19
Algunas mañanas parecían repetidas de otras anteriores. El clavo era el mismo. Sin embargo, detrás de él asomaba una placentera sensación de haberlo pasado en grande. El viernes, Cílur había amanecido con un clavo brutal que le atravesaba la sien de lado a lado. Ahora bien, al dolor de cabeza le acompañaba la ambrosía de haber bailado con la Tarita gijonesa en mitad de una descomunal fiesta, la de Abanico Estelar, dedicada a ‘Rebelión a bordo’. El domingo amanecía de nuevo, 48 horas después, totalmente perjudicado. Ya no era mocín. Los veinte y los treinta quedaban atrás y los cuarentaitantos eran una realidad palmaria, con sus cosas buenas y malas. El segundo clavo de la semana tenía un grandísimo culpable, un canalla en toda regla llamado Quentin Tarantino, ese yanqui desfasado, alegre y trasgresor que la víspera había conquistado Tazones a bordo de la embarcación de ‘Magullu’ destronando al mismísimo Carlos V. Quentin había hecho añicos en apenas unos minutos los sueños de grandeza de Aurelio Nava, aquel hombre que puso en marcha en 1980 una fiesta que conmemoraba los hechos inexistentes del 19 de septiembre 1517; de ahí que hubiesen pasado 463 años sin celebrarse. Pero en la sociedad del siglo XXI la política con mayúsculas no asentaba sus reales sobre hechos ciertos; bastaba con que aparentasen serlo. Como en el cine, más o menos. La cuestión era que apenas unos kilómetros ría arriba, había varias entidades culturales que llevaban años mordiéndose la lengua por semejante adulteración de la historia. Nadie discutía que Carlos V había pasado sus cuatro primeras noches de reinado español en la Casa de los Hevia, en Villaviciosa; y Tazones, sin pernoctas que demostrar, se había adueñado literalmente del desembarco.
A Quentin, la historia de España, con sus raíces astures, parecía haberle entrado en vena y aquella jornada a buen seguro no la olvidaría jamás. Había sido un buen punto de partida para su amistad. Empezó regado con cerveza mientras navegaban, siguió con sidra y terminó en el Soda 917 a ritmo de mojito y de ‘Pulp Fiction’. Aquel baile, descalzos, como mandaba la ocasión, no sería olvidado tampoco por Poma, así viviera cien años. La joven periodista nacida en Piloña poco podía imaginarse en semejante trance y su fiel amigo y colega gijonés, Pandi, tampoco hubiera soñado que acabaría la noche bailando con Audrey Herpburn y Marilyn Monroe, pues los hologramas, casualidades de la vida, arribaron al Soda 917 en la cirila de los ‘Paradisos’ cuando la cosa estaba animándose dentro.
Lifus, aquella tarde, pescó tres lubinas de 900, 1,200 y 1,800 kilos en la costa limítrofe entre Villaviciosa y Gijón. Había sufrido años atrás dos pancreatitis por los excesos de la noche y cada vez que intuía que la cosa se iba a desfasar derivaba sus energías hacia la mar. Un giro de prudencia. En el móvil de Cílur entró una fotografía con los tres ejemplares, acompañada de una sugerencia para aquel domingo. ¿Pescado fresco en la finca? Respondió que sí al instante, pero pidió un margen de maniobra. ‘Ir tirando y llego entre las dos y las tres’. En su finca no había candados y Lifo, Sando y Rúper sabían perfectamente donde estaba escondida la llave para sacar los aperos. Hubiera apostado a priori por un ‘día valle’, uno de esos en los que no haces absolutamente nada, sin citas, con una modorra de sofá viendo alguna película. Sin embargo, septiembre seguía abonado al sol y la buena temperatura y le parecía un crimen quedarse en casa, máxime teniendo frente a las narices la bahía de San Lorenzo. Es más, una vez recibido el mensaje, realizó un esfuerzo sobrehumano y se levantó. Tomó su zumo de naranja, su tostada con aceite, tomate y ajo crudo y las nueces recién peladas. Asentado el aparato digestivo, miró por la ventana y vio la Vespa aparcada abajo con las llaves puestas. Lifus se había enrollado. Atravesó el Muro hasta la Rampa, colgó la ropa de un gancho en la pared y se metió en el agua sin pensárselo. Nada como el mar para la resaca. Cierto. Tres brazadas, seis o siete incursiones bajo el agua, y el cuerpo comenzaba a resetearse de modo adecuado. Como apagar y encender el ordenador. Entonces se aproximó nadando un rostro más que conocido. Don Miguel de Mingotes.
-Mucho llovió desde el boca a boca. ¿Ya te dejan entrar en casa?
-Estoy usando un visado americano (risas).
-¿Y eso?
-Les hice firmarme una tarjeta diciendo que fue una emergencia.
-¿Y coló?
-Bueno, tengo que andar con tiento.
-Pues te vieron con ellas en el Dindurra…
-Tengo el expediente limpiu. Ye puro platonismu.
-Ah bueno. Entonces tira milles (jajaja).
Cílur no tenía horno en el prau. De forma que optaron por poner las lubinas a la parrilla acompañadas de una generosa ensalada y pan de pueblo. Él se encargó de la ensalada. Tomate y lechuga de la huerta y cebolla comprada. Bebieron sidra con moderación. Era casera, de su producción y por tanto con muy baja graduación, de forma que la cosa no pasó a mayores. La fiesta de Abanico del jueves aún coleaba en la tertulia. Pasadas las cinco, después de rematar la comida con una tarta al güisqui y unos cafés, todos se fueron a dormitar. Era como un pacto de caballeros. Si se prolongaba la tertulia sin descansos la jornada acababa resultando agotadora. Así que cada cual se fue a su tumbona. Cílur eligió la que estaba a un lado de la huerta atada entre un fornido manzano y la pared de cierre de la finca. Allí, en posición horizontal, podía dar rienda suelta a sus cavilaciones. Giraba un poco la tela y mientras disfrutaba del ligero bamboleo con los ojos cerrados, experimentaba un particular placer escuchando el sonido de la caída de las manzanas. El golpe seco al tocar con la hierba le hacía rebobinar mentalmente para darse cuenta entonces del otro sonido que le había antecedido; el del desprendimiento de la rama, un chasquido apenas apreciable que cuando se producía el golpe en el suelo pasaba a cobrar pleno sentido. El sonido de las manzanas, pensaba. Si le explicaba esto a algún teórico tipo Kiarostami su proyecto de ‘Pomarada’ cobraría pleno sentido, una película netamente astur basada en sonidos; fundamental el de la pomarada en la fase de caída del fruto, complementario el viento en alta montaña, el ruido de los ríos, el de los salmones retrepándolos, el mugido de las vacas y sus cencerros, un lobo aullando… Entonces se durmió profundamente. Durante dos horas hubo otros sonidos a su alrededor. El de los pájaros de aquí para allá, el lejano pero audible de la autopista (recordando la civilización), las vacas de Adolfo en la amplia finca vecina en danza de acá para allá…
Cuando despertó sintió deseos de tomarse unas vacaciones de ‘Magullu’. La tarea era llevadera, tremendamente divertida en ocasiones, pero como toda obligación también tenía su lado estresante, aunque fuera un estrés de barra de bar y el de al lado fuera el mismísimo Quentin Tarantino. Siempre hacía al menos tres cortes al año y ahora empezaba a necesitar uno. Pero quizá lo sintiera así por aquella placidez post resaca que le invadía. Mejor esperar a que concluyese ‘Rebelión a bordo’ y se clarificara hasta dónde podía avanzar su (potencial) relación con Tarita. Quizá fuera hora de sentar la cabeza, pero en su entorno prácticamente nadie lo hacía y esa inercia había ido prolongando su existencia de fiesta en fiesta. Al abrir los ojos a media asta, inspiró profundamente y sintió placer en ir regulando la respiración con un ritmo adecuado, algo de lo cual se olvidaba en muchas ocasiones. Aquella noche tenía cita con Ziprus para realizar una conexión interestelar con Chang, ver un nuevo capítulo de ‘Isabel’ y, como gustaba decir el amigo celestial, charrar.
Antes de despedirse, tomaron un café y comprobaron en el móvil que el Sporting había empatado en San Sebastián. Dos a dos. Un resultado que le mantenía en puestos de Champions en aquel ilusionante arranque de la temporada. Solo iban cinco jornadas pero daba gusto mirar la clasificación. ¿Dónde habían quedado aquellos años de penurias en Segunda? Algunos proponían erigir junto a El Molinón un aguarón de bronce con la camiseta rojiblanca del Sporting recubriéndolo para rendir tributo al final de los Fernández. Cílur regó la huerta, los colegas le ayudaron a recoger y quedaron que la próxima sería en el casoplón de Sando, a apenas diez minutos en coche. Rúper, fiel a su discreción, no soltó prenda de sus hologramas, más allá de confirmar que seguían yendo a la tienda; mientras Lifus detalló con pelos y señales su heroica llegada a Tazones abrazado a Taran, ese nuevo amigo que se había echado en aguas del Cantábrico. Cosas de Gijón. O mejor dicho de Cilurnigutatis.
pd.-la foto de Kike en la barra del Soda 917 es de José Simal.