Cilurnigutatis Boulevard (43 Casa Yoli) | Campo y playu - Blogs elcomercio.es >

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Adrián Ausín

Campo y playu

Cilurnigutatis Boulevard (43 Casa Yoli)

43.

La comida en Casa Yoli había dejado las cosas claras. Cílur y Tarita se iban a casar. Sin embargo, el anuncio oficioso, aquella declaración de intenciones, estuvo a punto de ser suspendido por la tragedia. Tantas bromas había hecho Cílur con ‘la novia de Súper Ratón’ que el afamado y desconocido Súper Ratón quiso hacer acto de presencia como merecía su personaje. O sea, llegar por la puerta grande. Estaban los tres sentados en el banco exterior de Casa Yoli hablando del gran protagonista del día -¿qué? ¿cuándo llega? ¿no vendrá por el aire?¿o sería todo una fantasía?- cuando, de repente, lo que parecía un ferre distante en el espacio aéreo fue tomando cuerpo y acercándose, mostrando poco a poco sus verdaderas dimensiones, para estrellarse a velocidad moderada contra la fachada del edificio a la altura de su primera planta; vamos, sobre ellos mismos. El artilugio del que pendía Súper Ratón, una especie de ala delta en miniatura, era una talla demasiado pequeña para sus dimensiones y desde que se lanzó al vacío en el Infanzón las había pasado canutas. Avanzó tembloroso sobre la quinta del Conde de Revillagigedo, viró antes del puente del río Peña Francia y acabó estampándose contra aquel edificio de piedra a unos tres metros de altura, cayó torpemente al suelo y se desplomó con gran aparatosidad. Sin embargo, con la dignidad propia de un buen madrileño, se incorporó al instante como si nada hubiera ocurrido para dirigirse a Cílur y Tarita: “Hola. Soy Súper Ratón. Encantado”.

Las carcajadas duraron casi media hora, máxime cuando el interfecto iba enfundado en un traje ceñido de superhéroe. Se desprendió con gran naturalidad de los arneses del ala delta, pasó su mano derecha por un par de rasguños en la frente y pidió un culín de sidra.

-¿Sueles llegar así a los sitios?, le preguntó Cílur.
-A veces. Depende del tráfico que haya en Madrid. (Más carcajadas)

Cada cual pidió su plato combinado de huevos fritos, patatas y chorizo; con una ensalada al medio y una caja sidra para hacerle los honores a aquel fornido superhéroe que, en la imaginación de Cílur, siempre acudía al rescate de su amada atada a las vías del tren por unos forajidos, la tomaba in extremis en sus brazos, justo cuando una rugiente locomotora estaba a punto de sembrar la tragedia, y la alzaba al cielo triunfante. De hecho, muchas veces, trabajando en ‘Magullu’, cuando Cílur estaba atascado con algo, se asomaba a la mesa de su pequeña gran CEO y le decía: “Por favor, ¡pide auxilio!”. Ella al instante se echaba ambos manos a los papinos (como en ‘El grito’ de Munch) y gritaba despavorida: “¡Superratón! ¡Superratón! ¡Socorro! ¡Auxilio!”. Y soltaban una reparadora carcajada.

Fue durante el postre cuando Cílur deslizó el tema como quien no quiere la cosa. “¿Y cómo podríamos contar en ‘Magullu’ la gran boda del año? Un afamado reportero y una bellísima historiadora del arte que ha hecho sus pinitos en el cine…”. Tarita, riendo, reclamó una petición formal y Cílur hincó al instante la rodilla derecha en el suelo sidroso de Casa Yoli para, alzando los brazos, suplicar su mano (y el resto del cuerpo) bajo la atenta mirada de los parroquianos. Al igual que en las películas americanas, se hizo un silencio total que dejó a Tarita en el centro del foco. Ella miró a su amado, sonrió y dijo: “Sí, quiero”. Sus palabras fueron bendecidas por la audiencia, que estalló en una entusiasta ovación (lágrima incluida de la camarera como mandan los cánones). Al instante, todo el bar reventó de júbilo, brindando y abrazándose unos a otros sin falta alguna de conocerse. El cielo se llenó de fuegos artificiales y la Banda de Música de Gijón irrumpió por el puentín de Deva para formar ante Casa Yoli llenando el ambiente de alegres marchas nupciales. La dirigía, excepcionalmente, John Mayall, quien a sus 94 años estaba como un chaval y acababa de dar un concierto la víspera en el teatro de la Laboral. Tarita no daba crédito al despliegue. Cílur se lo había currado.

Al instante, dos dirigibles de época asomaron desde el Pico del Sol, quedaron estáticos sobre el merendero de Casa Yoli y de cada uno se desplegó una escalerilla: de uno bajaron, la madre, los dos hermanos, las dos cuñadas y la sobrina de Tarita; además de sus mejores amigas. Del otro; la madre, los seis hermanos, las cuñadas y cuñados y los nueve sobrinos de Cílur; así como un buen ramillete de amigos. Un tercer dirigible, fuera de guion, ‘atracó’ alineado con estos y de su pequeño balcón asomaron dos caras más que conocidas: Sergio Ramos y Guti, de blanco radiante con contrachapados. “Oye, Zílu, ¿noh hemoh perdío algo? ¿Ze puede bajá?”, preguntó Ramos. Al instante desplegaron su escalerilla y ahí estaban Audrey, Marilyn y Murias; Sando y Lifus; Taran y Patata Crowe; Keira Knightley, Adrien Brody y Keith Richards, que se abrazó efusivamente con John Mayall, y no pudo evitar coger la guitarra para ponerse a tocar con él así como con la Banda de Música de Gijón. Mayall iba vestido de domador de elefantes, con un brillante sombrero de copa y Richards, con una camiseta rota y gafas negras. Tocaron temas de los Rolling, de Queen, de Eric Burdon, de AC/DC. Se armó la de dios. La parroquia entera se acercó a aquel desfase improvisado donde se iban apilando cajas y cajas de sidra vacías.

A Cílur y a Tarita les espantaban las bodas al uso. Eso le había dado pie a Cílur a idear un festejo que, a la postre, sería la celebración del bodorrio sobre la marcha, sin infinitos preparativos. Tarantino les había contado la gran experiencia de los musicales interpretados en Boca de Huérgano en su honor y aquello, en aquel paraje tan asturianín, iba a convertirse en una fuente de inspiración. Interpretaron ‘Mamma Mía’ de cabo a rabo; cantaron con Mayall; tocaron con Richards; bailaron lento con los Beatles y rieron con los números musicales improvisados por Ramos y Guti, en uno de los cuales participó Súper Ratón haciendo las veces de Elvis Presley para deleite de su CEO. 

Al anochecer se encendieron dos mil antorchas. Cílur y Tarita recorrieron un pasillo iluminado por el fuego y al fondo, sobre una peana, John Mayall, erigido en maestro de ceremonias, los convirtió en marido y mujer. El rey blanco del blues habló primero en inglés, diciendo unas bonitas palabras sobre las largas historias de amor, pero finalmente sorprendió a todos pasándose al español para hacer la gran pregunta a los novios de forma que todos le entendieran a la perfección. Con el sí de los novios, llegó su largo beso, acompañado por la Banda de Música de Gijón con Richards y Mayall (oficiante y músico) marcando de nuevo el paso. Ziprus y Pebels gritaron aquello de ‘Viva los novios’ y, también, ‘Larga vida al rock n roll’, en homenaje a los maestros de ceremonias, y la espicha asturiana se prolongó hasta el amanecer. Tanta sidra se bebió que las cajas apiladas acabaron por formar un muro circular alrededor de la fiesta que finalmente habría que escalar para abrir un paso. Aquella boda secreta sería claro está una exclusiva de ‘Magullu’. Faltaba saber dónde se irían los novios. Pero Cílur lo tenía todo preparado. Anda que si llega a decir que no…

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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