Quizá lo peor no sea haber obtenido uno de los peores puestos de la historia en Segunda División. Si lo hubiera hecho un equipo joven en formación podría considerarse incluso anecdótico. Lo peor ha sido el caos, el desgobierno, la nefasta gestión de la plantilla por parte de dos entrenadores, a cada cual peor. Si José Alberto se desquició él solo, usando cinco sistemas distintos y cambiando más de alineación que de calzoncillos, Djukic ha sido un funcionario del Este frío y aburrido, obsesionado por la defensa, feliz con el empatín y aliado de los veteranos. Ellos han sido los grandes responsables de obtener el peor rendimiento posible de una plantilla con calidad suficiente para aspirar al ‘play off’. Ahora toca decir aquello de que estaba descompensada, mal diseñada por el negociante Torrecilla. El chascarrillo de siempre. Pero, ¿para qué se tiene un filial? Pues, entre otras cosas, para corregir sobre la marcha las carencias del primer equipo. Si falla el defensa izquierdo, se sube a Pablo García. Si falla el pivote defensivo, a Gragera. Si no hay extremo derecho, ahí está César. Y si los delanteros están de nones, que lo estuvieron, pues parece pedir a gritos una oportunidad Bertín, Berto o Bertón o como lo queramos llamar. ¿Alguien se la dio? ¿No hubo clamorosos motivos?
Si, además, de algo pecaron tanto José Alberto como Djukic fue de ubicar mal en el campo a varios jugadores, mermando de forma notable las opciones del equipo. Veamos los ejemplos más clamorosos:
–Carmona: situarlo de extremo izquierdo a este diestro que se va siempre al centro es renunciar a un carril de ataque.
–Molinero: extraordinario profesional que con 1,77 jamás podrá ser defensa central.
–Manu: primero organizador, luego atacante. El jugón debe ser enlace.
–Nacho Méndez: mal alineado de organizador.
-Cordero: ¿central?
Si a esto sumamos incomprensibles suplencias de Aitor y Borja, único central de envergadura, erróneas titularidades de Fuego y Uros, entre otros, además de la tardanza de dar a Pedro el mando, se completa la cuadratura del caos.
Cuando este socio, y pequeño accionista, piensa que en dos temporadas aciagas consecutivas ha pagado la friolera de 950 euros por prácticamente nada le cuesta un triunfo pensar ahora en renovar el carné. Dos años de Carmona de extremo izquierdo y veintiséis de los Fernández en la presidencia son un lastre excesivo para picar un año más. Como cargar con la piedra de Sísifo y además pagar. Ahora llega David Gallego, un técnico de cantera (bueno) sin experiencia (malo). Firmaría cinco salidas de libro y cero fichajes. Eso sí que sería apostar por Mareo de verdad. Pero no hay bemoles.
Publicado en EL COMERCIO el jueves 23 de julio de 2020