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Adrián Ausín

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Tragicomedia taurina

Buenas. Mi nombre es Semental y llevo un tiempo vagando por Gijón, donde estoy sufriendo toda clase de atropellos. De ahí que, pese a no haber ido a la escuela, me decida a ponerles unas líneas a ver si encuentro una brizna de comprensión.

Viví cinco maravillosos años en la dehesa y, cumplido el ciclo, como mi padre y todos mis antepasados, me dispuse a saltar al coso de El Bibio, donde me aguardaba mi destino, con la conciencia tranquila, tras una vida plena en la que dejé preñadas unas trescientas vacas. No renunciaba a empitonar a quien fuera a osar torearme. Sin embargo, cuando mostraron mi cartel en la plaza, Semental, 495 kilos, piso en Benidorm, un portento en la cuadra… algo extraño ocurrió y de repente se paralizó todo. Mi nombre, al parecer, ofendía. Se dijo que desbordaba una virilidad intimidatoria para la igualdad de sexos. Que era pretencioso, vil, ostentoso, machista.

Creí que me encarcelaban. Pero, tras la suspensión, me vi de repente libre pastando en las praderas de El Rinconín en mitad de una monumental polémica. Un día entré a la ciudad a alternar un poco. En la avenida de la Costa creí ver una vaca donde en realidad no había otra cosa que una foto en el lomo de un camión de reparto. Apreté un poco el paso sin darme cuenta de que iba por el carril 30 y un agente me paró al instante para multarme. Iba a 34 por hora. La historia se repitió tres días seguidos. Cuando tomaba interés en algo, ¡zas! la Policía. «Iba usted a 31».

Foto: © DAMIAN ARIENZA

Salí entonces a la mar a coger aire, pero la gente se espantó, corrí y me tropecé con una estructura del ‘cascayu’ que confundí con un burladero. Me di tal lomazo que la pulvericé. ¡Cuarta multa! Entonces escuché mucho ambiente Piles arriba. De hecho, distinguí con mi olfato una partida de bolos, una tenada, unos hermosos praos… y me metí en la Feria de Muestras. Las sirenas debieron de sonar en Texas. Multa por no guardar la distancia de seguridad, entrar sin mascarilla y no pagar entrada. ¡Pero si aquí no paga nadie! Me quedé sin puntos, dijeron los agentes. Y me prohibieron vagar más por la ciudad, donde ya no hay toros ni vacas ni tampoco alegría.

Mugí como un loco en señal de protesta por tanto agravio. me elevé sobre mis patas traseras y clamé, en mi idioma, contra la injusticia que estaba sufriendo. Pero, casualidad, me vio de esta guisa un colectivo que organizaba unas jornadas en la Feria, gritó aterrado al ver de frente mis nobles atributos, que siempre he lucido con orgullo, y seis coches de la Policía Local trataron de neutralizarme para ponerme unos shorts que taparan esa «aberrante» parte de mi cuerpo, como consta en la quinta multa recibida por «escándalo público».

Hui como pude, giré por tres calles en zigzag para despistar a tanto humano pirado y di con una hermosa balsa de piedra. Calibré que podría pesar unos dos mil kilos. Yo, ya lo he dicho, rondo los 500. De modo que consideré que sería capaz de evacuarme de aquel infierno. Intenté ganar con ella el Piles, aunque una persona piadosa me advirtió de que ni se me ocurriera ir río arriba pues entraría en zona prohibida, un lugar al que llamaban anillo navegable y donde ahora unos colectivos ‘intolerantistas sostenibles’ te apedrean hasta la muerte si pasas navegando.

Planeé finalmente ir río abajo. Pero recibí otra oportuna advertencia contra las aguas fecales. Cuando hay tormenta, me dijeron, vas esquivando zurullos y si logras ganar el mar, ojo con el carbón. Qué difícil entender esta ciudad. Yo que siempre viví libre, no hallo más que trabas, trampantojos, detritos y multas a destajo.

Cuando franqueaba la puerta con mi barca me pidieron un código QR. Hasta los mismísimos cojones, amagué con dar una cornada, gané la calle entre gritos de «machista capitalista», me lancé al Piles y remé como un ñu. Rodeado desde ambas riberas por decenas de coches policiales, me colé por un sumidero y aparecí en el fondo del gran estaque de Isabel la Católica, una auténtica ciénaga, que me ocultó de todos. Salvé el pellejo, pero el olor era antitaurino.

Me topé bajo el agua putrefacta con el esqueleto incorrupto de una nutria asesina. Menudo susto. Grité y tragué agua. Empalmé (perdón) con el canal del Molín y, buscando una salida discreta, dando coces laterales, di con un extraño túnel sin uso. Ponía metrotrén. Ahí vivo desde entonces. Toco una vieja guitarra, pesco muiles y salgo de noche a airear. A veces llego hasta el Cerro, formo una imponente silueta con el horizonte y grito fuerte: «¡¡¡Libertad!!!». Luego vuelvo, cabizbajo, a mi cueva.

 

(Publicado en El Comercio el sábado 21 de agosto de 2021)

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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