada de comer. Pastel de cabracho, mejillones, calamares, gambas, navajas, bocartes, arroz con leche… y casi una caja de sidra. Cuando acabaron, Lifus puso en su móvil el disco ‘Lo mejor del soul’ y los tres acompañaron las cadenciosas músicas con desafinados bailes frente a la terraza que el público acabó por aplaudir entre risas. De vuelta al barco, antes de regresar a Cilurnigutatis, quedaron una hora fritos en cubierta, con las caras expuestas a esos ventiún grados que lucía aquella tarde de primeros de octubre; un regalo para los sentidos. Al despertar eran ya casi las seis de la tarde. Cílur siguió metiéndole las gomas a Quentin y este fue soltando jugosos datos de la macroproducción que estaba a punto de emerger de las entrañas de la tierra asturiana para fascinar al mundo entero. Una macroproducción que él mismo dirigiría y que ya tenía actor principal elegido. Crowe se lo había ganado. La prueba la tendrían a la vuelta. Hablando, hablando, les dieron las ocho y media en cubierta, a la vista del puerto pesquero de Luanco. Ya de vuelta, en plena puesta de sol, con la ropa ya seca, cambiaron los bañadores y camisetas de propaganda por una indumentaria más homologable al mes de octubre y Quentin pidió a Lifus que girase la embarcación hacia el ‘lado oscuro’ de El Musel.
-Go, go, go; iba señalando con la mano.

Y ahí estaba. Cuando la débil luz que aún quedaba provocaba cierta confusión entre los tonos de la montaña, especialmente para la miopía de Cílur, consiguieron distinguir finalmente a una persona encaramándose por el acantilado, rumbo a la Campa Torres, con un gran pedrusco en su espalda. Tomaron los prismáticos y definieron perfectamente su figura. Era Russell. Había regresado del ‘Bounty’ y seguía sacando músculo de entre sus abundantes lorzas para aproximarse a ese tono físico que le permitiese echar sobre sus hombros la Reconquista del territorio hispano. Ahí es nada. Su esfuerzo era clara prueba del interés. No había lugar a dudas. El papel sería suyo. Lo contrario parecería una provocación del director de ‘Pelayus’ quien tenía un claro lado sádico en su forma de comportarse, pero no podía hacer oídos sordos a tan clara manifestación de entusiasmo por el primer rey de los asturianos y, por ende, de los españoles. Quentin alzó un brazo, extendido hacia aquella figura en movimiento, extendió su índice ceremonioso y manifestó:
-Ese es Pelayo; vuestro rey.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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