Adentrarse en la casa de Enrique Benjamín Rodríguez Rodríguez, Kiker, es una experiencia religiosa. Kiker vive desde hace veinte años en un luminoso primer piso cerca de la Puerta de la Villa y en este tiempo su inspiración diaria ha ido llenando todas y cada una de las paredes de su vivienda, convertida en taller y en museo. Lo que para cualquiera sería el salón, alineado a todos los ventanales de la fachada, para él es su estudio, ahí donde espera todos los días del año, mañana ytarde, que las musas le pillen trabajando. Y vaya si lo hacen. A través de mil lenguajes (óleos, esculturas, maniquíes, estuches, monedas, maderas labradas, metacrilatos…) y con la figura humana siempre en el eje de su fascinación.Cuando uno entra a la casa de Kiker busca un método, un patrón, un rincón de trabajo. Sin embargo, enseguida lo advierte, no hay tal. No solo cambia el caballete de sitio, sino que salta, según le dé la ventolera, de la pintura a la escultura y de su casa, demasiado llena de cosas, a su otro estudio gijonés, «el de los ‘cuadros grandes’»;y de éste a su casa y hórreo del Alto Aller, donde le gusta trabajar la madera; y de ésta al precioso estudio habilitado en Cudillero, aunque ahí aún no ha podido asentarse, porque a Kiker –colorista, cubista, multidisciplinar, leonardino– no le dan las horas.
Parido en un hórreo, en Los Corraones, crecido en Moreda, donde fue monaguillo de Don Custodio, Kiker llegó a Gijón a los 14 años. Calzaba unos zapatos de ante fabricados por él mismo. Con 15 vendió su primer cuadro y con 17 se subió a un ‘Alsa’ rumbo al París de 1966. Llevaba cinco mil pesetas y una caja de pinturas. Lo que vino después es sabido. El éxito en estado puro, pero rehuyendo siempre los flashes, sin acudir siquiera a sus exposiciones, centrado solo en crear, idear, indagar. En aquel histórico Arco de 1985 fue portada de ‘Abc’ con su ‘Arte de Water’. El cliente metía unas monedas, sonaba la cisterna, una mujer levantaba la falda y de sus nalgas salía un lienzo de recuerdo. Pasaron por allí desde Miguel Bosé hasta Manolo Escobar. Tras este bombazo, siguieron los premios, las exposiciones y la misma actitud vital socarrona, creativa y provocadora; mil, cien mil veces talentosa.Hoy, en plena madurez, Kiker inicia cada mañana en la playa, donde ha tomado afición a dibujar una pequeña obra de arte sobre la arena para dejar luego que se la lleven las olas. Se da un baño, busca cosas por la orilla para sus collages y se pone a trabajar en casa, donde puede uno visualizar una pata de ñocla convertida en nariz o una cáscara de oriciu formando parte de un rostro humano. No perdona el vermú ni tampoco un alterne diario, casi siempre por sidrerías, tras la sesión de tarde en el estudio.
Tuvo Kiker dos mujeres que le dieron dos hijas y luego una tercera. Tres ciclos vitales de doce años, curiosidades de la vida. Ahora está tranquilo. Dice que no quiere líos. Su ilusión artística, asevera, es la de los catorce años, aunque la carrocería dé problemas de chapa y motor. Le gusta dejarse llevar por la idea, influir lo mínimo en el camino marcado por su mano, sorprenderse a sí mismo. Yvaya si lo consigue. Su talento es un manantial inagotable al que se incorporan los objetos más variopintos e inverosímiles; unos hallados en la orilla de San Lorenzo o donde sea, otros adquiridos en el Rastro de Madrid. No tiene Kiker más límites que los marcados por las paredes de una casa donde uno se siente instalado en Florencia. Oen Venecia. Oen la Roma de los Césares. Pues cada cosa que toca la convierte en oro. ¡Larga vida rey Kiker!
(Publicado en ELCOMERCIO el viernes 23 de junio de 2017)