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En la terraza del Dindurra, tres afamados directores comentaban la boda dos días después. Todd Phillips no ocultaba que, visto desde la perspectiva gijonesa, ‘Resacón en Las Vegas’ le parecía ahora una caricatura de película. No descartaba un remake. Phyllida Lloyd no renegaba en absoluto de su animadísima ‘Mamma Mia!’, pero reconocía que habían pasado ya muchos años de la película protagonizada por Merryl Streep (estrenada en 2008) y acaso la boda de Marilyn y Murias pudiera servir de base para una nueva entrega de un musical con final feliz. Spielberg, en su calidad de anfitrión gijonés, con piso en El Coto, escuchaba a ambos, dejando patente las enormes posibilidades de Cilurnigutatis para el mundo del cine.
Es más, cuando iba por el tercer rosado, se animó a comentarles que tenía todo listo para su nueva producción, en la cual pensaba combinar dos elementos. Uno, la fascinante historia de ‘El planeta de los simios’. Y dos, la enquistada rivalidad entre Gijón y Oviedo. Aquello era dinamita, les explicó. Pese a su carácter de piquilla local, bien combinado bien contado podía tocar la fibra sensible de muchos, pues a fin de cuentas todos los pueblos y ciudades tienen cuitas con sus enclaves vecinos, de modo que el tema de fondo era absolutamente universal. Philips y Lloyd estuvieron de acuerdo. En la mesa de al lado, Prese, oculto tras el periódico El Comercio, bajo el cual asomaban no obstante sus largas barbas blancas, tomaba buena cuenta de todo. Se había colocado dando la espalda a Spielberg, pues este le conocía de sus partidas de cartas en El Coto y prefería no ser visto.
Al guasap de Cílur llegó esa mañana una fotografía de Murias y Marilyn sobrevolando el Masai Mara con una cara de felicidad inabarcable. Los ñus avanzaban al galope por la sabana. Y otra de Tarita, tan bella como siempre, ante la iglesia donde se ocultaba ‘La última cena’, de Leonardo, en Milán, una de las grandes maravillas de la Humanidad. Kenia y Milán. Cilurnigutatis se proyectaba al mundo de mil maneras. Enseguida recibió un tercer mensaje; este de Prese, notificándole lo que se cocinaba en la terraza del Dindurra. El rodaje sobre el cual le había hablado tiempo atrás. Cílur tenía la cabeza más en Milán que en otra parte. Sin embargo, enseguida entrelazó informaciones y por su mente desfiló una escena que le arrancó una sonrisa. Lograrla no sería fácil, pero lo intentaría.
El viaje de Marilyn había dejado a Audrey suelta, aunque muy solicitada. Desde el mismísimo día siguiente de la boda tomó por costumbre darse un paseo matinal por los tejados de la ciudad, saltando de uno a otro, encarnando el papel de ‘Mary Poppins’. Uno notaba una sombra moverse a media altura, alzaba la vista y ahí estaba Andrey, con su paraguas, cantando suavemente ‘Super-califragilístio-espialidoso’ en una danza mágica de un edificio a otro. Fue Todd Phillips el primero en verla desde la terraza del Dindurra. Audrey había bajado hasta la visera del Teatro Jovellanos, donde se detuvo unos segundos antes de dar un salto sobre los magnolios de la terraza; para de ahí pasar en un bamboleo hasta la cima de la escultura ‘Génesis’ de Camín y tomar luego dirección hacia Los Patos. “Cilurnigutatis is magic”, acertó a decir. Spielberg sonrió con gesto de perro viejo, como insinuando ‘por algo me compré yo un pisín en El Coto’.
El tema también fue comentado por Cílur en la Librería Paradiso. Le habían avisado de la llegada de un codiciado elepé de Eric Burdon en segunda mano y tenía un par de libros encargados, así que salió de ‘Magullu’ por el Muro antes de que fuera tarde. Allí fue donde vio fugazmente a Mary Poppins a la vista de todos los paseantes, revoloteando sobre la orilla del Cantábrico hasta posarse sobre uno de los tejados de San Pedro. “Tenemos a Audrey por los tejados”, le comentó a Chema. “Acaba de decírnoslo un cliente. Ya nada se nos resiste”, replicó riendo. “No sé qué le habréis dado en vuestros vermús. Pero estar al tanto, ahora que se os ‘escapó’ Marilyn”. “Pues sí, esto es un problema, voy a acabar discutiendo con José Luis, aunque quizá sea momento de recordar que el soltero soy yo”, ironizó.
Chema fue entonces a por la joya de Eric Burdon. Cogió aquella portada anaranjada, la apoyó sobre los libros y preguntó enigmático: “¿Sabes cómo es por dentro?”. La imagen principal del disco doble ‘The Black-Mans Burdon’ mostraba la silueta de un hombre tocando las palmas con un gran sol detrás. Chema, discreto, miró de reojo. En ese momento no había nadie en la parte de arriba de la tienda
y entonces abrió. ¡Guau! Mirado en vertical, sobre las altas hierbas de una pradera, aparecían dos grupos humanos. En la parte alta siete músicos negros; seis sentados y uno de pie con vaqueros y a pecho descubierto agarrando el cinturón, quitado, con ambas manos. Frente a ellos, en primer plano, dos jóvenes rubias totalmente desnudas tumbadas a lo largo con los pechos al aire y las manos tapándose el pubis, en una postura digamos relajada. ¿Qué era aquello? ¿Una bacanal? Cílur mostró su sorpresa y le advirtió rápidamente a Chema. “¡Cuidado! Solo por mirar esto podemos acabar los dos en la cárcel”. Ambos rieron.
Aquel disco de Eric Burdon con The War, el grupo negro más talentoso de su tiempo, le iba a tener cautivo largo tiempo, en especial, aquella canción ‘Pretty colors’ que cantaría un día tras otro durante meses, bailándola incluso por la redacción de ‘Magullu’. La contraportada tampoco era manca, por cierto. Una mujer negra con un vesido ligero y las piernas muy abiertas con Eric Burdon tensado bajo ella a pecho descubierto y agarrándole ambos tobillos; ambos mirando hacia la cámara con gesto cómplice y decidido. “Nunca olvidaré el concierto de Burdon en Avilés, Chema. Aquello fue absolutamente espectacular. Y lo triste es que fueron 500 personas”. “Yo lo vi en Gijón hace muchos años, acababa de sacar ‘The soul of a man’. Puede que fuera 2006. Y te digo una cosa los músicos de The War de este disco son de lo mejorcito de la historia del rock”.
Siguieron hablando un rato. Al llegar, Cílur había sorprendido a Chema subido a la escalera de Paradiso recolocando libros y le había sacado una buena foto desde la calle. “Mira cómo te pillé”. Él le pidió que se la pasase. Recordaron aquella jubilación suya transitoria. Después de unos meses, había pegado un zambombazo en la quiniela, de repente estaba refalfiao de pasta y había sugerido a José Luis volver a trabajar por amor al arte; así había sido y Gijón había recuperado a su librero más icónico. Hablaron de Sandor Marai, de Zweig, de Hamsun, de Kapuscinski… Y llegó el momento de dejar paso a nuevos clientes. Subía ya los peldaños Cílur del área de libros a la de discos cuando se escucharon unos alegres cánticos (súper-califragilístico-espialidoso) antesala de la irrupción en la librería-disquería de la simpar Mary Poppins con su paraguas. Entró un poco justa por la puerta, a medio vuelo, dio un giro por la librería y al rematar el último acorde, espetó: “¡¡¡Hora de vermú!!!!”.