Los soles de mayo están siendo la mejor vitamina para llenar de vida las huertas. Temerosos como estamos siempre de brumas, lluvias y temperaturas fofas, este mes los amantes de los cultivos caseros están (estamos) de enhorabuena. Basta darse una vuelta por las parroquias gijonesas para ver cientos de pequeños cuadriláteros con la tierra bien revuelta y bien cuchada poblados de embriones de lechugas, tomates, calabacines, cebollas, pimientos, perejiles y pepinos. Sanos y tiesos. Brillantes. Desafiando un espacio vertical que irán ganando poco a poco
El recuerdo de 2016 es irregular. Aunque no fue digamos un buen año para las huertas, hay frutos que siempre se dan. En el capítulo de los agradecidos ahí están siempre el calabacín, el pepino o las lechugas. Los pimientos y los tomates son otro cantar. Los primeros son tardíos y quieren mucho sol. Si no lo hay, vas jodido. Los segundos son tan delicados que solo falta contratarles asistencia psicológica. Si se mojan, ahí está la botritis o el mildiu. Si les falta calor o nutriente apenas llegan a la cuarta floración y desarrollan unos tomates tamaño pelota de ping-pong. El hombre precavido, a falta de un prau que restalle de sol, mete a ambos a cubierto.
Basta un invernadero contra un muro que tenga una visera y una caída al otro lado. Por los laterales, según recomiendan los que saben, mejor dejarlos respirar para no desarrollar hongos. «Pa que no cuezan», dicen. Ahora bien, si el tomate no creció como debía el pasado año quizá sea que la tierra esté falta de nutriente pues al plantarlos de año en año en el mismo sitio la comida se va agotando. El plan de choque de primeros de mayo fue total. Para tener en cien días un tomate Mariñán de exposición, cada unidad recibió en su círculo vital lo siguiente: dos palas pequeñas de ceniza, otras dos de humus de lombriz y, revuelto en el agua de cada día, triple quince (nitrógeno, fósforo y potasio) y un pelín de cucho fresco (es mejor cuchar en invierno pero cuando no se hicieron los deberes siempre hay remedios de urgencia). El resultado quince días después son unos tomates sanos, hermosos, sin llegar aún a los dos palmos, pero con una pinta que da gusto verlos. Como todo lo demás. No registrar ni una sola baja tras plantar dieciséis tomates mariñanes, dos cherris, doce padrones, cuatro morrones, diez pepinos, catorce lechugas, cuatro calabacines y un tiestín de perejil es toda una proeza no recordada.
Pinta bien 2017. El hombre, en su huerta, es un ser feliz ajeno a todo lo demás. Inclina la jarra del agua sobre un tomate y siente casi en su interior cómo la planta empieza a beber y a espigarse. Se sienta en la tayuela y contempla a su alrededor el ritmo pausado de la naturaleza. Cuando en verano esa huerta le alimente recibirá el premio. Entretanto, quizá sea mayor satisfacción la expectativa. El sol de mayo lo ha llenado todo de alegría.
(Publicado en EL COMERCIO el viernes 25 de mayo de 2017)
PD.-Y como estamos en Asturias basta escribir esto para que caigan tres días de tormenta sin tregua. Ye lo que hay!