Bajo la Rampla, en plena pleamar, irrumpe un pescador, con la caña ladeada y unos tirones reveladores de tener algo en el anzuelo además del pequeño botón que puso de cebo. Camina agitado, bordea la barandilla y culmina el rebobinado ya con los pies en tierra, o mármol, firme. Enseguida asoma una hermosa lubina peleando contra lo inevitable. Le quita el anzuelo y la agarra por las agallas. Rondará los dos kilos. Es martes. Son las once de la mañana, luce el sol y la expectación es máxima. ¿Qué vas a hacer con ella? «En casa somos seis a comer, así que imagínate». Enseguida telefonea para dar la buena nueva. Ya desde la parte alta de la Rampla, otea hasta divisar a su compañera. «¡Mírala ahí!». Ensarta en el anzuelo otro pequeño pez, esta vez un baboso, y lanza junto a la ‘viuda’, que se mueve muy agitada. No pica. Yel pescador se irá satisfecho en bici con su captura.A la Rampla asoman con frecuencia lubinas en las pleamares. Su presencia pone la guinda al encanto de este paradisiaco rincón al que solo le sobran unas espumas sospechosas que no se acaban nunca de ir. Pero estar un rato cada mañana en este salitroso lugar permite ver la vida de otro color. Tras varios baños reparadores, toca enfilar la cuesta de casa y ahí Gijón empieza a perder sus encantos naturales. Primero, aparecen los cinco postes de luz de obra de Hermanos Felgueroso con los cables malcolgando desde 2007 (¡quince años!). Luego, el camín de La Tejerona cortado (¡seis meses!) por ese kafkiano departamento de Urbanismo que parece disfrutar agriando la vida a los demás. Lo último que exigieron fue mover una arqueta y tres semanas después de estar hecho lo pedido no ha ido nadie a dar el plácet hasta la siguiente demanda. Como en ‘El proceso’ de Kafka. O en la antigua URSS. Solo que esto ocurre en 2022 en Gijón, una ciudad paralizada y paralizante, a tenor de todos sus retos pendientes congelados en el tiempo. ¿Quiere usted hacerse una casa? ¿Quiere construir la acera que accidentalmente derribó? Desista. Antes de negociar con Urbanismo, hágase anacoreta, déjelo todo o entréguese a la Policía. Si no, le amargarán.
Hay dos gijones en Gijón. Uno puede llegar a ser paradisíaco, pese al cielo gris. Del otro, si se puede, hay que salir por pies.
Publicado en EL COMERCIO el jueves 9 de junio de 2022