Cuando ves una ruina, una vieja casa con solera comida por el abandono, te sueles hacer siempre las mismas preguntas. ¿Se arruinaron? ¿No hubo hijos? ¿O lo heredaron tantos que no se pusieron de acuerdo? Las ruinas producen melancolía, dibujas en el aire su gloria pasada y le opones luego el crudo presente. Ese desasosiego lo tendremos algunos pronto, si nadie lo remedia, cuando pasemos frente a las puertas del Jardín Botánico. Y lo más desconcertante es no lo habrá provocado ningún ‘accidente’ familiar, sino la mera y simple estulticia política. Abrió sus puertas el Botánico, esplendoroso, el 26 de abril de 2003, bajo el reinado municipal de Paz Fernández Felgueroso. La idea, el proyecto, el resultado fueron simplemente espectaculares. A su atractivo natural se sumó durante el primer mandato de Foro una dinamización que llenó de vida el recinto. Bajada de precios, jornadas de puertas abiertas, proliferación de talleres, conciertos y actividades dieron lustre a un lugar que empezó a figurar, en
lugar destacado, en la relación de atractivos turísticos de Gijón. En el segundo mandato de Foro comenzó el declive con una espantada progresiva de figuras clave que sumieron el Botánico en el desgobierno. Jesús Martínez Salvador se fue a Divertia, el conservador Álvaro Bueno fue despedido por desavenencias internas y Miguel Rodríguez Acebedo, alma mater de mil y una ocurrencias, se jubiló. Rosario de fugas y cierta sensación interior de abandono, como en los pasillos de madera carcomida o las esculturas olvidadas. La guinda llegó con Ana González. En vez de
anunciar un resurgimiento, nada más fácil, planificó fríamente un inexplicable portazo bajo el argumento de que el Botánico «debe centrarse en la investigación». Como si debiera elegirse entre ‘a’ y ‘b’. Aprovechó la covid para cerrar la cafetería, pese a tener licencia hasta 2022 (la ley por el arco del triunfo). Ahora prevé cerrar la exitosa, y bonita, tienda de la entrada a vuelta de verano. ¿Hará lo propio con el vivero de acceso independiente para completar la cuadratura del despropósito?
Apostar por la ciencia no es argumento para bloquear el ocio en una finca de 25 hectáreas. ¿Por qué una cosa impide la otra? Es como decir que el Teatro Jovellanos será solo para teatro. Ni música ni magia ni baile ni cine. O como si un niño después de comprar el mejor helado lo arrojase con desprecio al suelo. A una de las joyas de la corona de Gijón le van a poner en breve un esperpéntico candado. Y su tejado empezará entonces a agrietarse como cuando los herederos no se avienen al reparto.