(Once días en Escocia, 4)
La primera visión de Glasgow la tomas desde el rincón elevado donde se apilan tres sugerencias de las guías: la catedral, el cementerio y la casa más antigua de la ciudad. La casa está bien, lo demás regular y la vista que ofrece de toda la urbe es gris, anodina, más bien fea. ¡Error! Gasglow tiene mil atractivos. Solo hay que ir a buscarlos. Adentrarse en sus tripas. Para empezar, todo el centro es monumental, con edificios bonitos y una calle llena de vida, Buchanan, donde siempre hay dos o tres grupos tocando a la vez al aire libre. Por las calles, lo primero que llaman la atención son los negocios. Por ejemplo, las barberías, llenas de guitarras
eléctricas, billares y unas banquetas para esperar el turno todas ocupadas. No recordabas esa ‘lista de espera’ en el barbero. Ni, por supuesto, la decoración. Cada dos por tres te toparás con pubs y cafés, en muchos casos con decorados industriales, tuberías vistas en el techo, amplitud, originalidad y ambiente variopinto.
En ese hábitat, además de callejear por el centro entre tiendas vintage, hay que determinar qué ver. La esposa pone la diana en el artista, diseñador y arquitecto Charles Rennie Mackintosh (Glasgow, 1868) y su esposa Margaret MacDonald, quienes a finles
del XIX y principios del siglo XX diseñaron edificios e interiores totalmente vanguardistas para la época. Ahí está la Lighthouse, diseñado para el periódico ‘Glasgow Herald’ en 1893, la Mackintosh House, reconstrucción de su primera vivienda, y el Glasgow School of Art, el más emblemático, con una espectacular biblioteca, que fue pasto de las llamas en 2014 y no se prevé reabrir hasta 2018. Mackintosh y Señora fueron unos adelantados a su tiempo y la muyer te pone la cabeza como un bombo con sus virtudes; muy ciertas. Al final, tanto escuchar tanto escuchar, volviendo al hotel pasas de largo sobre un edificio espectacular, echas el freno, retrocedes, y le espetas: ¿Esto no será de Mackintosh? Miras la guía y efectivamente. Has aprendido a identificar a este plasta que verdaderamente se adelantó cien años con sus diseños.
La primera noche cenas una espectacular hamburguesa en la Doghouse, un inmenso local lleno de tuberías por el techo, con un poco de madera para dar confort y muy buena música. De ahí saltas al Artá, un pub inmenso, de dos alturas, vestido como si fuera un palacete, lleno de ambientes distintos, con una escalera tipo ‘Lo que el viento se llevó’ para ir al baño y al restaurante del piso de arriba, y buena música. Las muyeres de Glasgow van vestidas como si fuera Nochevieja. Es sábado noche y, visto lo visto, echan el resto para la ocasión. Los tíos van más discretos. Se está de cine. Al salir, a la vuelta de la esquina, en otro inmenso pub, este acristalado a la calle, hay un concierto en directo cojonudo. Sonido limpio y potente. Y ya al lado del hotel, en otro pub viejo y desvencijado apenas entra un alfiler. También hay concierto, reinan la cerveza y el güisqui y huele a alcohol nada más abrir la puerta.
El segundo día toca ver otras versiones de la city. El hotel linda con el río Kelvin y éste tiene un paseo fluvial hasta la Universidad, muy confortable, con una estatua a mitad de camino dedicada a la Pasionaria. El nexo son
los escoceses que combatieron en la guerra civil española y la leyenda, su frase “vale más morir de pie que vivir de rodillas”. Curioso. El río te lleva a dos espectaculares edificios futuristas donde se celebran
espectaculares conciertos de números uno del rock. De ahí pasas por unos preciosos jardines a la zona universitaria, gigante, amplia, con el clásico complejo de edificios de piedra, donde se rodaron escenas (que no viste) de ‘Harry Potter’. Entonces llega la gran cita de Glasgow. Las dos sobrinas que estudian Música y Diseño Industrial. La mayor cumple 20 años ese día, 19 de noviembre, y tú yes el padrín, así que verlas ese día es toda una emoción. La noche anterior tuvieron fiesta de celebración y los tíos carrozas dejan el encuentro para el domingo. Ver el piso de ‘estudiante’ despierta muchos recuerdos. Su barrio es entero de casas bajas, lindante con la Uni, guapo y tranquilo; otro mundo paralelo al centro de Glasgow donde se aparenta vivir a las mil maravillas. Trasladado a tu experiencia, como vivir en Getxo respecto a Bilbao. Aunque de aquí al centro se llega caminando en media hora.
Las sobrinas, 18 y 20 años, están en la gloria en Glasgow y se les nota. Antes de comer, hacen una visita guiada por la universidad, el jardín botánico (precioso) y su propio barrio. Después, otro paseo hasta un singular museo, el Kelvingrove Art & Gallery, y una visita final a su pub de cabecera, muy amplio, como todos, muy original, como mucho sabor. Cuesta despedirse de ellas. Al alejarnos, miramos todos de reojo. Al día siguiente, lunes, los viajeros se irán a las Highlands y las sobrinas, a clase. Tener a los seis sobrinos mejores del mundo es lo que tiene. Los sobrinos solo dan alegrías. Y grandes. De vuelta al hotel te sorprende, de despedida, el encendido navideño, con unos fuegos artificiales imponentes en la plaza del Ayuntamiento. Glasgow nos despide por todo lo alto. Han quedado cosas por ver. Pero amenazamos con volver.