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Adrián Ausín

Campo y playu

Bañarse en un fiordo

QUINCE DÍAS EN ISLANDIA (10)

La carrertera de Seydisfjördur a Höfn vuelve a deslumbrarte. ¿Cómo puede haber tantos cambios en el paisaje sin caer en la continuidad? Los hay. Paras el coche dos o tres veces a recrearte. Primero avanzas por el interior. Cuando vuelves a conducir por la orilla del mar no puedes evitar hacer una nueva parada y caminar por unos prados rocosos hasta pisar el mar. Hace sol. La temperatura ronda los 15 grados. Y te pica bañarte. Es mar abierto. Sales a una minúscula cala donde no acabas de decidirte. No hay nadie más que los gijoneses y un grupo de patos en la orilla; y eso que estamos ya metiéndonos en el sur, que es la zona más turística de Islandia.

El comando Gijón queda un rato contemplando el mar, la costa, el paisaje una vez más. Luego sigue ruta. Enseguida se adentra por carretera en un fiordo. Aparece una cala de arena negra pero no puedes adentrarte. Están todos los prados vallados. A la siguiente sí. Metes el coche, sales a la carrera, te cambias en un instante y al agua. El mar está en el fiordo como un plato. Pero como un engañoso plato helador. Entras sin pensarlo mientras gritas para darte ánimo. Entras hasta que te cubre casi entero, te sumerges, sales corriendo y vuelves a entrar una segunda vez por esa adicción que provoca el agua helada. Dos veces. Una vez en la arena, quedas rojo como un cangrejo. Un grupo de turistas de un autobús que estiran las piernas en el arenal observan curiosos. Lo has hecho. Lo has conseguido. Hasta este día, el 12 de viaje, no has tenido la menor tentación, debido a las temperaturas reinantes.

Con el subidón de adrenalina del fiordo de Benifjördur entra el hambre y parece oportuno el desvío a Djupivogur, un pequeño pueblo con un puñado de casas dispersas que, según la guía, tiene un par de restaurantes. Vas al Lángabud Kaffinus, la casa más antigua del pueblo, una larga casa roja del siglo XIX, con terraza, que hace las funciones de café y de restaurante. Tienes suerte pues son las dos y cuarto y por tanto ha finalizado hace quince minutos la hora del bufé. Pero aceptan que pagues tus más o menos 17 euros por cabeza por tomar sopa y una deliciosa ensalada llena de encurtidos. En el Lángabud hay ambiente. La terraza está llena y dentro hay tres mesas más ocupadas. Te repones dentro. Te pones tibio del bufé. Y paseas luego por este pueblo cristalino, donde todas las casas están inmaculadamente pintadas en torno a un puerto donde están haciendo unas obras.

Queda el tirón final hasta Höfn. Primero haces una incursión en una inmensa playa negra. Un poco antes de Höfn te vas a desviar a Stokksnes, una granja privada con una enorme extensión, playa incluida, donde tienen un atractivo principal que resulta un pufo absoluto: un poblado vikingo. Está destartalado. Sin embargo, a su alrededor hay una cordillera montañosa espectacular y en la playa, focas. Focas a cierta distancia: en un peñasco metido en el mar y en una orilla lejana. Las contemplas con los prismáticos. En Höfn llegas al mejor hotel del viaje: la Milk Factory, un hermoso hotel a la entrada del pueblo que reconvierte una antigua explotación lechera. La recrea en su entrada y en su salón de desayunos, donde hay lecheras, batas blancas e incluso un aroma muy tenue de leche recién ordeñada. ¿Será sugestión?

Hörn, dicen los islandeses, es la capital de la langosta. Pero traducen mal el palabro. Pues humar es cigala. La duda es: ¿las probamos? Entras en la web del restaurante más señero del pueblo, para ellos ciudad, pues es el mayor del sur con 1.700 habitantes censados, y ves que están nada menos que a 8.000 coronas. Esto es, unos 58 euros la ración. Un dispendio. Acudes al restaurante a echar un ojo por si merece la pena hacer la gran cena del viaje. Pero lo que ves no seduce. Hay cola para entrar y dentro un batallón de mesas muy pequeñas atiborrado de gente. Si vas a pagar un pastón no parece el mejor sitio, pues con las cigalas claro está no te vas a llenar. Te vas a una pizzería que hay enfrente en un precioso edificio mirando al mar. Toca pizza, ¡con cigalas!, jaja, y unos fish & chips, que siempre están buenos. Más allá de esta primera línea marítima hay mucha marisma. De hecho, compruebas cómo los barcos para salir de Höfn deben ir dando un rodeo por los bonitos canales que forman las lenguas de tierra. Tiene atractivo Höfn, aunque siempre siguiendo el formato yanqui comentado anteriormente. No hay cogollo. Hay calles dispersas. Es abierto y todo desemboca cómo no en el mar.

Al día siguiente verás el gran glaciar: el Vatnajökull. Uno de los grandes atractivos de Islandia. Desde el ventanal de la habitación, además de un campo de golf de los muchísimos que hay en este país ventoso, no imaginas cómo se puede hacer hoyo, divisas un gran valle al que por momentos le invade una neblina como si se fuera a hacer de noche. No caerá esa breva. Al día siguiente, el buen desayuno entre lecheras, tendrá dos mesas con singular animación. En una hay alemanes. Ves un padre con una gran nariz ganchuda, poderosa, hiperbólica. Cuando se levanta el hijo y lo ves de perfil tiene exactamente la misma nariz. Y cuando finalmente llega a la mesa el nieto adolescente también. La familia Nariz. Parecen felices. Una joven catalana marca el contrapunto en otra mesa con su marido y su bebé. Pintan bastos. Discuten. De repente se escucha perfectamente cómo ella le dice a él que “come como un cerdo”. Y cuando él replica habla con la boca llena. Parece que la acusación tiene un cierto fundamento. La pelea sigue y tú piensas: qué pereza venir hasta Islandia para discutir. Como aquí todo el mundo se encuentra, esa tarde te los encontrarás camino de una catarata. Ella a su bola. Él unos pasos detrás con cara de malas pulgas con el niño cargado a modo de mochila. Parece seguir la tensión. Pero al menos la sangre no ha llegado al río. 

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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