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Nada debía faltar aquella mañana. Y así fue. En la azotea de ‘Magullu’, al sol de un 8 de octubre, un trío discreto tocaba canciones de Elvis en modo instrumental. Ambiente de vermú. Finalizada la entrevista, Fauno y Tarita asomaron a aquella atalaya distendida donde Cílur, Super Ratona, Velutina, Poma y Pandi se recreaban en la placidez de la bahía gijonesa con exquisitos cócteles de cítricos en sus manos. La idea era un almuerzo informal servido por una empresa de cátering. Bastaban dos llamadas de la Súper Ratona para que aquello pareciese el mismísimo Hollywood y así era. El cielo estaba estático, salpicado de nubes ligeras en una quietud que las hacía cómplices del karma de aquella jornada. Tarita irrumpió sonriendo, diciéndole algo a Fauno que a Cílur se le escapó. Pero que arrancó una sonora carcajada a aquel buen periodista. Como le pudo la curiosidad, Cílur deslizó:
-Me estoy perdiendo algo…
Pero ellos llegaron abundando en algo que los traía muy entretenidos.
-¿No me digas que tenemos alguna exclusiva?, preguntó a Fauno.
-(Risas) Mejor que te lo diga ella.
La víspera Tarita había recibido la confirmación de una multinacional italiana que preveía desembarcar en Gijón para dar un vuelco a Laboral Centro de Arte. Ya habían negociado con el Principado el alquiler del espacio y buscaban un perfil que encajaba a la perfección con Tarita. Una experta en Arte que, además, diera buena imagen y tuviera una cierta proyección pública. Tarita estaba autorizada a hacer público su fichaje de forma discreta; esto es, si aportar detalles sobre los contenidos que se preveían para el espacio. Simplemente podía decir que se trataba de un proyecto de envergadura internacional que contribuiría a fijar a Cilurnigutatis en el mapa mundial en un plano que por otro lado casaba perfectamente con el cine y el mundo del arte en general. El bombazo saldría en el siguiente número, de forma coordinada con el periódico El Comercio, con el cual mantenían una extraordinaria relación, para que ninguno de los dos se pisara entre sí. La noticia era doblemente buena: suponía para la interesada la culminación de sus ambiciones profesionales y para Cílur, entretanto, el saber que su incursión en el cine había sido ocasional y su residencia para los próximos años no sería Hollywood ni Los Ángeles; sino Cilurnigutatis. Algo fundamental para poder avanzar en su plan de ataque.
Todos brindaron por aquel gran emporio que iba a llegar a la ciudad. Tarita reveló que la multinacional, Milan Trade Center, se había sentido fascinada por la Universidad Laboral y el Jardín Botánico, dos ‘vecinos’ del Centro de Arte que brindaban múltiples posibilidades expositivas y la posibilidad de organizar eventos culturales con sedes complementarias. Así se lo habían hecho saber en la entrevista personal que habían mantenido días atrás. Ella, esbozó, tenía mil ideas en las cuales figuraban las antiguas cocinas de la Laboral, el teatro, la iglesia reconvertida en sala expositiva, el salón de pinturas, al fin restaurado tras años de abandono y, en el ámbito del Botánico, la carbayera, el laberinto, los rincones del río Peñafrancia, la laguna, los ingenios acuíferos… Además, claro está, de las propias instalaciones del Centro de Arte que serían la matriz de todo el proyecto. Lo contaba y se le iluminaban los ojos con tal determinación que a Cílur casi se le cae al suelo el combinado que tenía en las manos. Ese brillo en la mirada se lo había visto pocas veces pues hasta ahora le había tocado lidiar con trabajos que no tocaban directamente su pasión por el arte. Al hablar del proyecto desaparecía por completo esa timidez inicial que la recubría de un velo invisible para mostrar otra Tarita decidida y desinhibida que dejaba al ‘Magullu’ boquiabierto. Apuró el combinado de un trago para tomar impulso y de repente, tras las encendidas felicitaciones de todos, le soltó:
-¿A que no me sigues?
Cílur se puso a bailar a cámara lenta al compás de una música envolvente como si fuera entrecortándose cada movimiento en una ráfaga de diapositivas proyectadas con una cadenciosa secuencia. Tras una carcajada inicial, Tarita no dudó en lanzarse al ruedo y así lo hicieron también Fauno, Poma, Pandi, la Novia de Súper Ratón e incluso Prese, que acababa de llegar a la azotea, con su poblada barba blanca presidiendo su alargada figura y un acompañante con visera, gafas y barba que tenía toda la pinta de ser Steven Spielberg. Los veteranos también bailaron. Media hora después, la ‘pista’ de la azotea tenía nuevos inquilinos: Marilyn Monroe y Audrey Herpburn, contoneándose con los Paradisos, don Miguel de Mingotes y señora (ella se había empeñado en ver en persona esas nuevas amistades que tenía), Lifus con Taran, de palique en un rincón; Rupert Murias, el de We Make Home, con Sando y Velutina, con la que habían hecho buenas migas; e incluso un hombre disfrazado de Pelayo, con espada y escudo incluidos, al cual resultaba difícil descrifrar su cara, si bien Cílur creyó distinguir que se trataba con casi total seguridad del mismísimo Russell Patata Crowe. Allí estaban todos, bebiendo, picando y bailando a cámara lenta, lo más apropiado para las dos de la tarde de aquel inolvidable 8 de octubre de 2029, en el que tampoco faltaron Sergio Ramos y Guti en la relación de invitados. E Isabel Codornices para realizar la crónica social.
Las parejas de baile fueron de lo más variopintas. Tarita se marcó un baile con Guti que causó sensación. Los Paradisos exhibieron oficio con las damas de Hollywood. Pelayus realizó un solo sideral, que enlazó en el siguiente tema pasando una mano por la larga melena rubia de Poma y sacándola a bailar. La propia Poma lo cambió después por Tarantino, con el cual volvió a reeditar aquel baile de la jornada de Tazones. Cílur también bailó con la Súper Ratona, a la cual casi provoca un esguince al hacerle un giro imprevisto. Ella amenazó entre carcajadas con coger la baja y él se arrodilló suplicando perdón. Luego sacó a bailar a Marilyn a ver si así ‘picaba’ un pelín a Tarita, que a su vez saltó a la pista con el Fauno. La tarde dio mucho de sí. La fiesta avanzaba a un tempo que propiciaba diversión sin agotamiento; y también permitió a Cílur ‘trabajar’ un poco. Su conversación con Spielberg le abrió las puertas a un nuevo proyecto, de momento secreto, que se rodaría en Cilurnigutatis, tal como le había avanzado Prese. Y el estilazo de Tarita en la pista le había dejado, una vez más, los ojos como platos.
Anochecía sobre la bahía de Gijón, pasadas las nueve, cuando en la azotea de ‘Magullu’ de repente pusieron música lenta y Cílur se fue directo a por Tarita a la cual soltó: “Solicito humildemente que me conceda este baile, Milanesa mía”. Ella sonrió y accedió. Él osó pegar un papo lateralmente al de su amada mientras la cogía por una mano y por la espalda. Así se hubiera quedado hasta el fin de los tiempos. Y así se lo soltó a ella sin poder evitar que sus palabras traicionaran sus pensamientos. Ella le apretó un poco la mano. Y él deslizó un beso cálido y recatado junto a su oreja. Hasta ahí se atrevió a llegar. Aunque parecía que algo había comenzado.