REFLEXIONES CORONAVÍRICAS (2 DE ABRIL)
Cumplimos hoy veinte días de extraño vacío. En las calles, en las carreteras, en la mente, en los proyectos, en los argumentos de nuestros mediocres mandamases… Y vacío, también, del enemigo, pues luchamos contra un adversario invisible del cual solo sabemos, o intuimos, una fabricación casera en un laboratorio chino y un poder letal contra nuestros mayores, que mueren a diario por cientos. Piensas en todo ello cuando recorres las calles de Gijón para acudir a trabajar con ese extraño escenario dominado, en todos los sentidos, por el silencio. La vertiente humana la aportan seres presurosos adiestrados en el arte de esquivarse sin disimulos y patrullas policiales cumpliendo educadamente con su tarea de mandarnos a todos para casa.
El gran drama está en Cabueñes, en los geriátricos y en las morgues. El resto, quien todo lo más tiene un primo y un hijo de otro primo y una novia de un hermano con síntomas leves en su casa está viendo los toros desde la barrera. Pero con una creciente sensación de la vulnerabilidad del ser humano por obra y desgracia del propio ser humano. Pues somos nosotros quienes nos matamos los unos a los otros. No necesitamos un meteorito, como los dinosaurios, para extinguirnos. Nos bastamos solos. Tal ha sido la sofisticación del hombre en el último siglo que no hemos podido evitar dirigir la ciencia a fines belicistas (como la bomba atómica, con las que todos imaginábamos que iba a acabar esto un mal día). Ahora descubrimos otros peligros más sibilinos; acaso también más letales, con los que no contábamos, si bien la destrucción medioambiental del planeta (que sigue imparable su curso) ya nos iba apuntando por ese camino.
Veinte días confinados dan para pensar mucho. Para ver San Lorenzo, tres semanas después, y sentirlo como una joya arrebatada. Para meditar cómo un país próspero como España puede estar días y días en vilo ávido de un producto que vale un euro (mascarillas) y otro cuatro (test) que habrían salvado muchas vidas. ¿Verdad Pedro? ¿Verdad Pablo? Nos gobierna el esperpento y así vamos a contracorriente, desbarajustados y sin frenos. Así lo quisieron las urnas.
Entretanto, se asientan nuevas rutinas. Los gijoneses vamos haciéndonos a las colas de las tiendas, al teletrabajo, al yoga casero, a bailar en la sala y atiborrarnos de música, libros y cine; distracciones de muchos dramas laborales en ciernes. Ha caído, por otro lado, la contaminación y se escuchan mejor los pájaros. Al final, seguro, volverá la primavera. Pero, ¿habremos aprendido la lección?
(Publicado en EL COMERCIO el jueves 2 de abril de 2020)