Ir a comprar oricios al Mercado del Sur un día cualquiera se ha convertido en un acto ostentoso. Pagar un martes más de treinta euros por docena y media no deja de ser un lujo. Pues además nos faltará el segundo plato. Con los oricios no has hecho más que empezar. De modo que cuando los pides, mientras miras el precio, entre los 15 y los 16 euros andan, no puedes evitar esbozar una queja:
–Ya pueden estar buenos.
La réplica del pescadero coñón es inmediata.
–Los que andáis todavía con la palada, olvidarlo de una vez. Dejaros de paladas. El oriciu es un artículo de lujo. Antes los comíamos nosotros. Ahora los comen en todo el mundo.
Para seguir el toma y daca, al recibir la cuenta procede picarle un poco más.
–Ahora con los oricios tenías que regalar un besugo (el besugo está a 32 y es lo que pagas por un entrante que empata en precio al rey de reyes).
La ocurrencia abre la espita al rico anecdotario del coñón vendedor.
–Me recuerdas una cosa que decía Vitorón: «Si ves un probe comiendo un besugo uno de los dos está malo».
El cilúrnigo y otro cliente a la espera ríen. «Ya lo verás.Están espectaculares», promete al menos el pescadero. Yasí es. De restallu. Crudos y sabrosos, regados con deliciosa sidra casera. Es bueno tener presente el consejo de un buen amigo que cuando abre los oricios aparta aquel que tenga las gónadas más hinchadas para reservarlo como último bocado. De todas formas, la gran mayoría compiten en buena lid por tal honor. Comerlos crudos, piensas de repente, no ha provocado, en este convulso mundo de hoy, la airada crítica de ninguna plataforma animalista. Toros no, oricios sí; debe de ser el teorema. Pero bueno, hay que fartucarse porque cualquier día…Dalí fue un extraordinario teólogo del oriciu. Veía en él un icono gastronómico, filosófico, sexual y artístico. Ahí es nada. En Cnosos, en la isla de Creta, despuntan entre los fragmentos de lienzos con cuatro o cinco mil años de antigüedad hermosos oricios dibujados. Y los cilúrnigos, suponemos, debieron atracarse en la Campa Torres. Con tan sabrosa historia, tomas una cáscara de oricio, la elevas al cielo e interrogas al enigmático ser. «Oh, oriciu, ¿cómo puede ser que un rector gijonés hurte a este paraíso deportivo el ansiado grado para beneficiar a Oviedo y, de paso, a Mieres?». Pasan unos segundos. Se encrespan las púas y el erizado erizo suelta un ‘cangonminantu’. «Se fue Josiángel, pero llegaron otros», susurra. ¿Y quién nos defiende a nos? «Vuestra soledad es la mía», diz la cáscara.
Publicado en EL COMERCIO el jueves 3 de febrero de 2022