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Adrián Ausín

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Cilurnigutatis Boulevard 45 (FIN)

45.

El viaje por Grecia duró casi dos meses. Cuando Cílur y Tarita regresaron, ‘Magullu’ había dejado atrás sus portadas sobre Pelayo y Keira Knightley. La bella actriz, tras convertirse en la chica de la película de Tarantino, nada más y nada menos que en Gaudiosa, la esposa de Pelayo, había tenido durante el rodaje un secreto romance con un religioso de Covadonga, que decidió automáticamente colgar los hábitos pensando que podía llevarse el gato al agua. Sin embargo, Keira pasó enseguida a practicar las nobles artes del cortejo con el espigado narigudo Munuza (Adrien Brody) y ambos se habían instalado finalmente en Cilurnigutatis, donde vivían plácidamente su romance en una choza de la Campa Torres cedida gentilmente por la red de museos arqueológicos de la ciudad. El rodaje, así como las explicaciones de Quentin y Russell, les habían decidido a conocer Cilurnigutatis a fondo, partiendo de sus más puras esencias. Tener noticia de primera mano de las peleas nocturnas, a espadazo limpio, entre el sangriento director y el mismísimo Pelagius les había fascinado de tal manera que ahí estaban, viviendo al más puro estilo celta. Aquella portada la había recibido Cílur en su guasap desde Castellorizo, la isla griega más alejada, desde la cual se divisaba ya la costa turca. La había bendecido lleno de gozo. Ver a Brody y Keira asomándose a la puerta en aquella primitiva vivienda era toda una oda a las esencias gijonesas.

Grecia había dejado a la pareja en éxtasis. De Atenas y su monumental Partenón, volaron a la Corfú, donde tomaron un barco a una diminuta isla, Paxi, con otra enfrente dotada de una espectacular playa, Antipaxi. Aquello fue el paraíso. Volaron después en un hidroavión a Cefalonia, contrataron con un pescador un trayecto en mitad de la noche a tierra firme, a la costa del Peloponeso, en un viaje nocturno bajo las estrellas hablando con aquel hombre de mil historias. Allí llegaron a tiempo de tomar un autobús para Gerolimenas, otro diminuto pueblo del Peloponeso en mitad de la nada, con sus casas de piedra, sus buganvillas, su mar cristalino y una comida para chuparse los dedos. Luego llegó Nauplio, histórica capital griega, con su espectacular teatro de Epidauro y las ruinas de Micenas, a las cuales se accedía por un pórtico superviviente del siglo XV antes de Cristo. Le siguió Hidra, la isla sin coches, donde vivió Leonard Cohen con un par de mujeres a la vez; Creta, con sus hermosas playas y su cañón del río Samaria que camina desde un tajo en lo alto de un puerto hasta salir al mar. Miconos, Naxos, Paros, Amorgos, Santorini (la bella y sobrevisitada Santorini); Rodas, la monumental; y finalmente, Castellorizo, aquella pequeña isla donde Javier Reverte se confiesa en la gloria en ‘El corazón de Ulises’, con su población en forma de herradura mirando al mar y que sirvió de inspiración, y decorado, para la oscarizada película ‘Mediterráneo’. Castellorizo fue la guinda del pastel. Tanto que un día nadaron hasta un pequeño islote donde resplandecía una minúscula capilla encalada en blanco con su puerta de color azulón, seña de identidad griega. Entraron, se toparon allí con un cura ortodoxo y le preguntaron si, siquiera de una forma simbólica, podía celebrar una boda express. Primero no puso buena cara, luego resultó que había visto ‘Rebelión a bordo’ y al reconocer a Tarita, abrevió el ritual y les bendijo.

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Junio arrancaba resplandeciente. Por suerte, la apertura de la galería de arte italiana en la Laboral se había retrasado para agosto y esto permitió a Cílur y Tarita ‘descansar’ unos días de las vacaciones. Ella realizó un viaje relámpago a Milán para ultimar detalles de los contenidos expositivos, que seguían siendo secreto de estado, pues estaba involucrada a pintores, escultores y diseñadores de talla mundial y querían que fuera una sorpresa hasta última hora. Cílur, por su parte, acudió a su primer baño de la temporada frente a la Rampla con el señor Mingotes.
-Véote egregiu.
-Decís bien, señor Mingotes, la Grecia Clásica me ilumina.
-¿Ye guapu?
-Más que guapo. Lo tiene todo: historia, gastronomía, belleza, sol, mar cristalino…
-¿No irás a renegar desto?
-Eso jamás. Pero aquí no se acaba el mundo, amigo.
-Eso ye verdad. ¿Viste por ahí más hologramas? (risas)
-Pues mira, hologramas no. Deben de ser una especialidad nuestra.
-Lo ves. Esto ye el paraíso.

Lo dijo y ambos avanzaron mar adentro unos metros a una distancia equidistante entre la Antigua Pescadería y San Pedro. El verano empezaba tímidamente, había 19 grados, pero echándole un pelín de decisión eran más que suficientes para iniciar el reparador baño diario.

-¿Me he perdido muchas cosas?
-Bueno, aquí siempre pasen coses. Audrey instalose en Cimavilla, encima de la Cuesta el Cholo y voy a veces a tomar café. Unes veces tan les vecines, que son majes; y otres ta Marilyn, cuando no está en la tienda del tu amigu.
-O sea que no te aburres. ¿Les dedicaste algún ripio de los tuyos?
-Hice uno que sale la foto de Marilyn atendiendo con una figura a su lado, que ye un raposu de esos con bombilles de la tienda, y pusei debajo ‘La bella y la bestia’. Bueno, esi fue fácil.
-Pero oportuno.
-Y otru de Audrey, en un primer plano, que linda la perfección y pusei ‘Sin palabras’. Esi también ye fácil.
-Pero ¿qué ibas a decir? Por cierto, ¿qué tal andan los Paradisos?
-Tan bien. Extendiose el rumor de que Chema ye Rigoberto Castañón. Alguien trajo la revista donde lu destapaben y él anda gachu, escondidu, noi gusta que se sepa. Y José Luis actuó el otro día con las hijas, con las Paulinas, en un concierto benéficu. Estuvo muy bien, oye. Una pena que no se dedicara a cantautor. Tien clase.
-Me dijo Chema que si le daban el Nobel igual te proponía ir a ti a recogerlo en su nombre.
-Bueno, todo se puede negociar. Él que ponga el esmoquin y yo pongo la percha (risas).
-O sea que irías…
-¿Tú no?
-De cabeza. Bueno si necesitas ayudante, ya negociaremos los dos con Chema.
-Imagíneste tú y yo en Estocolmo.
-Podíamos ir a nado.
-Si ho, que el agua pallá arriba ta más fría.
-¿Y en la motora de ‘Magullu’?
-Bueno, eso ye otra cosa. Sería una llegada triunfal.
-Triunfal… en el nombre de Chema.
-Sí, pero triunfal. Los suecos a quien iban a ver era a nosotros.
-Bueno, yo haría de piloto y tú llegarías alzado, con el esmoquin puesto y gesto regio.
-Véome ya en el papel…

Aquella noche Cílur recibió una sorpresa. Ziprus había logrado salir de su envase, depurar de una vez los detritos y recuperar su gallardo porte ancestral de triunfante treintañero. ¿Cómo? Se mostró enigmático, habló de la medicina alternativa, de un chamán de La Providencia y de ‘El retrato de Dorian Grey’. El caso es que se había presentado en casa de Cílur hecho un pincel, recién bañado (él nunca se duchaba, se bañaba durante horas, con cepillado incluido de su espalda) y repeinado para atrás con un pelo negro, fuerte, robusto, rematado por una larga cola recogida por una goma plateada. Las largas uñas de sus manos estaban lustrosas, brillantes; la piel mestiza, reluciente. Tal parecía la encarnación de Belcebú.

-Extraordinario os contemplo amigo. ¡Ya era hora que salierais de aquel envase! ¡Qué porte! ¡Qué brillos! ¿Acaso fuisteis a tomar las aguas a un balneario?
-(Risas) Lo mío me costó. La purificación de mi cuerpo fue ardua tarea, pero ha tocado a su fin y aquí me tenéis dispuesto a dar gloria a esta lozana serranía que luzco. ¿Qué tal los griegos? ¿Tomaste mucha resina?
-Mal vino, pero ligero y alegre, amigo. Ahora bien, las musakas, las berenjenas, los tzatzikis, las ensaladas, las dolmades, el queso feta… Verduras, frutas, pescados… Ummm. Para chuparse los dedos.
-¿Estáis casi tan negro como yo?
-Dos meses dan para mucho. Playas despatarre, aguas cristalinas… ¡Qué mar!
-¿Y vuestra bella dama?
-Mañana ha de llegar. Está en Milán.
-¿Qué? ¿Vemos al Chang?
-Sea.

El Chang empezó la conexión interestelar riñendo.
-¿Qué ho? ¿Olvidasteivos de mí?
-No caerá esa breva, Cochi. El Cílur, que contrajo nupcias y se fue de luna de hiel.
-De rica miel, ojo.

-¡Nun me pediste permiso! Pero bueno, enhorabuena. ¡No siempre se gana la partida a Brad Pitt! Pese a les pates de alambre, no ye fácil.
-Disculpad, mentor mío. Se precipitaron los acontecimientos. No la podía dejarla escapar. Como vos decís, la pava se sale y uno ya tiene una edad; ¡o dos!
-Pues sea, brindemos por tus esponsales.

Cílur y Ziprus alzaron sus cervezas y Chang un gin-tonic. ¡Joder con el averno!
-¿Has visto a Ziprus fuera de su mochila? ¡Esta lozanía! ¿No haría un pacto con Lucifer?
-A mí no me dijo nada, pero bien mirau podía relevar perfectamente al fíu de Sancho Gracia como Fernando el Católico.
-Bien decís Chang, aunque el toque moruno acaso confundiera un poco.
-¡Hijo puta!, terció el interpelado.
-¿Qué tal el averno, Chang?
-Pues esta semana tenemos un festival bakaladeru de restallu. No nos dan les hores, fíu.
-¿El casero granaíno?
-Pincha mañana, dice que nos va a hacer un mix bakaleta con ritmos flamencos. No tien mala pinta.
-Salúdalo efusivamente. Dile que aquí se le tiene bien presente.
-Ahora está liado en la cocina. Hoy nos va a hacer gazpacho para todos. Que estamos casi a 40 grados.
-Pues lo hace bueno, bueno. Fue mi maestro gazpachero.
-Ya-i-lo-diré.

La conversación se prolongó casi dos horas. Ese día, tras dos o tres repasos completos, ya habían perdido la cuenta, de la serie ‘Isabel’ se pasaron a la serie ‘Carlos’.
-Hoy tamos de estreno; clamó Chang, emocionado.
Él no la conocía y Ciprus tampoco. Cílur era fan total. La había visto dos veces, pero esa tercera sería la mejor pues podría comentarla con su guardia de corps. Empezaba además con el desembarco del nieto de Isabel en Villaviciosa el 19 de septiembre de 1517. Tenía 17 años y su primer amor conocido sería precisamente su abuelastra, Germana de Foix, quien se había casado con Fernando el Católico tras enviudar de Isabel. Un culebrón digno de comentar y desplumar con tan dignos tertulianos. Enchufaron el capítulo I y estuvieron concentrados como monaguillos. Nadie gurgutó. Al terminar, era ya tarde, dejaron el despiece del serial para la siguiente conexión.

ÚLTIMA TOMA

En los últimos días, Cilurnigutatis se había llenado de simios. Ovetus, la ciudad rival, también. Spielberg lo había tomado todo para su remake. Simios en la torre Bankunion, simios llenando toda la Universidad Laboral, simios custodiando El Musel, simios saltando por las copas de los árboles del Jardín Botánico; y en la ciudad vecina; simios en la torre de la catedral de Oviedo, simios en la calle Uría; simios en El Fontán; simios en el parque San Francisco; simios impartiendo justicia en la Junta General del Principado; simios, simios, simios. ¿Y los humanos?

Aquel amanecer de finales de junio, anunciaban una bajamar histórica; la mayor en los últimos tres siglos. Una concatenación lunar en toda regla. Hasta tal punto que Cílur y Tarita, con extraños y escasos ropajes, salieron a caballo desde el arenal de San Lorenzo en dirección a La Ñora. Retirada la mar, como si Moisés hubiera lanzado un conjuro, avanzaron al paso por aquellas hermosas orillas que iban dejando atrás una Cilurnigutatis diferente. Sobrepasaron las calas empedradas, pisaron aquel arenal conocido antaño como Peñarrubia, famoso por sus despelotes, y asomaron a caballo en Serín, otra playa, más recóndita, de las afueras, dominada por un poderoso acantilado. En aquel escenario remoto, apocalíptico, divisaron un bulto inusual, algo que se erigía hacia el cielo desde las mismas entrañas de la arena. Avanzaron. Cílur miraba extrañado, trataba de entender, de razonar, de aplicar la lógica a aquella mano alzada. Empezaron a rodearlo, giró la vista y se apeó del caballo mirando hacia arriba al coloso derribado, aniquilado por el hombre, lanzado de su lugar natural hacia otro por verbigracia de la locura o acaso de un certero bombazo. Dio unos pasos y cayó de bruces, volvió a mirar, humillado, entonces lo comprendió todo y gritó:
-¡Yo os maldigo! ¡Malditos carbayones! ¿Qué habéis hecho? ¡Maldigo las guerras! ¡Maldigo a los hombres! ¿Qué habéis hecho? ¡Lo habéis destruiiiiiido toooooodo!

 

Tarita bajó entonces también del caballo y le rodeó con sus brazos para consolarlo. Cílur lloraba mientras daba manotazos sobre la arena. El ‘Monumento a la madre del emigrante’, conocido popularmente como ‘La lloca’, emblema de la ciudad, yacía fuera de su lugar, semienterrado en aquella enigmática playa. La guerra nuclear entre Cilurnigutatis y Ovetus había arrasado con todo signo de vida humana dejando paso al reinado de los primates, al cual volvía Cílur en su nave espacial, desconocedor de todos los porqués, tropecientos años después. Concluido el desgarro, el llanto de Cílur, las caricias de la amorosa Tarita, sonó al fondo una voz, que no era otra que la Steven Spielberg, dando por concluida la escena de aquella película que habría de suponer un nuevo hito, una nueva muesca en aquel romance, en aquel flechazo del séptimo arte con la noble, alegre, marinera y simpar Cilurnigutatis.

-¡Coooooorten!

 

THE END

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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