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Adrián Ausín

Campo y playu

Dentro del glaciar

QUINCE DÍAS EN ISLANDIA (3)

La ruta del día es Reikiavik-Stykkishólmur, donde harás dos noches antes de tomar el ferry a los remotos fiordos del Oeste. Pero entremedias, claro está, hay atractivos. Tras ciertas dudas, ¿será una chorrada? ¿merecerá la pena?, contratas una excursión que te mete en las tripas de un glaciar, el Langjökull, el segundo mayor de Islandia, cuyas aguas alimentan tanto los grifos de Reikiavik como la monumental catarata de Gullfoss de la víspera. Tomas dirección Husafell, un complejo turístico donde empezará todo. Sin embargo, quizá hayamos hablado antes de la carretera y sus atractivos. Así que de camino de repente ves un río azul intenso serpenteando a un lado y al cabo de unos metros una salida con letrero rojo que indica Barnafoss. O sea, una cascada más. Sales, paras y te recreas un rato. ¡Espectacular! El color azul reventón del agua contrasta con el blanco espumoso de Gullfoss.

En Hussafell tomas un autobús que te adentra por una pista en mitad de un campo de lava hasta llegar a los pies del Langjökull. Ahí te visten de astronauta, botas incluidas, y te meten en un gran carrumbio con ruedas de metro y medio para trepar por el hielo hasta llegar a los túneles hechos bajo el glaciar en 2015. El conductor es un islandés de libro: un tochu rubiales lleno de tatuajes, algo apergaminado ya, que al cilúrnigo le recuerda a un Brad Pitt deformado por una fabada caducada. El joven guía no tiene cara de islandés, pero lo es. Daniel es moreno, espigado y simpático. Él contará todo, con especial hincapié en el peligro que acecha a la Humanidad. “Este glaciar en doscientos años no existirá”, avisa tajante. De hecho, la acción del hombre, la contaminación, lo hace retroceder cada año. Toca entrar a los túneles, donde hay siempre cero grados. Su objetivo, dice, es concienciador y, claro está, turístico. Afuera el paisaje impacta. Una densa placa de hielo en riguroso contraste con la llanura volcánica que se extiende a sus pies. Eso es Islandia: hielo y fuego.

Dentro avanzarás iluminado por leds por unas galerías goteantes. Daniel cuenta cosas serias sobre los glaciares, las capas que se ven, las peligrosas grietas que se forman, el duro trabajo para horadar los túneles desde dos bocas opuestas, pues los currantes debían pasar allí día y noche, los tipos de hielo… Y los intercala con chistes malos, como él dice. Por ejemplo, de repente, señala un hueco en una pared de hielo y dice: “Aquí duerme el conductor… Sin manta”. Luego llegas a una capilla donde se celebran bodas. Siempre ha habido gente para todo. Y tras pedir matrimonio a las mujeres del grupo sin éxito el guía se destapa con una nana islandesa que canta con mucho sentimiento. Canta bien este Daniel. Aplausos al hombre orquesta.

Durante toda la ruta interior, Daniel ha cogido del brazo, galante, a una señora metida en años que porta una cachaba. Todos nos hemos puesto crampones pero el suelo es igualmente resbaladizo. Al salir de nuevo a la luz se producirá ‘la traición del Langjökull’ con luz y taquígrafos. La señora, de habla inglesa, se desprende del brazo de Daniel y va directa a por el chófer, el fornido islandés tatuado. Le dice, sin tapujos, que verle a él es como ver la luz, que su estampa es un soplo de aire fresco en mitad de aquel extraordinario paisaje, que contemplarlo ahí es la experiencia más maravillosa que ha tenido en su vida, que nunca jamás ha visto a un ser humano tan extraordinario (sic). Él la mira perplejo. No da crédito. Pero esboza un gesto de halago y empieza a posar para Doña Croqueta. Como si le pidieran a Stallone que hinche su musculatura para las cámaras, pero en versión glaciar islandés. El reportaje fotográfico es contemplado con sorpresa por Daniel. ¿Se pelearán por la dama? No caerá esa breva. Pero ella bien que ha entretenido la visita al glaciar, que parece intentar convertir en volcán.

Durante el regreso por el hielo en el gran carrumbio, Daniel se sienta un rato con la pareja gijonesa. Se interesa por España. Cuenta que estuvo en Barcelona y Madrid. Su madre vive en EE UU con un americano. No dice nada de su padre. Este año ha probado con el trabajo de guía, que no se suspende en invierno, pese a las dificultades añadidas para llegar hasta la boca del glaciar. El invierno, confiesa, es una bomba en Islandia. Hay que trabajar mucho la mente para superarlo, dice. El tiempo crudo y la noche continua son demasiado duros de roer. Por eso cuando llega el verano, con luz perpetua, los islandeses enloquecen de felicidad, destaca. No se quieren ir nunca a dormir. Quieren fiesta, calle, actividad. Te apetece preguntarle por ‘la traición del Langjökull’, por el cisma de doña Croqueta. Pero callas prudentemente. El romance tiene visos de haberse quedado helado.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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