Cilurnigutatis Boulevard 38 (Kenia) | Campo y playu - Blogs elcomercio.es >

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Adrián Ausín

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Cilurnigutatis Boulevard 38 (Kenia)

38.

Mientras octubre agonizaba en Cilurnigutatis, acaso con los últimos destellos de buen tiempo, en Kenia tenía lugar una luna de miel de restallu. Rúper Murias y Marilyn realizaban el viaje de su vida, lejos de las cámaras. Una vez en Nairobi, habían empezado por visitar en las afueras la casa de la danesa Karen Blixen, en cuya historia real, contada en su libro, está inspirada la película ‘Memorias de África’. El lugar tenía magia, embrujo, en él se respiraba serenidad, placidez, cada habitación dejaba un halo de lugar vivido como si las palabras allí pronuncias y los momentos vividos continuasen flotando en el ambiente. Dentro de aquellas paredes había ocurrido la historia real, la de Karen con el marido barón, totalmente ajeno a ella; y luego con su amante; o sea, ahí estaban latentes Merryl Streep, Robert Redford y Klaus Maria Brandauer. Nada más y nada menos. La siguiente escala, el Masai Mara, les sumergió en la fauna africana: ñus, cebras, jirafas, leopardos, elefantes, orik, facócheros, hienas, impalas… ¡y leones! En el primer safari les contaron una ‘romántica’ historia. Los dik dik, esos pequeños antílopes siempre en pareja, no se separan jamás y si uno cae en las garras de un depredador el otro se entrega a una muerte segura. “No haber dik dik viudos”, aclaró el guía en su rudimentario castellano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Marilyn iba de pie, exultante, en la parte de atrás del furgón. Murias miraba aquella boca luminosa que por momentos ocupaba media cara. Y dudaba entonces si era mayor el espectáculo de fuera o de dentro del vehículo. Cuando vieron el primer león macho este iba solo por la llanura, caminaba perezoso, como si viniera de realizar un gran esfuerzo. Pese a su desidia, transmitía un vigor descomunal. En un instante, era capaz de matar de un solo zarpazo y eso quedaba patente contemplándolo. 

 

El vehículo paró a unos metros y el guía mandó cerrar las ventanillas. Por la parte alta, con techo desplegable hacia arriba no había margen para que entrara. El guía insistía en que el rey de reyes concebía la furgoneta como un ser vivo en su conjunto sin distinguir a los humanos que la ocupaban. Sin embargo, en un momento, giró sus grandes barbas hacia el vehículo y emitió un discreto, pero estremecedor, rugido. Este es mi territorio y me estáis molestando; pareció decir. Marilyn agarró del brazo a su macho alfa, respigada. Mucho había oído hablar del rodaje de ‘La reina de África’ en el que prácticamente todo el equipo contrajo la malaria, o cuando menos tremendas diarreas, salvo Humprey Bogart y John Huston, que no probaron el agua durante su larga estancia en Uganda. Su bebida venía embotellada y con alta graduación, el mejor antibiótico al parecer.

Ahora ella estaba allí, en una versión mucho más relajada, contemplando animales fascinantes a su antojo y con un mocín que en nada se parecía a la tropa de canallas que la habían rodeado durante su afamada etapa como actriz, empezando por los hermanos Kennedy, que habían arruinado su vida. Murias era de otra ‘ganadería’. Plácido, educado, atento, despreocupado… Aquella tarde en que entró con Audrey en la tienda de la Travesía del Convento, We Make Home, sus expectativas hologramísticas cambiaron por completo. Nunca pensó que en su versión futurista podía ser mucho más feliz que en el estado anterior.

Las jornadas siguientes fueron de ensueño. Samburu, los lagos Nakuru y Naibasa y la famosa casa en el árbol; el treetops, en Aberdare; donde Isabel II subió princesa y bajó reina el 5 de febrero de 1952. Esa noche falleció su padre, Jorge VI, el tartaja, y cuando despertó era, de facto, la nueva reina de Inglaterra. Aquella construcción de madera se había levantado en 1932 simplemente como plataforma para cazar. Pues además de tener vistas al Monte Kenia, estaba situada frente a una gran charca donde iban a beber las bestias. Con el tiempo se reconvirtió ampliada en singular hotel, todo él de madera, con unas grandes azoteas desde donde los viajeros podían y pueden observar el espectáculo animal circundante. Facócheros (jabalís con una graciosa melenilla), hienas, elefantes, leones… Uno podía quedarse horas contemplando aquello. La doble eme (Murias & Monroe) dejó correr el reloj en aquellas terrazas por tiempo indefinido. No había además otra cosa que hacer: desayunar, comer, cenar y asistir a aquel espectáculo único e inigualable. Ver el amanecer, la puesta de sol; escuchar los mil rugidos de la selva; oler aquel ambiente tropical animal; húmedo, cálido e intenso; y dejarse llevar por las sensaciones en definitiva suplicando a los relojes que se detuvieran todo el tiempo posible.

Las anécdotas del viaje fueron por cientos. En el lodge del Masai Mara se asomaron de noche a una terraza y de repente tenían ante sí veintitantas hienas que acudían en busca de la basura del hotel. Sus ojos empezaron a brillar en la distancia sin que se distinguiera otra cosa. De repente Ruper se dio cuenta de que, de haberlo querido, podían haber subido una rampa lateral y zampárselos con toda paz. Pero nada ocurrió. En Samburu, tras una curva, en la orilla de un río, dieron con un león jadeante con todas las fauces ensangrentadas que acababa de abrir un gran boquete en la panza de una cebra recién cazada. La crueldad de la naturaleza en estado puro. En el lago Nakuru, además de ver sus primeros rinocerontes, que parecían llevar armaduras de la Corte del Rey Arturo, contemplaron a cierta distancia los terribles hipopótamos, el animal que más humanos mata en África, no por voracidad sino por su mala leche asociada al clásico sentido animal de la territorialidad. Si le molestas te mata y sigue a lo suyo. De noche, avanzaron con el guía por una arboleda para verlos a cierta distancia junto al lago. Iban con el susto en el cuerpo, pero lo hicieron y luego lo celebraron a lo grande en la cena. Tomar pollo con arroz y cerveza les pareció el mayor de los lujos en aquel ambiente.

No entendía muy bien Murias el peligro que atribuían a los búfalos. Él los veía como una vaca o un toro y consideraba que siempre, en un cara a cara, uno podría esquivarlos tras un árbol o bien subiéndose a él. El guía, sin embargo, aseguraba: un masái prefiere toparse con un león que con un búfalo. Él no lo creía. Eso es imposible, insistía mientras pasaban junto a una gran manada. El guía le replicaba en broma; “bájate y verás”. En uno de los safaris, los dos viajeros de luna de miel se juntaron con un grupo de tres malagueños cuyo vehículo se había estropeado. Les pidieron permiso para hacerlo y lo dieron al instante. Eran tres amigos de 40, 50 y 60 años, procedentes de Torremolinos, coñones y al mismo tiempo educados. Enseguida congeniaron y así acabaron por pasar tres días juntos en los trayectos por la sabana. Acabada la jornada siempre cantaban esa canción de Carlos Puebla ‘Hasta siempre’ famosa por su letra (… acá se queda la clara / la entrañable transparencia / de tu querida presencia / comandante Che Guevara). El mayor del grupo, Aurelio, era el gran patrocinador del tema, para el cual hallaba con maestría el instante más oportuno para empezar a entonar… y todos le seguían; Marilyn incluida, con una maravillosa pronunciación anglosajona. Aurelio, como buen andaluz, decía “She Guevara” y ella trataba de imitarlo con exquisita gracia. Luego todos aplaudían. El más joven del trío malagueño no perdió ocasión de tirar los trastos a Marilyn. Pero también con ese don de la tierra que lo hacía todo alegre y desinhibido. “Oye, Marilyn, listen to me; si al asturianín este le come una hiena, no te preocupes que no te vas a quedar sola; ya me ‘cazo’ yo contigo aquí por el rito que sea”, le soltó Juancal-lo. “Que los de Torremolinos zomo mu gentiles… y humanitario, no te jode”. Risas, risas y más risas.

Murias había tenido un cierto vértigo al casarse con semejante personaje. ¿Sacaría en cualquier momento una vena caprichosa, de diva insoportable? Al final, dio el paso porque pensó que si eso ocurría siempre podría regresar a la retaguardia y refugiarse en su We Make Home, la familia y los amigos. Sin embargo, en casos como en la irrupción de los malagueños se sorprendía cada vez más por la naturalidad y la dulzura con que el holograma Marilyn se integraba en las situaciones.

De tal calibre fue el goce de aquel viaje que cuando regresaron a Cilurnigutatis con ellos iban tres micro-hologramas de unos quince centímetros cada uno. Los llamaron León, Cebra y Facóchero. Su aspecto era como el de un avatar; humano, hologramístico y con algún toque de la sabana africana, como unas orejas puntiagudas o las crines que les salían a ambos lados de sus bocas. Aquello era un milagro en tiempo récord, no tenía explicación muy coherente, pero ellos los presentaron con total naturalidad y así fueron recibidos en la ciudad gijonesa. Como si León, Cebra y Facóchero fueran simplemente el fruto de aquella boda de tres días en la plaza del Marqués combinado con los influjos africanos. Cuando se bajaron del dirigible por aquella escalera de cuerda, en el mismo lugar donde habían tenido lugar sus fastos, fueron recibidos con total algarabía bajo los acordes de la banda sonora de ‘Memorias de África’. Los avatares respondieron con amplias sonrisas a la expectación ciudadana y, en un arranque de integración, corrieron a tirar a su padre de las mangas de la camisa y le dijeron: “Papá, ¿nos llevas a El Molinón el domingo? Queremos ver al Sporting”. León, Cebra y Facóchero eran ya tres gijoneses más.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


marzo 2020
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