A las siete y pico de la mañana solo hay un coche de civiles recién aparcado en Pandébano. Lo ocupan tres gijoneses que no han dudado en desafiar a la meteorología adversa ante el aviso de que dos dioses de la montaña, Messner y Wielicki, descenderían de un helicóptero en la vega del Urriellu. Algo así como si el cielo se fuera a abrir para que estos seres mitológicos bajaran por ensalmo de un lejano Olimpo cuajado de ochomiles. Los cilúrnigos fabulan con la hipótesis del saludo, del aplauso, de unas apropiadas palabras en inglés en ese paraíso natural de los astures coronado por un incomensurable menhir que, esperan, guste a los Premios Princesa de Asturias de los Deportes. Pero, a dos tercios de ruta, en el único punto con cobertura, una llamada al teléfono móvil desvanece las ilusiones. ‘Anulado’. Cierto es que la única compañía presente; lluvia, niebla y unas vacas cortando el paso, apuntaba al fracaso. Pero si no se intentaba a tiempo, madrugando a las cinco de la mañana, el milagro sería inviable. En Sotres, segunda escala del puente aéreo por los Picos de Europa, esperaban a Messner y Wielicki especialidades como cabritu, menudillos o garbanzos con bacalao; e historias como la de Juanjo, de Casa Cipriano, a quien Reinhold Messner estampó un autógrafo en su brazo escayolado hace cosa de veinte años cuando dio una conferencia en Oviedo. Juanjo conserva el cascote como oro en paño y ayer dudaba si acercarse al Calatrava con el envoltorio del prestigioso garabato para demostrar su pedigrí al primer ser humano que coronó los catorce ochomiles.
En el pueblo apenas hay vida. Dos personas por la calle, tres en la barra de un bar. Un maravilloso silencio que, curiosamente, iba a recibir a los dos astros de la montaña, seguidos eso sí de una pequeña corte de asistentes y periodistas. El rey león y el intrépido polaco no llegan y la vida en este encantador pueblo de cuento de Dickens prosigue plácida en sus ensoñaciones rurales.
Vuelven los cilúrnigos a su tierra. Dos podrán culminar la jornada haciendo cima en el Calatrava. El tercero se queda en Gigia, castigado por las obligaciones. Masculla un consuelo. El Yeti Messner, este descomunal ser humano, destroza las manos que aprieta a sus interlocutores. Saluda con una fuerza colosal y retuerce los nudillos del adversario con un grueso anillo tibetano. Trucos del Olimpo. Ni la gracia otoñal del Urriellu salvaría al cilúrnigo del crujimiento. Mejor admirar a distancia al guardián de seis castillos tiroleses. Y aplaudirle esta tarde a rabiar ante el televisor cuando sus descomunales garras atrapen la escultura de Miró.
(Publicado en EL COMERCIO el viernes 19 de octubre de 2018)