17.30 horas. El tren Gijón-Oviedo sale de la estación provisional cargado hasta las cachas. Es domingo y hace un par de horas que terminó el Festival Aéreo. El cielo se ha vuelto a ennegrecer, así que la excursión se puede dar por concluida. El festival, el tiempo, el fin del almuerzo… Todos los caminos conducen al tren, que va atestado de humanidad. Hay muchos jóvenes, mucha gorra de Cajastur (regalada en el Muro) y poco, poquísimo, espacio. Cuando el tren apenas lleva diez minutos de recorrido, a un muchacho le da un jamacuco y cae redondo. ¡Alarma en el Expreso!
Lo primero es avisar al maquinista que, a la postre, tomará la decisión final. Entretanto, aparece un médico entre el pasaje, que atiende al joven. A priori, no debería ser algo grave: un bajón de tensión, un golpe de ‘calor’, las consecuencias de ir de doblete… Pero con la vida no se juega, con lo que se abre un debate público sobre la mejor medida a adoptar. “Hay que bajalu en la próxima”, dice uno. “Mejor que siga hasta Oviedo sin parar y así llévenlu antes al hospital”, dice otro. “Oiga, ¿y mi parada qué?”, corrige un tercero. “Lo que hay que hacer es sacalu de aquí”, se escucha al fondo. “¿Y dejailu tirau?”, repele otra voz. “Qué hijos de puta”, masculla una mujer mientras sigue con su sopa de letras. El chaval sigue deslomado.
El debate no tiene trazas de resolverse: hay un argumento para cada parada. Pero mientras la masa deshoja la margarita, el maquinista ha llamado a la Guardia Civil y ha pedido una ambulancia para la estación de Lugo de Llanera. Cuando llegan, están los agentes, pero no los sanitarios. Nuevo debate: se deja al muchacho en manos de la Benemérita o se espera educadamente por la unidad móvil. La usuaria que llamó a EL COMERCIO para contarlo comentaba que allí sólo faltaba Berlanga. Al final, el pasajero desmayado se bajó sin saberlo en Llanera mientras el resto continuaba con el juicio oral sobre su salud rumbo a Oviedo, donde el tren se paró finalmente con media hora de retraso y un inquilino menos.