El primer impulso de Marino Miravalles fue llamar ‘Soraya’ a su nueva lancha pesquera. No se trataba de su mujer, sino de la del Sha de Persia, Mohammad Reza Pahlaví. El nombre, sin embargo, ya estaba registrado y Marino, en un arranque, optó por una de las mujeres más exuberantes de su tiempo: Sofía Loren. ¿Se enfadó su esposa? «No, qué va. Era motivo de broma. Les hacía gracia a ambos», rememora hoy su hijo único, Justino, desde la atalaya de sus 74 años. «Es que mi madre se llamaba Domitila», excusa al padre por la traición.
La historia comenzó en Tazones en 1962. Tres familias de pescadores decidieron casi a la vez mudarse a Gijón, donde había más posibilidades de negocio y más oportunidades para sus hijos. Se trataba de Marino Miravalles y de los hermanos Silverio y Raimundo Martínez ‘El Preciosu’. Eran años en los que Cimavilla se nutría de tazoneros, de candasinos y de gentes de puertos más lejanos. Marino llegó a su nueva vida con la embarcación utilizada hasta entonces; ‘La ría de Villaviciosa’. Pero a finales de los sesenta decidió renovarla y encargó la construcción de una nueva en Cudillero. Allí nació ‘Sofía Loren’. Con sus ocho metros de eslora y su característico color rojo anaranjado.
Con ella, Marino faenó hasta la jubilación por la costa gijonesa. Iba al marisco y al abareque. En el primer caso, las capturas (mucho bugre y langosta en verano; centollos, andaricas, ñoclas…) se despachaban directamente a la Pescadería Municipal, aquel hermosísimo edificio de mármol profanado hoy como ‘pagamultas’. Y en el segundo, las sardinas, en la rula del Muelle. Justino no heredó la profesión paterna, pero sí cooperó ocasionalmente, junto a Domitila. «Las mujeres tenían gran protagonismo en tierra; la víspera, para comprar la carnada y preparar las nasas o esperando luego en la Cuesta del Cholo para sacudir las redes y distribuir la pesca», recuerda.
Un día Marino se jubiló, Justino tenía otros planes y ‘Sofía Loren’ cambió de manos. Corrían los ochenta. Dos hermanos, Javi y Tino, ‘Los virutas’, se hicieron con la lancha y prolongaron su vida unos años. Se dedicaron a lo mismo. Al marisco y la sardina. Pero con un destinatario único. «Llevábamos todo a El Planeta», precisa Javi. Así hasta que un día él pasó por vicaría y consideró llegado el momento de dar un giro a su vida profesional. De modo que ‘Sofía Loren’ volvió a estar en venta. Pero esta vez, a la tercera, fue la vencida. Una cetárea de El Musel, gobernada por una mujer, se convirtió en su tercera y última propietaria. Acaso mediaran celos, pero lo cierto es que salió muy poco más a la mar. La cetárea enseguida destinó la ‘Loren’ a los planes de la UE para reducir flota y esto, podrían ser principios de los noventa, la llevó directamente al desguace. Sin miramientos. Triste fin para tan distinguida lancha.
Para entonces, muchos gijoneses habían tomado costumbre de ver a ‘Sofía Loren’ en aquella hermosa estampa del Muelle salpicado de modestos pesqueros. Perdido el atraque diurno, se esfumaron también aquellos retornos nocturnos que aguardaban las mujeres en la rampa de la rula para despescar sardinas de las redes y poner orden en el botín. Algunas recuerdan todavía hoy cómo con solo ver una luz en lontananza, siempre había una voz que decía: «¡Ahí viene el míu!».
PD.-Un buen día el amigo Miguel Mingotes me habló de esta barca, a la que dedicó años atrás un Coses Míes, aquí recogido. Entonces investigué y este fue el resultado.
Publicado en EL COMERCIO el viernes 12 de noviembre de 2021