Fuma cinco puros al día, utiliza gorras de la Marina o del Ejército y está instalado en el Tostaderu de sol a sol. La adivinanza no puede ser más sencilla. Hablamos de Manuel Diego, ‘El Capi’, quien a sus 79 años se ha convertido, de pleno derecho, en toda una institución en la playa de San Lorenzo.
–Capi. ¿Cuándo traes la radio?
–Enseguida. De hecho, ya la traje un día.
A Capi se le distingue a distancia por su gorra y sus gafas oscuras. Cuando el tiempo acompaña, enseguida se pone camisa clara, pantalón corto y playeros. Y llegado el verano pasa ya al bañador, pero siempre con su visera. Al acercarse uno a su área de influencia, la rampa del Tostaderu, lo normal, una vez metidos en julio, es empezar a escuchar cumbias, rumbas… Es su radio, que aporta un ambiente hispano, y alegre, a este emblemático rincón desde donde se divisa la playa al completo.
–¿No se queja nadie?
–Solo una vez una señora me dijo que venía a la playa para estar en silencio y aseguró que ya la venía escuchando desde la Escalerona. Yo le dije: ‘Señora, que Santa Lucía le conserve el oído’.Manuel Diego nació en Madrid. Cuando tenía 18 años se dejó caer unos días por Gijón y aquí se quedó. Se casó, tuvo cuatro hijos y trabajó toda la vida; la mayor parte del tiempo en la construcción y un tiempo en el Club de Regatas. La afición a la playa la tuvo desde el comienzo. Pero llegada la jubilación la convirtió en su casa. Primero se instaló con un grupo de amigos en el pedrero a la altura de la escalera 17. Luego corrigió el disparo y se reubicó en la 16. O sea, en el Tostaderu. Su rutina, más que gijonesa, parece británica. Se levanta a las seis y sale a caminar. Sube de la calle Aguado a los Pericones, baja a la playa, va por el Muro hasta el camping, vuelve y desayuna frente al Tostaderu en el bar/restaurante del mismo nombre. Entonces se instala en su ‘territorio’. Amedia rampa, en el pedreru, en la arena, arriba en el paseo… Siempre de pie y picando de flor en flor. Al Capi no se le escapa nada. Ni nadie. Conoce a todos los habituales, tiene su panda de amigos, pero no queda con nadie en concreto. Así pasa la mañana. A las doce en punto está comiendo en su casa. Luegovuelve. A las seis en punto está haciendo merienda/cena. Y, si el día está bueno, vuelve de nuevo. Antes se bañaba todo el año. Ahora solo lo hace en verano, dos o tres veces al día, a la altura de la caseta de salvamento.
Pese a la edad y los puros, Capi está pletórico, además de lucir un bronceado que a estas alturas se parece bastante al esparto. «Ni toso ni tomo un solo medicamento», presume. ¿El secreto?«La playa inspira salud», sentencia. «Yaire puro. Da gusto respirar este aire», añade. También le aporta ciertas sabidurías. De tanto estar, la gente ya le pregunta por el tiempo. Yacierta. Por ejemplo, ilustra, si ves gaviotas volar en círculo sabes que la mar se va a levantar o quizá vaya a llover. Con el Nordeste del miércoles, precisa, está garantizado un día similar el jueves. Se cumple.
Se va una mujer para casa. Capi se gira y, sonriente, proclama:«¡Hasta luego, mi amor!». Da una calada al puro y ríe. En el Tostaderu no se mueve nada fuera de su control. Así sea por muchos años.
(Publicado en EL COMERCIO el 9/6/2017)
PD.-Quedó fuera del relato el viejo debate de la arena de la playa. ¿Hay más? Ciertamente, este verano hay algo más, sobre todo comparado con dos años atrás. Ahora bien, de ahí a decir que hay más arena que nunca o que en los últimos veinte años media un abismo. El señor Capitán del Tostaderu así lo ratifica. Algo sabrá quien vive, día tras día, mirando al arenal. El gran Musel se levantó cometiendo la aberración de utilizar arena del fondo de la bahía de San Lorenzo para fabricar el hormigón (una arena única e irrepetible de la calidad de la de nuestra playa) y todo lo que sacaron de ahí es lo que estamos pagando. El arenal ha ‘avanzado’ hacia la bahía, se ha diluido en parte en ella. Quien niegue esto no tiene más que contar casetas. Cuántas entran ahora y cuántas entraban antes. Es la prueba del algodón.