Cuentan que los años veinte del pasado siglo fueron la bomba. A vuelta de centuria, pese a no haber arrancado con buen pie, quizá estemos próximos a reeditar aquel fiestón en blanco y negro. El reguero de muertes y el desplome económico parecen una losa demasiado pesada. Pero, pese a ello, los supervivientes de esta amarga experiencia novelesca acumulan tal afán de romper las telarañas acumuladas en el cerebro que cuando las vacunas hagan pleno puede armarse gorda. Incluso sin llegar al cien por cien, este verano tendrá lugar, seguro, el primer gran ensayo. Quizá la torera anticovid llegue demasiado justa para salir al extranjero. Las fechas andan prietas. Pero todo el mundo parece ávido de emigrar lo más lejos posible. Ya se detectan entre los playos ganas de moverse y, también, de subir el volumen del humor al máximo.
Hace unos días, pasaba un hombre en bici por La Guía y al recibir un saludo desde la acera, aclaró: «Soy el último de la Vuelta Asturias… ¡Pero de la del año pasado!». Un poco más lejos, en Quintes, el lunes estaba llena la terraza de Castañón con ricas llámpares en las mesas. Cuando llegó el dueño con la comanda, el cilúrnigo le decía a su amada «en eso voy a darte la razón». Él lo escuchó y entonces le dijo, de hombre a hombre: «Ya sabe, para no equivocarnos, hay que darles siempre la razón». A lo que el sheriff de Castañón replicó: «Qué me vas a decir a mí. Llevo cuarenta años casáu».
En la penúltima escapada, en un cruce de caminos más allá de Villar de Vildas, unos montañeros observaban algo sobre una piedra. El cilúrnigo iba a pasar de largo, pero uno entabló conversación. «Venir a ver esto. ¿Sabéis qué es? Pues una cagada de lobo. Se sabe por esos piquinos que tiene y por el lugar elegido». Tras la charla y la despedida, un amigo del amable informante le espeta: «¿Metístete a guía turísticu?».
Empieza a haber buen humor, rebosan las ganas de fiesta, de sidra, de espacios abiertos. El primer fin de semana extramuros de Asturias supo a gloria bendita en esas tierras riañesas, al otro lado de Tarna, donde el tiempo parece haberse detenido hace decenios con su naturaleza salvaje y sus aromas de ganado, de chimenea y de trucha. Ahora tienen un columpio, muy divulgado en redes, que permite al usuario sentirse en mitad del aire rodeado de hermosísimas cumbres. Pero tal ha sido el éxito que, según cuentan, cobran por aparcar y dos padres se han peleado a cuenta de los chiquillos. Hay mucha energía en el ambiente. Positiva y negativa. ¡Relax!
Publicado en EL COMERCIO el jueves 13 de mayo de 2021