En el reino de las incertetezas en el cual nos movemos, uno busca a diario cosas a las que agarrarse. Una de ellas es la huerta, donde este mayo soleado despuntan los tomates como torpedos, ya en su segunda floración, mientras asoman, en sintonía, las primeras flores de pimientos del padrón, calabacines y pepinos. También crecen las lechugas en su tercera entrega tras algún ataque nocturno. Solo anda chuchurrio el matojo de perejil, que debió de tener algún disgusto indescifrable. Es la huerta, y el prao, con sus manzanos llenos de brotes, un rincón de certezas, de optimismo, donde se cumplen los ciclos y hasta cantan los pájaros ajenos al desquicie coronavírico.
Aprovechando el sol, por luego igual no vuelve, también es tiempo de playa. Aunque ahí, pese al cielo azul, las cosas andan un tanto extrañas, sumidos como estamos los sufridos homo hispalis en ese vaivén de normas que pujan, a golpe de comparecencia, por sacarnos de quicio. Hasta tal punto que el martes y el miércoles, pese a la bonanza, muchos habituales de San Lorenzo no se atrevieron a bañarse. No lo tenían claro. Que si dijo la alcaldesa… Que no, que la contradijo el BOE… Que es temporada de baños… Que no empezó… Pero vamos a ver, ¿tú ves policías? Pues eso es que te puedes bañar.
El tertuliano de orilla no las tiene todas consigo. Hace una semana le pararon en plena playa un ramillete de agentes al grito de ¡¡¡qué hace usted!!! «Pues estoy paseando». «Nooo. Usted está tomando el sol ¡y no se puede!». El sufrido gijonés no entendía nada. «Estoy caminando». Pero luego cayó de otra burra diferente. «Además, ¿qué hace a esta hora?». Y ahí sí se dio cuenta de que no podía estar paseando pues era la una de la tarde. Se había despistado. Líos, bronca, disculpas y amenaza de multa. Pero libró. Le quedó el susto en el cuerpo y lleva dos días que hasta que no lea el BOE y contraste además si puede bañarse uno a la hora de los mayores, otro dilema, no se mete.
Ayer, al mediodía, la bruma llenó media playa. Pero se estaba en la gloria a pinrel remojado antes de que llegue el torno y la rifa de números de la temporada de baños. Fresco desde San Pedro hasta medio arenal y caliente el otro medio. Al fondo, junto al Piles, estaba Macio dando puñetazos al aire, poniendo sus 86 años a tono y repartiendo ironías. «Antes iba por la orilla y suspiraban por mí;ahora me tiran plátanos». Su técnica, explicaba, era «la de les ranes con les mosques», sin moverse del sitio en la charca, pues su tirón con el mujerío le bastaba al extra de ‘Torrente 4’. Ahora, tras dos meses «viviendo en un nichu», disfruta feliz de la playa y de la vida. «Hay que morir un día. Pero hoy no».
(Publicado en EL COMERCIO el jueves 28 de mayo de 2020)