7.
Aquel sábado amaneció con un ligero orbayu, pero la temperatura seguía siendo cálida. Tras un buen desayuno, en torno a la una, Cílur bajó hasta la playa para darse un chapuzón. En septiembre, la mar adoptaba una posición durmiente que le fascinaba. Nada que ver con esos días veraniegos de julio y agosto en los cuales el cielo despejado se pagaba en Gijón con un desagradable nordeste que le helaba a uno la barriga cuando se disponía a bañarse. Ahora no. Podía estar ligeramente nublado, pero la quietud del cielo se reflejaba en el Cantábrico y el agua permanecía a unos veinte grados. ¿Qué más daba que cayeran cuatro hilos de lluvia? En pleamar, aquella masa acuosa estática llegaba hasta la misma rampa de la escalera 2, por donde bajaba siempre Cílur. Dejaba sus cosas en una mochila colgada sobre un clavo en la pared y se zambullía como si estuviera en unas termas romanas. De hecho, a diferencia del verano, en aquellos días de septiembre era normal contemplar la estampa de grupos de bañistas autóctonos flotando en el agua y tertuliando en círculos, algo inviable con el oleaje del verano. Cílur quedaba a veces para darse el chapuzón con Miguel Mingotes, poeta gijonés maestro de la síntesis que vivía frente a la misma rampa. A veces se adelantaban un mensaje de guasap:
-Voy pallá.
-Picto de ballena.
Otras simplemente coincidían. Mingotes publicaba en EL COMERCIO, el periódico donde había trabajado Cílur muchos años, unos dibujos o fotografías acompañados de un breve texto; algo así como una greguería animada.
-Hoy te saliste.
-¿Gustote?
-Gustómeme (risas al redoblar el me)
Mingotes había publicado un recuadro donde se veía la fotografía de un hermoso árbol. Debajo se podía leer: ‘Gústame la tu madera de ser: Árbol’. Su corpulencia, su voz nasal y un hablar pausado e irónico conformaban un personaje único. Mingotes, ya sesentón, era algo así como un trozo de Gijón, un cacho de esa ciudad a la cual analizaba y desmenuzaba con una ironía totalmente autóctona pasada por el tamiz de quien acumula en su mente cientos de libros y experiencias vividas y leídas.
-No te lo vas a creer. Pero anoche estuve tomando algo con Marilyn Monroe y Audrey Herpburn. Están alojadas en La Merced.
-No fastidies. Yo pensaba que habíen muerto.
-Yo también, pero ya sabes que a este Gijón nada se le resiste.
-¿Y siguen estando buenes?
-Como en sus mejores tiempos.
-Bueno pues… ¿a qué hora quedamos? (risas)
-Iban a ir hoy a Paradiso, pero ya se nos hizo tarde.
-Habrá que mirar luego por ahí.
-No se me altere, amigo Mingotes, que es usted hombre comprometido.
-Yo solo quiero mirar (risas).
El baño resultó terapéutico. Más de media hora de jacuzzi. A unos veinte metros de la rampa (Mingotes y otros playos decían rampla), mirando sosegadamente hacia el rincón más coqueto de la ciudad. Al Varsovia, la Antigua Pescadería, el Consistorio, el Campo Valdés, las Termas, San Pedro… Un marco ideal para arreglar el mundo; o desarreglarlo, según se terciara, como si de auténticos senadores romanos se tratase. Además de EL COMERCIO, Mingotes también colaboraba con ‘Magullu’. Tenía una sección fija donde hacía lo que le venía en gana con su particular visión de las cosas; siempre sobre algo gijonés transmitido con su particular ironía. La revista era mensual, salía publicada el último viernes de mes y esto le daba a las cosas un tempo relajado para cocinarlas a fuego lento y no ser nunca rehenes de las prisas.
-¿Ya tienes el tema para el próximo número?
-Déjame ver si quedo con eses… (risas)
-Las trajo Tarantino.
-Ostras Pedrín. Esto se pone interesante. Habrá sangre entonces.
-A chorros. Igual las descuartiza (jajaja).
-Entonces corre prisa encontrarles, no vaya a ser tarde…
-Déjate caer por La Merced, o esta noche en el Escocia.
-Ya sabes que de noche yo duermo.
-Bueno pues monta guardia ante el hotel.
-¿Hágome el encontradizu?
-Espera… Se me está ocurriendo una cosa. ¡Don Quijote!
-¿Qué?
-Claro. Así las pillas fijo. Tienes que volver a escenificar la secuencia de Don Quijote atacando El Molinón. Yo puedo avisarlas y tú vete preparando el atrezzo y llama a Basagoiti para que te grabe. Les digo que vais a representarlo de nuevo, que es una ocasión única y las cito mañana domingo en el Kilometrín a las cinco, cuando esté en pleno partido el Sporting.
-Venga vale. A ver qué diz la muyer…
-Igual cuando te estrapalles contra la puerta del estadio te hacen el boca a boca (risas).
-No caerá esa breva.
-Nunca se sabe. Igual eres su tipo (risas).
Aquella mañana, casi tarde ya, no había rastro del ‘Bounty’ en San Lorenzo. Acaso estuvieran grabando alguna escena de alta mar. O igual el fin de semana no trabajaban y la embarcación descansaba amarrada en El Musel. Habría que investigar. Cílur acudió a la comida familiar de los sábados con su madre y su prole de hermanos y sobrinos. A las ocho había quedado con Ziprus para intentar de nuevo la conexión interestelar con Chang. Luego sería cosa de dejarse caer por el Escocia en clave tahitiana e ir apañando la cita del domingo en el Kilometrín.