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Adrián Ausín

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Cenizas y cenizos

Cuando el ambiente está crispado, nada como refugiarte en la huerta, esa patria roturada en la tierra donde todo es lo que parece. En la huerta, un tomate es un tomate y una montaña de cucho, una montaña de cucho (qué pena por cierto que no pasara ayer volando el toro de Gozón, en su viaje en helicóptero, quién se lo iba a decir, y dejara un recado a modo de fertilizante). Este año, los plantones tenían aún poco tamaño en el vivero y era oportuno tomar medidas para evitar disgustos prematuros. Igual que con los bebés sietemesinos. Así, los tomates quedaron alineados en cuatro filas bajo el tendayu abierto por los lados con una protección adicional: botellas de plástico cortadas a la mitad y colocadas sobre ellos a modo de abrigo para formar un microclima. A la medida calorífica procedió sumar un ‘cordón sanitario’, expresión en boga, para protegerlos de babosas al acecho. El cilúrnigo previsor tenía un buen acopio de ceniza, en calderos, de las quemas de febrero y realizó con ella una abultada fila protectora a lo largo y ancho de los sabrosos mariñanes. Según le contaron, a las babosas no les gusta nada la ceniza, pues si pasan por ella adoptan formato de croqueta, de modo que se van con la música a otra parte. Días después sin parte de guerra alguno puede ratificarse que así es. Ni rastro. Y por tanto, dentro de la ceniza quedan apilados también calabacines, pepinos, pimientos, cherrys y perejiles engordando cada unidad en macetas independientes hasta que alcancen una madurez suficiente para, en unos días, sacarlos a tierra libre. Antes de emanciparse han de engordar y para entonces las temperaturas mínimas de mayo rebasarán ya los doce grados. Entretanto, toca roturar con palote la zona libre, por donde se esparcen cáscaras de oricios y centollos lanzadas durante la invernada. Con frutti di mare y cucho, ¡cómo no va a saber bien la huerta!

Regar las plantinas es un placer para los sentidos. Ver las flores de los manzanos –algunos brotes parecen percebes– le pone a uno hasta romanticón. La sidra corchada en 2020 está de restallu. La próxima no será peor. Seguro. En ese maravilloso ensimismamiento, toca el claxon la civilización. Es el cartero. Te echas a temblar. Y aciertas. Dentro del sobre, un tirachinas, dos piedras pequeñas y un insulto escrito: ‘Yes fatu’. Con una apostilla: ‘Voy dati’. En realidad, te lo habías mandado a ti mismo a ver qué se sentía y la verdad es que, por no llorar, te da la risa. Te metes bajo el tendayu de la huerta protegido por el cordón sanitario de ceniza, apagas la luz y te acurrucas con los tomates. Eso sí que es civilizado.

Publicado en EL COMERCIO el jueves 29 de abril de 2021

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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