QUINCE DÍAS EN ISLANDIA (8)
Años atrás, en Boston, saliste dos días seguidos a ver ballenas sin éxito. Era mala época: noviembre. Esta vez, verás ballenas. ¡Por tutatis! En Húsavic, histórico puerto ballenero del norte de Islandia, te lo garantizan al 99%. De todas formas, siempre queda el riesgo de tener un mal día, pues esto, te advierten, no es una ciencia exacta. Llegas a Húsavic a tiempo de visitar antes de comer el Museo de las Ballenas para ir haciendo ambiente. Está instalado en un antiguo matadero del puerto, una nave pelín angosta de cuyo techo cuelgan varios esqueletos reales de ballenatos. En él te enterarás de los tipos de ballenas que se pueden ver. Los más típicos, las jorobadas y los rorcuales enanos o aliblancos, que se pueden quedar en la bahía de Húsavic, muy rica en nutrientes, al desembocar en ella dos ríos, todo el año. Pero también están las ballenas nariz de botella, ballena bacalao, ballena de aletas, ballena piloto y el cachalote. Muchas ballenas comen en estas aguas frías en verano y se van a aguas cálidas a reproducirse en invierno. Cuando nace una cría esta mide cinco metros y pesa tres mil kilos, ahí es nada. La ballena está en peligro de extinción, pues su procreación es lenta mientras la pesca continúa. En Islandia aún se cazan, pero al parecer solo las de un tipo. En algún restaurante te ofrecerán carne de ballena, pero el ideario ecologista plantea no probarla para que esta vía comercial fracase. Lo apoyas.
Húsavic vive hoy muy bien de comercializar el avistamiento de ballenas y por tanto ha dejado de cazarlas. Una gran curiosidad de la que te enteras en el museo se refiere al caso de las barbadas, esas que no tienen dientes sino unas láminas de creatina, como pelos largos duros, que son las que filtran el agua en su boca para quedarse con el placton y soltar el resto. Pues pese al tamaño del bicho, puede llegar hasta los treinta metros, su garganta es del tamaño de un puño; por ahí debe pasar la comida, de ahí que la fábula de Pinocho no puedar ser veraz (aunque al parecer el cachalote, por ser un cachas y tener dientes, sí te puede pegar un bocado). El museo tiene una proyección del histórico desuelle de la ballena, en blanco y negro, interesantísima. En sus paneles cuenta rivalidades de siglos pasados. Se remonta hasta el XVII, cuando llegaban balleneros de otras latitudes que encrespaban a los islandeses. Refiere el caso de los vascos y constata un choque de trenes entre autóctonos e invasores saldado con ¡treinta vascos muertos!
Con estos mimbres sales al puerto. La hora de embarque con la compañía contratada está fijada a las cuatro de la tarde. Es tiempo de comer. En el puerto destaca un restaurante, el Gamli Baukur, bien forrado de madera y motivos marineros, con buena atención y mejor cocina. Tomas una deliciosa sopa de pescado y una hamburguesa en la terraza contemplando el trajín de barcos que salen a ver la ballena. A las cuatro subes al tuyo, el Nattfari, donde te darán equipamiento completo para no pasar frío. Es un antiguo pesquero. Auténtico. Al capitán se le distingue por un ventanuco. Más cara de islandés no puede tener. Pero la guía y su compinche, pese a hablalr en inglés a los viajeros, enseguida se delatan como españoles. Ángela, madrileña, y Jose, un cachondo de Tenerife.
La expedición dura tres horas: una se invierte en la ida y otra en la vuelta; queda por tanto una más para recrearse en el esperado avistamiento. Seis delfines en formación dan la primera alegría. Los ves desde el ‘piso de arriba’ del barco, donde hemos subido unos pocos. Poco después, asoma un espectacular lomo entre las aguas. Es un rorcual enano o aliblanco. Avanza unos veinte segundos a ras de mar, a unos treinta metros del barco, y desaparece. ¡Has visto tu primera ballena!, la primera de tu vida, aunque la fugacidad no permite recrearse en el espectáculo. Enseguida habrá más.
¡Aparece una jorobada! Está a más de cien metros. Has visto un bulto. Has dado el aviso. Y ahí está. El barco se pone a prudencial distancia del bicho que, según explica Ángela, saldrá a respirar cada tres o cuatro minutos. De modo que la cuestión es ponerse a rueda, aunque su trazo bajo las aguas no marca una línea recta, de modo que nunca sabes por dónde aparecerá. Durante más de media hora, el barco sigue a la jorobada, que veremos unas diez veces; en una de ellas, en una sola, realizará completo el movimiento de la inmersión sacando su gran cola a la superficie en vertical en el momento final. El resto serán apariciones más curvadas, menos explícitas que seguiremos todos con gran atención. Contemplaremos también claramente el momento de la expulsión del chorro de agua, pero solo un par de veces. Son momentos emocionantes, históricos, para el catálogo de especies avistadas. Pero, sinceramente, le dejan a uno ‘a medias’ en tanto que no son recreaciones plenas. Todo dura poco, dejándote con ganas de más. Pero claro la ballena está a lo suyo y tú bastante haces con incordiar su paz. De todas formas, la experiencia es excepcional.
Durante la vuelta, mientras te agasajan con un chocolate caliente y un bollo, hablas con Jose, quien insiste en el azar. Igual salen a las cuatro y está la bahía llena de ballenas y cuando vuelven a salir a las siete se las ven y se las desean para dar con una. Están en movimiento, a su bola, de modo que viene a decir que bastante suerte hemos tenido. Jose fue un día de vacaciones a Islandia con su hijo. Tenía unos amigos en la isla. Durante su estancia le encargaron unos trabajillos, pues se le da bien el mantenimiento de maquinaria y cuando vio lo que le pagaban dijo: ‘Aquí me quedo’. Vive feliz en Húsavic. Su hijo ya se ha ido. A él no le importan los inviernos a oscuras. “Me molesta mucho más el calor de Tenerife”, asevera. “Si es de noche con encender la luz ya está. Pero con calor, ¿qué haces?”, argumenta. De modo que ahí está, viviendo a la islandesa como pez en el agua. Dos días después, antes de abandonar Húsavic, te planteas repetir la experiencia pero en vez de en un pesquero ir en una zodicac para estar más cerca de los bichos. Te hacen un 25% de descuento por ser ‘repetidor’. Pero amanece con una fea e intensa lluvia. Y las salidas están suspendidas. Dejas este bonito pueblo pesquero rumbo al este de Islandia. Toca un día de tránsito.
foto1. las casas marrones del fondon, en mitad del puerto, son el restaurante Gamli Bauku.
fotos últimas de ballenas. tomadas de internet (yo pude hacer algún vídeo, aquí más claro, una desde el mismo barco utilizado por nosotros)