Veinte oricios curiosos, treintaitrés euros. Si lo dijéramos en la antigua moneda, 5.490 pesetas. A algún veterano de los tiempos de las paladas frente a la Antigua Pescadería le podría dar un síncope al escuchar lo que cuesta, iniciado 2020, quitarse este ancestral gusanillo en versión casera. Hablamos de dos personas, y sin fartucar. El ritual gijonés acaso más gijonés, oriciar, se ha convertido en un lujo asiático empatando el coste, por ejemplo, con el besugo, pues aunque este tarifa al doble de los 14,80 euros kilo del oricio no lleva cáscara ni púas, que se sepa y por los 33 euros mencionados uno se puede llevar un extraordinario pez de la pescadería. Así las cosas, ¿qué hacer? El cilúrnigo dejó pasar los meses. Octubre, noviembre, diciembre; cuando estaba incluso bastante más caro… Hasta que no pudo más y tiró de cartera. El esfuerzo, sin embargo, mereció la pena con creces, pues paladear un buen oricio, regado con sidra casera, es tocar el cielo sin levantar los pies de la tierra. Así de fácil. Y de difícil para muchos por los prohibitivos precios mentados.
La segunda noticia del día es rojiblanca. Desde la vergonzosa ‘negociación’ de Vega-Arango para aquella final de la Copa del Rey de 1982 a la que el Sporting llegó con dos días de descanso y el Madrid con nueve, no se recordaba otra barbabidad semejante hasta la ‘negociación’ para aplazar el partido en Zaragoza; que regalamos en los despachos. No jugar el viernes y sí el martes aún bajo las secuelas de la gripe ha supuesto regalar tres puntos. ¿Por qué? Ningún equipo con gestores, con personalidad, con orgullo lo habría aceptado. Nosotros, pobres idiotas, sí. Y así nos sigue luciendo el pelo.
Junto al Sporting y los oricios, ambos en diferentes tipos de crisis, el cilúrnigo se encamina por 2020 paseando por la arena de la playa con el cielo y la mar contaminados. En estos días azules, el ambiente despejado invita al optimismo. Da gusto ver tanto horizonte, pero los datos objetivos de partículas nocivas de todo tipo por tierra, mar, río y aire no permiten tirar ni mucho menos voladores en algo tan trascendente como es el aire que respiramos y el agua en la que nos bañamos.
Quedan las obras, esos proyectos que crían pelo un año tras otro. ¿Habrá noticia? ¿Inauguraremos algo este año? ¿Una depuradora? ¿Una variante? ¿Un túnel acondicionado con bola de discoteca? ¿Un Piles con angulas? ¿Acaso una calle peatonalizada? En estos pagos, ya se sabe, toda cosa gruesa avanza al ralentí o directamente no va. En 2019 solo hubo un hecho reseñable: la devolución de los jesuitas de los tesoros de la Iglesiona tras dos décadas en el exilio burgalés, un importante patrimonio de Gijón recuperado; ajeno a religiosidades. Curiosamente, apenas se habló de ello.
Publicado en EL COMERCIO el jueves 9 de enero de 2020