Quien se de una vuelta por el Cerro puede ver una fotografía de la plaza Mayor repleta de coches en la exposición sobre el ‘Elogio’. Tiene su encanto, pues ahí están Seat 600, 124, Sinca 1000, 131… Antiguallas que nos invitan a rememorar tiempos pretéritos. Sin embargo, el hecho en sí de ver la plaza más señera de Gijón utilizada como aparcamiento produce escalofríos. A quienes estos meses levantan el dedo contra la peatonalización habría que ir haciéndoles una serie de preguntas sucesivas. ¿Devolvería usted los coches a la plaza Mayor? Imaginamos una respuesta negativa. Va la segunda entonces. ¿Y a la calle Corrida? Seamos biempensantes. El interrogado volverá a decir no. ¿Y al barrio del Carmen? Tercer no, elucubramos. Entonces podría cantar el gallo o podría caer de la burra y reflexionar. ‘Antes de’ las peatonalizaciones siempre generan absurdas polémicas. Ahí está el caso del casco histórico de Oviedo. Pero ‘después de’ la mejora es tan abrumadora que la crítica se desmorona en cuestión de segundos. Como un helado en Pakistán, donde ya pasan en junio de los 40 grados.
El coche es un gran invento. Quién lo duda. Pero también lo es el cohete, para ir a echar un ojo por ahí arriba, y no por ello tenemos uno en mitad del Parchís. Si las ciudades se han vuelto inhóspitas, si están contaminadas, si predomina el ruido, si son poco acogedoras el culpable número uno es el coche. Quien quiera utilizarlo sin sentido debe encontrar trabas; todas las del mundo, para que el común de la ciudadanía pueda sentir las calles como lugares de disfrute y no atravesarlas esquivando ruidos, moles metálicas y olores. Es tan obvio lo dicho que suena a perogrullo. Pero resulta que cada vez que se anuncia otra peatonalización, como la logiquísima de Claudio Alvargonzález, salta un barrio o una calle en pie de guerra.
¿Alguien recuerda la travesía del Convento con coches? En 2017 fue el último vial renovado. Esta bifurcación de Menéndez Valdés era una calle estrecha, siniestra, con aceras ridículas y, por supuesto, con su fila de coches aparcados. Ahora da gusto pasearla, se ha convertido en un espacio de confort donde apetece estar. Como La Merced, un de las calles con más encanto de Gijón.
Soltada la perorata, cuando el concejal del ramo habla de quitar coches o favorecer la bici puede cometer algún fallo logístico. El tiempo lo aclarará. Sin embargo, mejor un error en esta dirección que en la contraria, dejando a su libre albedrío el reino de los tubos de escape. Mil veces. Cien mil. Los coches deben salir del centro de las ciudades. Es una máxima de bienestar, de salud, de medio ambiente. Pura lógica. Discutir sobre esto es un absurdo supino y una pérdida de tiempo.
(Publicado en EL COMERCIO el jueves 25 de junio de 2020)