Querido suegru: hoy solo puedo hablar de ti. De veinte años de ti. De veinte maravillosos años en los cuales, pese a tu maltrecha salud y tu silla de ruedas, llenaste mi vida de buenos valores; y también de grandes vicios y aficiones, como la fabricación de la sidra casera, la poda adecuada de los manzanos o las mejores formas de atender la huerta.

Al suegru, como me gustaba llamarte (Manuel Ángel es muy largo), le gustaba mucho el campo, afición heredada de aquel abuelo Manuel que puso en el mercado la Sidra Pinzales. Pero también las bicicletas, afición heredada de su tío abuelo Pepe Pinzales, aquel fenómeno que iba a la Vuelta Ciclista del País Vasco en bici «pa calentar». De hecho, tuvo dos tiendas de bicicletas, una en Gijón, en la calle Anselmo Cifuentes, y otra en Avilés, a unos metros del Palacio Valdés. Pero antes, el campo y sus destrezas le habían llevado a abrir una empresa de maquinaria agrícola en la calle San Rafael y a realizar innumerables viajes a Italia para traer lo último, a veces incluso con su familia;mujer e hijos, como se hacían las cosas antes. Después sería agente inmobiliario y también taxista. Así hasta que hace cosa de diez años la diabetes le obligó a contemplar la vida sentado ya para siempre en su silla de ruedas.

De ti, suegro, aprendí cómo se pueden tener unas infinitas ganas de vivir por golpes que te dé la salud, cómo uno se puede reinventar laboralmente una y otra vez a base de tesón e ingenio, cómo idear soluciones para una sidra quedada, para una segadora estropeada e incluso para el motor de un coche que, en la liturgia Menéndez, nunca ha dicho su última palabra. Ocómo buscar siempre la amistad, la concordia y el entendimiento.

Ese talento y esa bravura han sido siempre una seña de identidad con la cual uno solo puede congeniar. Apuraste la vida, suegru, como a nadie vi apurarla; te agarraste a un clavo ardiendo cuando los médicos no daban esperanza y tiraste adelante rodeado siempre de una familia ejemplar y unos amigos, esa cuadrilla de los viernes de tertulia y manduca, que han sido gasolina súper para todos estos años.

Acabo de podar los manzanos siguiendo tus consejos. La sidra está aún tierna, pero será de restallu. Cuando haga la cata final miraré hacia arriba. Ahí donde le dijeron a tu nieta que te encuentras. «Ahora es una estrella», acertaron a contestar a sus preguntas ante el gran vacío dejado. Y ella, genio y figura de dos años, replicó: «Pues esperaré a la noche para verle».
Hasta siempre, Manuel Ángel.

(Publicado en EL COMERCIO el jueves 20 de febrero de 2020)