41. Rodajes
Desde el número de noviembre con la portada de Russell Patata Crowe lanzando piedras contra el infiel hasta el de marzo, mucha tela hubo que cortar en Cilurnigutatis, donde el cine no se detenía nunca. En ‘Magullu’ se habían ido sucediendo portadas de restallu incluso metidos en los meses del más crudo invierno. El otoño era cada vez más veraniego y la ciudad pasaba de repente de bañarse aún en la playa a ponerse el abrigo. Pero llover llover llovía más bien poco comparado con tiempos pretéritos. En diciembre, ‘Magullu’ abrió a toda plana con la visita relámpago de Sean Connery, ya nonagenario, pero elegante como ninguno, con una gran coleta blanca. Repasaba toda su vida para la revista aprovechando su estancia en Cilurnigutatis acompañado de una joven dama de belleza simpar. En enero ocuparon la portada Leonardo Di Caprio y Angelina Jolie, sorprendente pareja del momento. Buscando un poco de paz, decidieron pasar una semana refugiados en una villa exclusiva de
Somió, en las afueras de la ciudad, donde era normal verlos desnudos en el jardín, siempre al mediodía, correteando alrededor de la casa mientras gritaban de frío. Febrero tuvo también nombre propio: Uma Thurman. Tanto le debió de hablar Tarantino de Pelayo, de Abanico Estelar y del Escocia, que acabó por llegar movida por la curiosidad. La visita tuvo sus frutos. Enseguida dio la cara en la prensa y ‘El Comercio’ publicaba su propósito de rodar un corto escrito, producido y protagonizado por ella misma en el cual una extraña mujer, sin identidad, llega a las arenas de San Lorenzo en una pequeña barca a la deriva. La cosa prometía y Uma fue portada de ‘El Comercio’ y de ‘Magullu’ en días sucesivos.
Marzo había empezado con el rodaje de ‘Pelagio’, pero la primera plana la había acaparado otro bombazo. Era Spielberg el que se había decidido finalmente pasarse a la acción. Entre partida y partida, en los bares de El Coto, con su clarete y su palillo, había ido maquinando una nueva macroproducción que iba a llenar de simios la ciudad. El rodaje era inminente y en la entrevista a toda plana, realizada por Fauno, además de repasar su exitosa trayectoria iba soltando detalles sobre su idea de adaptar ‘El planeta de los simios’ a la costa cantábrica, sin dejar pasar por alto, más bien todo lo contrario, exprimiendo como un limón, la piquilla entre la capital asturiana y la Meca del cine. Así había llegado el décimo aniversario de aquel confinamiento que tuvo a la población mundial dos meses encerrada en casa dejando un reguero de miles de muertos causados por un virus chino llamado COVID-19. Aquello cambió mentalidades y si Gijón ya era una plaza entregada en buena medida al hedonismo, convertido en Cilurnigutatis la vida pasó a ser una fiesta, a disfrutarse cada día, laboral o no, como si se estuviera rodando de forma permanente un musical al aire libre.
En ‘Magullu’ todo pilotaba aquel mes en torno a Covadonga, Pelayo y los Picos de Europa. Reinaba una atmósfera de orgullo en el ambiente por unas imágenes que habrían de disparar, aún más si cabe, la fama mundial de Cilurnigutatis y de Asturias entera. Y también por una historia, mundialmente desconocida, sobre el origen de la Monarquía española en la propia Asturias en pleno siglo octavo y la sucesión de reyes asturianos durante doscientos años. ¿Qué más se podía pedir? Acaso hubiera un micro-recelo a que la cosa se fuera de las manos y la ciudad experimentara un crecimiento desmedido que la desnaturalizase. Hasta el momento todo había funcionado bien. La moda cinéfila había hecho de contrapeso con la despoblación creciente y esto había generado un cambio de tendencia, pero con cierta moderación. Ahora llegaba Pelayo con su espada para aventar al moro Munuza y nadie podía controlar la tropa de seguidores que iba a generar ese fenómeno.
Era domingo. Cílur y Tarita hablaban del rodaje sentados en la Tribunona mientras asistían a un trepidante Sporting-Sevilla. En el minuto 20 iban ya empate a uno tras igualar Berto el gol visitante a pase de Manu García. El Molinón registraba un lleno espectacular. No era para menos. El Sporting iba sexto en la tabla y estaba a cuatro puntos de los puestos Champions, lo cual había generado una ola de entusiasmo que no se recordaba desde los tiempos de aquella legendaria alineación formada por Castro; Redondo, Doria, Maceda, Cundi; Joaquín, Ciriaco, Mesa; Morán, Quini y Ferrero; con Uría jugando también todos los partidos. Cílur era niño entonces pero lo tenía grabado a fuego, pues aquel fútbol total nunca se volvió a ver; ni quizá se vería. Ahora, sin embargo, había un buen Sporting. La deglutición de los Fernández por aquel a veces añorado aguarón gigante había devuelto el club a la masa social y se habían impuesto normas de obligado cumplimento; como tener quince canteranos al menos en la primera plantilla, reducir al mínimo los fichajes, hacer contratos de larga duración y no vender. El resultado saltaba a la vista: Manu García, Pedro, Berto, César, Gragera, Nacho Méndez llevaban diez años en el equipo y disfrutaban ahora de su plena madurez. Cílur se enzarzaba en explicaciones a Tarita, que en cuanto podía derivaba la conversación a otros menesteres. Prefería hablar de Pelayo y de ese centro de arte italiano que se estaba fraguando, bajo su control, en la Laboral.
La primavera se dejaba notar en todo. En el pradín de Cílur, a las afueras de la ciudad, los manzanos lucían ya, con su despertar, los primeros brotes de flores blancas y fuxias. En Isabel la Católica las nuevas yemas de los árboles tenían legiones de pájaros danzando de un lado a otro mientras piaban sobreexcitados como si quisieran anunciar a todos la inminencia del sol, el calor y los días largos. Y en El Molinón, Pedro marcaba el 2-1 en el minuto 89 de falta directa. ¡Qué más se podía pedir! El Sporting se ponía quinto. Cílur y Tarita se besaban para celebrar el tanto; y Spielberg… ¿Qué haría Spielberg ese día y a esa hora encaramado en la torre de la catedral de Oviedo? ¿Acaso meterse de lleno en la piel de don Fermín de Pas? ¿Evocar ‘La Regenta’? ¿Conocer de cerca al enemigo de los rojiblancos? En las partidas de cartas no habían dejado de contarle cómo rabiaban los carbayones con el auge de Cilurnigutatis; con sus rodajes, con su Sporting rozando la Champions mientras el Oviedo cortejaba con el descenso; con su playa y su alegre informalidad… Le habían machacado la controversia vecinal como un martillo pilón, día tras día, de bar en bar, y Steven, buen conocedor ya de la idiosincrasia local, había decidido investigar a fondo al adversario.