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Adrián Ausín

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Otoñada musical en Riaño

La subida de Tarna es relajada, con tramos de asfalto nuevo. Relajada porque el concierto nocturno no será sobre las ruinas del Viejo Riaño, el auténtico. El agua del pantano ha dejado de bajar al ritmo de las últimas semanas y rebasa unos cientos de metros el viaducto. Casi mejor. ‘Bajar’ a Riaño a contemplar su espectro sería un sapo difícil de tragar. Y, según tu teoría, es mejor mirar al frente. Recrearse en la pérdida no trae nada bueno, más que disparar la bilis y amargar el ánimo.

La primera parada es Casasuertes, ese paraíso perdido, intacto, donde habitan bichos tales como caballos, vacas, ¿osos? Y donde nunca hay nadie. En Casasuertes están las primeras muestras de la otoñada, aislados árboles amarillentos a modo de avanzadilla del espectáculo cromático de finales de octubre. Tortilla de patata, tomate aliñado, atún en conserva y una manzana. Al almuerzo solo le faltan la bota de vino y el café. Pero la paz que lo llena todo, intercalada por la berrea, es más que suficiente.

r1La segunda parada es el río. El pozo habitual, el de los últimos años, más allá de Barniedo y del cruce de Guspiada, está también otoñal. Menguado de agua y con una manta de hojas y natas alineándose contra el muro de piedra de Fonso. Está tristón el río. Queda patente, al primer vistazo, la fuga del verano. Otro. Un verano menos en la muesca. La intención del chapuzón a media tarde se marchita. No anima el agua ni todos su apéndices arbóreos, todas esas partículas vegetales que inundan la superficie, nadando en una inercia tan lenta como la corriente.

r2Al llegar al hotel Tierra de la Reina, con la doble hoja de la ventana abierta, mirando al tejado vecino y al monte, escuchando el sonido de la brisa y el aroma de alguna lumbre cercana, surge de manera espontánea una siesta de hora y media, con una respiración profunda, placentera, hinchada; durmiendo y despertando, resoplando, escuchando e interiorizando la seca leonesa. Una siesta que se convierte en un regalo. Una cena temprana en el Espigüete carga las pilas para el concierto nocturno. Chuleta con patatas y huevo; espectacular; con ensalada y vino tinto.

r3La tercera parada es el Corro de Aluche, un lugar que se antoja ideal para la cita. Rodeado de un graderío de piedra circular que frena el viento helado de la noche, se revela como un acierto total. No hay mucha gente, pero sí hay ambiente. Caras conocidas de siempre, reencuentros alegres y cuatro horas de buena música. Tregua y Esbardos, con músicos locales, suenan bien. De2en Blues Band, del amigo navarrico Miguel Ángel, también con orígenes riañeses, notable. Y Costas (Siniestro Total) en su línea de entonces, de los años locos, pero peinando canas. Pese a la media entrada, el concierto puede considerarse un éxito. El domingo, ya de retirada, Lario ofrece buena comida y paisajes de otoño, con esas praderas, esas arboledas y ese río Esla que ignora, a esta altura, su próximo encontronazo con un pantano. Dejémosle correr alegre. 

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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