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Adrián Ausín

Campo y playu

Sobre los árboles

Cuenta José Saramago cómo su abuelo, presintiendo la muerte, salió a su pequeño huerto y abrazó, uno por uno, los árboles que habían sido testigos de su vida. Esa fue su despedida y al día siguiente falleció. En ‘Las pequeñas memorias’, Saramago certifica la autenticidad de aquellos abrazos, de las caricias últimas de aquellas curtidas manos de campesino portugués, del roce de las yemas por las cortezas, del singular adiós del abuelo a su pequeño rincón. Sobre los árboles pueden narrarse mil excelencias, cien mil historias; unas tan vibrantes como la de Saramago, otras tan vitales como la de Ryszard Kapuscinski, quien describe en ‘Ébano’ el significado de un mango para una aldea etíope llamada Adofo. No es que se trate de un árbol especial para este pueblo. Es que es su único árbol, un inmenso ejemplar de hojas frondosas y perennemente verdes, rodeado de una tierra arenosa quemada por el sol. A la sombra de este mango, cuenta Kapuscinski, los niños de Adofo reciben sus clases cada mañana; a la sombra del mango, los habitantes de Adofo se cobijan del sol inclemente al mediodía; a la sombra del mango, se reúnen los mayores para debatir cuando llega la tarde; a su sombra, todo el pueblo de Adofo celebra sus asambleas y toma todas las decisiones. Fuera de su sombra, el ambiente es asfixiante. Conservar este árbol en medio de un paisaje lunar es la mayor ambición de este pueblo. Un inoportuno rayo heriría de muerte la comunidad y abocaría este poblado africano al éxodo.

Si José Saramago narró un sentimiento y Kapuscinski una necesidad, Abu al-Jayr, en un tratado árabe del siglo XV, recogió un singular truco para reactivar la producción de un antiquísimo olivo, de enorme belleza, que dejó de dar fruto. El dueño de la finca en cuestión ha de hacerse acompañar de un par de amigos y, paseando por la misma, como quien no quiere la cosa, decirles al pasar junto a él: ‘Oh, éste voy a talarlo porque no da fruto’. ‘Qué pena, es un árbol bonito’, comentará uno de ellos. ‘´Sí, pero aquí no hay sitio para holgazanes. Le ha llegado la hora’. Cuando le alejan, uno de los invitados se rezaga y le apostilla al bello ejemplar: ‘Habla en serio, ¿sabes?’. El árbol entrará en razón.

La fábula de Abu al-Jayr la trae a colación Chris Stewart en ‘Los almendros en flor’, la tercera entrega de sus andanzas en el cortijo de las Alpujarras granadinas adonde se fue a vivir hace ya dos décadas. A nadie se le pasa por la cabeza talar un olivo centenario por darse mus una temporada. Pero Stewart recoge la anécdota en un capítulo dedicado por completo a las aceitunas; que por cierto en Andalucía saben a gloria, bien machacadas y acompañadas de una copa de manzanilla. Sobre los árboles hay enciclopedias. Sobre la belleza de todos y cada uno de los árboles, sus tendones, sus troncos, sus graciosas formas, sus hojas, la forma de sus copas, sus frutos y sus gratificantes sombras podrían hablar desde los pájaros hasta las hormigas. Pero ese don sólo ha sido reservado a los hombres.

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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