40.
Cangas de Onís estaba tomado por los equipos de rodaje aquella primavera de 2030. En la terraza de La Sifonería, una mañana resacosa, Sergio Ramos y Guti trataban de quitar las telarañas craneales de la noche con sendos carajillos y unos mantecados. De doblete, tras una larga fiesta en una casona de indianos cerca de Arriondas, se lamentaban con cierta impotencia de no haber sido seleccionados para ‘Pelagius’.
-No ze. Yo creo que er Tarantino bien noh podía haber elegío a nozotro. Podíamo tené un gansho en el público nazioná e internazioná; decía Ramos, quien no paraba de insistir a Guti que lo veía en el papel de Alejandro Magno. “Quedaríah niquelao”.
-Pues yo a ti te veo, con una barba bien arreglada, de Favila, el hijo intrépido de Pelayo.
-Calla, calla, tu quiere que me mate un ozo.
-Oye Sergio; el cine exige sacrificios. Si nos hubieran contratado evidentemente no podríamos salir como vamos, en la cresta de la moda. De todas formas, lo de Alejandro Magno tenemos que ver cómo colárselo al Quentin para otra peli…
Ramos y Guti brillaban, como siempre, en aquella mesa con una intensidad que rebasaba varios tonos la del resto de los mortales. Siempre de blanco, con innumerable pedrería; botines tipo Abba y en esta ocasión unas plumas de pavo real sobresaliendo de sus largas melenas rubias, tratadas cada jueves en la pelu para que no perdieran nunca su iridiscencia, pues despedían brillos como si se tratase de auténticas hebras de oro. La fiesta en la casona había sido total. Todo el equipo de rodaje, con Taran y Russell Patata Crowe a la cabeza, había acudido con vestimentas y espadas propias de la Asturias del año del señor 718, el de la Batalla de Covadonga. Corrió la sidra, escanciada directamente desde grandes toneles, y se comieron grandes piezas de carne con las manos. Para dejar claro quién había ganado aquella guerra que dio inicio a la Reconquista, todos los camareros iban vestidos de musulmanes, si bien se los trató con exquisito respeto, reinando la camaradería entre ambos ‘bandos’ durante el festejo, al que acabaron sumándose las tropas morunas una vez saciados los apetitos del comer y el beber.
Aquella noche, Guti y Ramos estaban promocionando su Abanico Estelar de Nuevo Roces, dejándose ver y tomando parte en algunas promociones con el público joven. Entonces recibieron la llamada de Taran. Sonaba pastosa su voz, pero distinguieron con claridad los datos básicos. La fiesta, la casona y la invitación a presentarse tras una disculpa ligera por no haberse acordado antes. También les pedía unas bolsas de hielo, pensando quizá tanto en los güisquis como en la resaca del día siguiente. Llegaron a las tres de la mañana. Desde el casoplón aquello pareció como ‘Encuentros en la tercera fase’. Una luz creciente asomó por el jardín como un amanecer de esos que hieren la vista y cuando llamaron a la puerta resultaron ser ellos. Quentin les dio sendos abrazos, besó con fuerza sus papos, casi como si les fuera a morder, se puso una bolsa de hielo en la cabeza, lanzó una sonora carcajada y luego les ofreció dos espadas. Ellos rieron con ellas en la mano, pero no se veían mucho. Cuando se toparon con Audrey sintonizaron al instante con su luminosa hologramidad y los tres hicieron corrillo en la pista de baile, en medio de moros y cristianos.
Tras el desayuno en Cangas se fueron hasta Covadonga, donde estaban preparando todo para el rodaje. Subieron hasta la Santa Cueva a ver a la Santina, tomaron asiento en aquella capilla de ensueño y, sin poder evitarlo, se quedaron dormidos. Llevaban mucha farra en sus alforjas. Los feligreses, al llegar y distinguirlos, albergaban una primera duda sobre si estaban en trance, rezando a la Virgen, o simplemente dormían. Pero nadie osó despertarles. Así pasaron varias horas. Muchas. Demasiadas para asistir al estreno del rodaje de ‘Pelagius’. No les despertó ni siquiera el sonido de los helicópteros del Ejército de Tierra español que, tomando como base el aparcamiento situado frente a la basílica de Covadonga, empezó a desplazar extras hasta el lugar donde se iba a rodar la gran batalla entre las tropas astures de Pelayo y las omeyas de Munuza y Al Qama.
Patata Crowe, tras varios meses de exigentes gimnasias moviendo piedras allá donde se encontrase, lucía una formidable estampa. Seguía corpulento, pero su porte era regio y duro y sus barbas, auténticas. Aquel papel le había exigido mucho, su espalda había crujido en innumerables ocasiones piedra va piedra viene; pero el resultado era formidable. Metido en su personaje, mimetizado con él, era la encarnación del mismo Pelayo, gracias a su tenacidad y a las pruebas a las que le fue sometiendo, sin piedad alguna, Quentin Tarantino. Había un halo de misterio sobre quién encarnaría el papel de Gaudiosa, la esposa del primer rey asturiano, a la que conoció mientras comerciaba para adquirir unos caballos en Cosgaya. Todo parecía indicar que el rodaje de sus escenas se realizaría en la fase final y que sería una estrella de primer nivel. A ‘Magullu’ había llegado un nombre: Keira Knightley. Todo parecía indicar que sería ella, pero nadie soltaba prenda. Munuza estaba reservado para Adrien Brody. El resto de actores iban a ser desconocidos. Quentin no quería que se identificara a nadie con una cara demasiado popular tratándose de bravos soldados astures y omeyas del siglo VIII. Todo lo más, tenía un par de sorpresas preparadas de esas que dan un toque especial al filme con un papel escueto pero intenso. Una, según las investigaciones de ‘Magullu’, iba a ser Keith Richards, el mítico Rolling, en fundado en el papel de un adinerado tratante de caballos, precisamente el que presentará a Pelayo y Gaudiosa.
Ese era el ruido de fondo de la macroproducción, junto al sonido de los helicópteros que no lograron despertar a Ramos y Guti. Sobrevolaron la Santa Cueva y se elevaron hasta la Vega de Ario, ese rincón de los Picos de Europa donde Quentin proyectaba rodar las primeras escaramuzas. El tajo con el Cares le había maravillado para rodar unos contrapicados con lanzamiendo de piedras incluidos. Russell no iba a necesitar extras para este cometido. La víspera, el equipo de ‘Magullu’ había realizado la ruta hasta la Vega de Ario en tres horas desde el Lago Ercina y allí habían hecho noche Cílur, Poma, Pandi, Fauno, Velutina, Josecho y dos fotógrafos más que llevaba él de apoyo. Allí pasarían tres días con sus noches asistiendo, con permiso de la producción, a los primeros compases del rodaje. El pacto era dejarlos luego a sus anchas cuando fueran desplazándose a otros lugares, en especial, a la batalla final en las montañas de Cosgaya.
Aunque Ario no había sido escenario real de las batallas, ni se sabía en realidad a ciencia cierta cuál era este, a Quentin le había fascinado y el cine nunca ha sido escrupuloso en estos menesteres. Había además buenos riscos de camino a la vega y las primeras escenas grabadas fueron impactantes. El vestuario, las espadas, la estética de los musulmanes… Nada indicaba en el entorno que no estuvieran realmente en el siglo VIII y así se celebró esa noche, en una cena temprana en Casa Morán, en Benia, donde Quentin y Russell habían hecho buenas migas unos meses atrás con un delicioso pote asturiano bien regado con vino. Pelagius comenzaba a cobrar vida.