Acudes a dos singulares templos el mismo día para estrenar 2022. En El Molinón buscas buen fútbol y en el Campoamor, buena música. El resultado será dispar. El Sporting sale al campo con un once equivocado. Sin refrescos claves para un equipo cansado. El míster se empeña en quemar a Pedro y Villalba; a ver cómo llegan a mayo. Enseguida se ve que lo de Ibiza fue milagroso. Dos golazos, tres puntos y una ilusión óptica. Si se analizan datos como un 12-0 a favor de los locales en los córners o el asedio perpetuo sobre San Mariño ya podría uno concluir que el amarrategui que se sienta en el banquillo no debió acabar la primera vuelta. Si alguna duda había, el Lugo, pese a su modestia, se encargó de desnudar de nuevo a un equipo herido. Pudo marcar cinco. Allá por diciembre, insistes, debieron irse juntos Gallego y Rico y tras ellos cerrar la puerta por fuera esa directiva timorata que ni reina ni gobierna. De modo que la ilusión buscada en El Molinón hizo aguas una vez más a la orilla de ese Piles que continúa secularmente sucio.
Toca Oviedo Filarmonía. ¡Y vaya cómo toca! El Campoamor está a reventar. ¿Habrá variante ‘ovetus’? Si la hubiera, con el teatro tan apretado como las calles, no hay mascarilla que resista la inoculación aérea de virus ‘azul’ (de momento, pese al riesgo y los patanes, te sigues sintiendo rojiblanco). El concierto repetido de Año Nuevo es una inyección de ambrosía musical. La orquesta carbayona suena como los ángeles, magistralmente dirigida por Lucas Macías, uno de los más prestigiosos oboístas del mundo a sus 43 años. ¡Quién pudiera poner en su DNI la palabra ‘oboísta’! Se debe uno hinchar como un pavo real. La primera parte linda la perfección. La segunda abusa de Strauss. Manda la fecha. Pero es igualmente soberbia.
Mientras das un paseo posterior por las calles de la capital, con una iluminación navideña en sintonía con Oviedo Filarmonía, piensas en la larga lista de pecados capitales de Gijón. Como mantener al frente del Sporting a un míster tan tacaño. O como haber disuelto su propia orquesta, aquella joven OSGI que cuando estaba en fase creciente, bien dirigida por Oliver Díaz, según cuentan quienes saben, fue disuelta de un plumazo por la anterior alcaldesa, esa que ahora habla bable en la intimidad. De modo que mientras Gijón mutiló su banda sin explicación alguna a 28 kilómetros no han dejado de crecer invirtiendo dinero contante y sonante en la expresión más universal de la cultura: la música. Escuchar a Oviedo Filarmonía es la prueba más patente de un gran acierto. Pensar en la difunta OSGI, la de un monumental error.
Publicado en EL COMERCIO el jueves 6 de enero de 2022