Sobre el papel, ‘Licorice Pizza’ parece una película para adolescentes. Gary, de 15 años, se enamora de Alana, de 25, y pondrá toda la carne en el asador para conquistarla. Apetece poco, ¿verdad? Sin embargo, la película de Paul Thomas Anderson cautiva con su frescura a todos los públicos. Con un guion, escrito por el propio director, que se desmarca por completo del cine comercial al uso, tan carente de originalidad hoy día, y unos actores con los que se empatiza rápidamente.
Ahí están dos mirlos sin desperdicio. Pues Cooper Hoffman no es un prota al uso que marque abdominales, sino un adolescente rechoncho y granoso que es ni más ni menos que hijo del grandísimo Philiph Seymour Hoffman, tristemente fallecido en 2014. De hecho, se parece. Y Alana Haim tampoco es un bollo de pasarela, sino una joven más fea que guapa que en la vida real lleva muchos años disfrutando de la música con el grupo formado con sus hermanas (Haim). Y a la que conocía el Anderson por dirigir sus vídeos (entonces descubriría que su madre era Donna Rose, aquella profesora de dirección artística de la que estuvo enamorado cuando era estudiante; culebrón adicional). A estas bondades de ‘Licorice’ se suman tres apariciones estelares. John Michael Higgins, Sean Pean y Bradley Cooper irrumpen en el film como un huracán para arrancar alguna estruendosa carcajada. No faltan tampoco de relleno el padre de DiCaprio y una hija de Spielberg.
Con esta divertida y refrescante película te estrenas, con notable retraso, por circunstancias varias, en Ocine Premium Los Fresnos, adonde prometes ir desde ya con regularidad británica para que no nos vuelva a pasar lo de siempre. ¡Qué bueno volver a tener cine en el centro (o junto a él)! Qué bueno, pero si no vamos…. Durará tres afeitados. De modo que, si queremos preservar algo tan grande como poder ir caminando al cine, cosa que solo podía hacer hasta ahora la zona oeste, debemos rascar el bolsillo y sacar 8,70 euros los findes de semana (7,50 resto) para hacer el mejor plan del mundo, como es ir a ver una buena película en unas lujosas salas. Pequeñas, pero con unas butacas donde uno podría quedarse a dormir.
Ahora bien, para acudir con regularidad, es condición sine qua non que haya atractivos. Y el cine comercial, bien lo sabemos, a veces es un erial de pesada digestión. Ocine Premium debería incluir más versiones originales y aprovechar sus nueve salas (programa 13 películas diarias) para incluir hasta dos ciclos paralelos, uno de cine independiente y otro de clásicos. Por ese camino no tendríamos excusa.