(Once días en Escocia 7)
Cuando miras el mapamundi te sorpende lo cerca que está el Norte de Escocia del Sur de Noruega. De ahí que el paisaje costero escocés prolongue los fiordos noruegos. Y de ahí que la isla de Skye fuera bautizada así por los vikingos (significa isla de las nubes). Hoy, esta isla conectada al país por un puente es uno de los grandes atractivos turísticos de las Highlands y lo cobra.
Fuera de temporada resulta casi imposible encontrar un hotel por debajo de cien euros la noche. Pero la visita es obligada. Tiene 70 kilómetros de largo y los paisajes son espectaculares. Al estilo de Glen Coe pero en versión isla, con los contrapuntos que ofrecen el mar, la tierra firme de enfrente (en realidad otra isla) y los rebaños de ovejas. Portree está a la mitad y de ahí hacia arriba un paseo en coche haciendo todo el perímetro de Skye es obligado. Hay dos miradores fundamentales: Old Man Of Storr y Quiraing. El primero requiere una fácil caminata de una hora, aunque a veces el suelo mojado por le diluvio de la víspera resbala un poco. En el segundo, mal señalizado, llegas a un alto en coche y desde ahí recorres lo que quieras.
Solo estos dos miradores justifican la visita a Skye. Pero la carretera invita a parar muchas veces y siempre merece la pena. Cuando pasas del lado derecho (de Portree para arriba) al izquierdo de la isla el paisaje pierde un poco, pero sigue ofreciendo atractivos. Como el castillo de Dunvegan, que ves desde fuera al llegar fuera de hora. O los Fairy
Pools, unos pozos y cascadas formados por un río caprichosamente que la nevada con la que amanece el segundo día te deja sin visitar. Cero grados y un manto blanco son los ingredientes con los que despides Skye. Pero son perfectos, pues el miedo era que el diluvio del martes se prolongase toda la semana. En Portree, donde duermes, hay un restaurante muy bueno, variado y bien de precio: el Cuchuckim. Y un pub a la vieja usanza perfecto para rematar la cena: el Merchant Bar.
A la hora de marchar, un jueves 22 de noviembre, el objetivo es el lago Ness. Tras hacer una parada a ver el imponente castillo de Eilean Donan de día y visitarlo por dentro (no dejan hacer fotos), vuelves a una carretera de ensueño donde apetece detenerse cada cien metros. Pero no abreviemos el lago. Mejor dejar en la retina esta particular isla con paisajes lunares cubiertos por una pequeña película de hierba y rodeados de mar. Y recordar que incluso aquí, pese a la mala fama de los british, comiste bien: sopa, mejillones, ciervo, fish & chips… Siempre con la cerveza negra por bandera.