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Adrián Ausín

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Adolfo

Si rebobinas en el álbum de los recuerdos, la primera imagen de Adolfo se sitúa en su casa de aldea, situada en un alto sobre su bonita pomarada pocos metros más allá de donde acaba la linde de Gijón con Villaviciosa, en San Miguel de Arroes. Ahí está Adolfo, treintañero, repartiendo simpatía, sacando una botella de sidra casera para obsequiar la visita de los vecinos; enseñando a los niños el establo, con sus ocho vacas y su sabroso olor a cucho, el gallinero, la conejera, los gochos engordando, el pozo, el llagar, la huerta, el sembrado para el maíz y las alubias… Mirada franca, hablar alegre, palabras llanas; esa es la primera imagen de Adolfo, sonriente, generoso, siempre dispuesto a colaborar, a ayudar, a empatizar, aunque el tema a tratar sea una linde, palabras mayores en el mundo rural. Y esa misma imagen anclada en el inicio de los años ochenta es la del Adolfo de hace dos meses, a mediados de febrero, cuando se produjo un intercambio de saludos a larga distancia. Él desde su pomarada; tú desde tu prao. «¿Qué tal? ¿Todos bien?».

FOTOS DE JOAQUIN BILBAO DE 2003.

Fueron las últimas palabras que le escuchaste. Unos días después, el 26 de febrero, fallecía repentinamente de un infarto. Contaba 70 años, para nada aparentes, pues seguía siendo el mismo hombre menudo, fuerte y fibroso de siempre, con la camisa un poco abierta y el pecho duro haciendo frente a la fresca del campo. Se fue en un instante para fundirse con esa tierra que le había dado todo. Quien suscribe, sin embargo, no se enteró hasta pasado domingo, cuando telefoneó a su casa para saber qué tal estaban pasando la puñetera pandemia. «Murió Adolfín», resumió Monse, la esposa. Jarro de agua helada. Otro referente derribado. Otra persona querida que, desde el primer al último día, jamás tuvo una palabra fea o un gesto seco; más bien todo lo contrario. Primero con sus ocho vacas, luego con ochenta; finalmente jubilado, dejando el testigo a su hijo Santi, mientras Inés, su otra hija, recuperaba la tradición familiar poniéndose al frente de Casa Inés, el acogedor bar de San Miguel de Arroes, renovado y bullicioso, donde atiende con la misma sonrisa de su padre, al que era habitual ver apoyado en la barra a última hora de la tarde.

Se nos fue Adolfo. Trabajó noble la tierra y el ganado, trató a los hombres con singular franqueza y sembró su entorno de sencilla alegría. Se fue a tiempo de conocer a su primer nieto, nacido en enero. Se perderá, sin embargo, el esperado cumpleaños del tío Adriano, patriarca de la quintana, que llega al centenario a finales de abril. Tu vecindad, Adolfo, ha sido el mejor regalo que nos pudo dar el campo. Como el cántico del raitán o las flores del manzano en primavera.

(publicado en EL COMERCIO el jueves 16 de abril de 2020)

pd.-Cuando hacíamos algún festejo en el prau y metíamos un poco de ruido, en el siguiente encuentro con Adolfo solía delatarte con simpatía. La frase era: “¿Qué? ¿El sábado hubo frescacha?”. Y cuando te disculpabas por si habías fastidiado un poco el descanso, siempre te quitaba la preocupación. “Noooooo. Qué va. Pero algo oí”, comentaba risueño.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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